Aprendizaje

En otros tiempos busqué la felicidad en el bullicio, en los tumultos, en aquello que se conoce como vida social. Me parecía que eso que llamamos felicidad había que encontrarlo entre la gente, en medio del ruido, en el centro de la multitud.

Recuerdo mis dificultades para estar solo, mi resistencia a quedarme solo, a sentirme alejado o postergado por la gente, esos estados de ansiedad que me impulsaban a salir a la calle, a la noche, no importa con quién y cómo, lo que importaba era huir de la soledad, escapar de mí mismo creyendo que la verdad estaba en la calle, en la noche, en ciertos ambientes marginales en donde supuestamente se vivía con más intensidad.

Es cierto que algo se aprende en la calle, que en determinados ambientes marginales se conoce la intensidad del sufrimiento, el absurdo de la vida, el dolor de la existencia. Me llevó unos cuantos años apartarme del hechizo, de la peligrosa seducción de la vida en las orillas del dolor y la disipación; me llevó unos cuantos años saber que los excesos deterioran la salud y dañan el corazón; me llevó unos cuantos años y muchos desengaños comprender que en la vorágine de los días y de la actividad febril se pueden hacer muchas cosas pero lo más importante está ausente.

¿Y qué es lo más importante? Lo siento mucho pero no puedo definirlo, porque esa verdad pertenece a cada uno de nosotros y no hay fórmulas ni recetas ni consejos que permitan sustituir lo que es una búsqueda exclusiva, de la que a veces sólo obtenemos un fragmento, algo que está más cerca de la inquietud que de la certeza.

Hoy prefiero la soledad, la intimidad, el silencio, la compañía de un grupo escogido de amigos o de la mujer que amo. Como le gustaba decir a Pavese con algo de humor: más de tres personas juntas representan para mí una multitud. No reniego de la sociedad, no me aparto de ella ni con resentimiento ni con tristeza. Mi opción no pretende ser un modelo, una guía, simplemente expresa mi actual estado espiritual, mi relación conmigo mismo y con mis años, nada más y nada menos.

No rehúyo el compromiso social, la preocupación por un orden más justo, más humano, pero descreo de las soluciones políticas o de la vana ilusión de que la felicidad o la alegría dependen de la política o de ciertas estrategias del poder. No creo ser egoísta si digo que lo más importante soy yo mismo. Miguel de Unamuno solía decir: disculpen que le hable de mí mismo, pero es el ser humano que tengo más a mano. Me gusta esa frase y me la apropio porque creo que es verdadera, y porque estoy convencido de que no me voy a encontrar con los otros renunciando a mí mismo o desconociendo quién es esa persona que miro todas las mañana en el espejo y que me acompaña las 24 horas del día.

He aprendido a disfrutar de los pequeños momentos, de esos instantes breves pero intensos en donde se adquiere un estado de plenitud muy parecido al que vive el poeta, el creador, el artista. Un día de lluvia contemplado desde la ventana de mi escritorio; la caída de la tarde; una caminata por la costanera, la lectura de un libro que descubrí la noche anterior; una idea o una imagen que he podido escribir en mi cuaderno, constituyen hoy los datos reales de mi felicidad.

Una conversación inteligente con un amigo que hace años que no veo, amanecer un sábado en Arroyo Leyes con la mujer que amo, escuchar a Charlie Parker mientras escribo estas líneas, confirman que la felicidad muchas veces merodea a nuestro alrededor, que sólo se trata de saber descubrirla, registrarla en algún lugar de nuestra sensibilidad, incorporarla a la memoria afectiva para que nos acompañe hasta el final de los tiempos.

En ciertas ocasiones comparo mi cuerpo, mi ser, con una roca, con una piedra que he ido modelando a lo largo de los años hasta encontrar, luego de un arduo y doloroso trabajo, la forma, el perfil que en definitiva será mi verdadero rostro, el rostro con el que me presentaré adonde sea necesario. Nada me ha sido dado, todo he debido conquistarlo, hacerlo mío.

Hoy puedo decir que la clave consiste en celebrar la alegría, el amor, la ternura, aquellas virtudes que ponen en evidencia lo mejor de nosotros mismos. Importa adquirir ese estado de lucidez que permite mirar con ojos puros y limpios aquello que en otras circunstancias no prestamos atención. El amor nos ayuda a respetarnos y con su presencia nos justifica, el amor es la relación con una mujer, pero es algo más que una mujer, diría que es una relación con la vida, una manera de relacionarnos con nuestra inteligencia, con los repliegues más secretos de nuestro corazón.

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