Roberto Chanel

Cacholo Romero fue mi amigo, pero además era un apasionado por el tango. En aquellos turbulentos años setenta nos encontrábamos dos o tres veces a la semana en un bar no muy lejos de la Plaza Constituyente para hablar de tango. Ni política ni estudios universitarios, tango. ¿Por qué lo cuento? Porque una tarde de julio de 1972 -lloviznaba y hacía frío- me anunció que Roberto Chanel había muerto.

La noticia no me sorprendió. Chanel hacía unos cuantos años que venía caminado por la cuerda floja o al filo de la navaja. La noche y sus consabidos efectos habían hecho su trabajo sobre el cuerpo y la voz de quien fuera considerado con justicia el mejor vocalista de Osvaldo Pugliese. A los problemas de la voz se le sumaron los problemas de la vista y una situación económica que no paliaba la miserable pensión que recibía gracias a la gestión de los amigos y la buena voluntad de algún funcionario de turno que alguna vez había disfrutado de sus tangos.

Una lástima su derrumbe físico, porque al momento de morir, Alfredo Mazocchi, conocido gracias a la inspiración de Julio Jorge Nelson, como Roberto Chanel, no llegaba a los sesenta años. Poco tiempo antes de despedirse de este mundo, en un club de Parque Patricios los amigos le rindieron los honores que se merecía, ocasión en la que estuvo presente el propio Osvaldo Pugliese, y José Marrone en su condición de dirigente sindical lo distinguió y le hizo entrega de una suma de dinero que discretamente habían reunido los amigos para darle una mano.

Chanel nació en el barrio de Caballito el 26 de noviembre de 1914. Hijo de padres italianos, napolitanos para ser más precisos, porque en aquellos años fundacionales de la nación los “gringos” se reconocían en su región y no en Italia, cuya unidad política era todavía una experiencia relativamente reciente.

Como buen napolitano, don Mazocchi tocaba el bandoneón y con su instrumento animaba con canzonetas napolitanas las fiestas familiares o las reuniones en el club del barrio. Chanel -que todavía no se llamaba así, pero vamos a tomarnos esa licencia- se inició como músico. Él, y uno de sus hermanos. En el Buenos Aires de entonces iniciarse en la música significaba -en los barrios populares- identificarse “naturalmente” con el tango. Para bien o para mal no había escapatoria y basta para ello con rastrear las biografías de los tangueros de aquellos tiempos, muchos de ellos músicos con estudios académicos que renunciaban a las ambiciones líricas de sus mayores para optar por el tango, “esa música de cafishios y malandras”, como decían enojados los viejos inmigrantes.

Se sabe que cuando hay talento y buena madera, las oportunidades en algún momento se presentan. A la suya, Chanel la tuvo gracias a las gestiones de unos amigos que lo habilitaron para ingresar -siempre como músico- primero en Radio París, y luego en Mitre y Splendid, ocasión en la que acompañó a cantantes como Laurita Esquivel y Néstor del Campo.

Sin embargo lo suyo iba a ser el canto. El destino se iba a encargar en facilitarle la posibilidad de realizarse para lo que él se había preparado. Así más o menos sucedieron las cosas. Los Mazocchi se habían mudado de Caballito a Villa Luro. Allí el muchacho conoció al hombre que lo habría de relacionar con los grandes ases del tango. Se llamaba Armando Cupo, era pianista y en los años treinta ya se insinuaba como el director que habría de darse el lujo de acompañar a cantantes como Roberto Rufino, Miguel Montero y Alberto Morán. O músicos de la calidad de Elvino Vardaro, Pascual Mamone, Luciano Leocata, José Dames o Alcides Rossi.

Armando Cupo le presenta al maestro Osvaldo Tarantino. El palco exclusivo del café El Nacional será testigo de sus primeras interpretaciones como profesional. Para esos años -estamos hablando de 1939, 1940- Osvaldo Pugliese ya se perfila como el gran maestro que va a ser. Sus cantantes entonces son Amadeo Mandarino y Augusto Gauthier. Otra vez el destino juega sus cartas: Mandarino se irá con Aníbal Troilo y Gauthier con Los Zorros Grises de José García.

Allí se produce el encuentro histórico entre el formidable pianista que es Pugliese y el cantor que le dará jerarquía a la orquesta. Es en ese momento que Mazocchi pasa a llamarse Chanel en homenaje a la publicidad del conocido perfume, según las confesiones del inefable Julio Jorge Nelson que ya para entonces hacía méritos para ganarse el apodo de “Viuda”, viuda de Carlos Gardel se entiende.

Roberto Chanel sale al escenario de Pugliese acompañado de ese otro cantor que se llama Alberto Lago. Los biógrafos afirman que el 15 de julio de 1943 Chanel graba por primera vez con Pugliese. Lo hace en el sello Odeón y los temas son “El rodeo” y ese otro tangazo de los hermanos Expósito que se llama “Farol”. Ese tango va a ser algo así como el documento de identidad de Chanel, al que su legión de seguidores le pedirán a los gritos en cada presentación.

El tango “Farol” vale la pena evocarlo: “Un arrabal con casas/ que reflejan su dolor de latas/ Un arrabal humano que se cantan como tangos/ y allá un reloj que lejos da/ las dos de la mañana/ un arrabal obrero/ una esquina de recuerdo y un farol”. Impecable los hermanitos Expósito. Como es también impecable el estribillo: “Farol, las cosas que ahora se ven/ Tu luz, con el tango en el bolsillo fue perdiendo luz y brillo/ y es una cruz”. No hay como la voz de Chanel para interpretar este tango.

El muchacho se quedará con Pugliese hasta 1948. Grabará con el maestro treinta y un temas, tres a dúo con Alberto Morán. Además de “Farol”, ¿hay algo más? Por supuesto. Todo lo que hace Chanel con Pugliese es bueno. Y si no me creen, escuchen sus versiones de “Fuimos” (Fui como una lluvia de cenizas y fatigas en las horas resignadas de tu vida), “Consejo de oro” y “El sueño del pibe”.

Para 1949 Chanel está cantando con el maestro Florindo Sassone. Allí graba para el sello RCA Víctor dieciséis temas, entre los que merecen mencionarse, “Corrientes angosta”, “Ríe payaso” o “Flor de fango”. Después incursionará en los escenarios como solistas acompañados por músicos como Ángel Domínguez, Oscar Castagnino y Joaquín Do Reyes. Sigue siendo Chanel, pero su voz empieza a cascarse y, además, le falta la dirección de ese gran maestro que fue Osvaldo Pugliese.

Corresponde consignar por último sus aportes como compositor y letrista. Al respecto hay que nombrar temas como “Fatal y tanguera”, “Oración rante”, “Corrientes bajo cero” y “Hoy la espero a la salida”.

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