Inceretidumbres del presente, esperanzas del futuro

El kirchnerismo pierde posiciones políticas con una celeridad que sorprende, incluso para los observadores más imparciales. Sin embargo, al gobierno le cuesta mucho conquistar posiciones; es más, los avances se alternan con retrocesos, los aciertos con errores, algunos de ellos sorprendentes por su torpeza o ingenuidad.

El peronismo, por su parte, está atravesando uno de sus clásicos peregrinajes de una identidad a otra. Lo hace con lentitud, pero con certera vocación de poder. Son los gobernadores, los dirigentes sindicales, los intendentes, sus políticos pragmáticos y sinuosos, es decir el poder real de la política, los que inician el proceso de mutación que concluirá con la marginación del kirchnerismo y la posible constitución de un nuevo liderazgo político.

Así como los menemistas de antes de ayer devinieron en kirchneristas de la primera hora, los kirchneristas de ayer se preparan para los inevitables cambios que se avecinan. Son procesos confusos, borrascosos, pero con una orientación fácil de distinguir. Lo que se sostiene en todas las circunstancias es el peronismo con sus símbolos, sus fobias, sus luces y sus sombras, pero sobre todo con su acerada vocación de poder.

El simulacro montado alrededor de un peronismo democrático, pluralista y alejado de los arrebatos autoritarios y hegemonistas del kirchnerismo es hoy una fábula que les resulta útil a todos: a los peronistas, para tomar distancia del olor a derrota del kirchnerismo; y al oficialismo, porque sin ese peronismo supuestamente democrático no tiene posibilidades de gobernar.

No es la primera vez que en política una ficción, una mentira, resulta productiva para los protagonistas. Un peronismo republicano y liberal es un acto “contranatura”, pero si hoy resulta práctico sostener ese lugar, no van a faltar incluso teóricos que lo bendigan y le otorguen diplomas de legitimidad. La política es también, entre otras cosas, el arte de transformar el vicio en virtud y la mentira en verdad.

De todos modos el escenario político es confuso, y seguramente lo seguirá siendo hasta que comiencen a perfilarse algunas tendencias fuertes. Por lo pronto, la gran noticia política para el oficialismo es la fragmentación del peronismo, fragmentación previsible y necesaria, sobre todo para un gobierno que carece de mayorías parlamentarias y territoriales.

La otra gran noticia es la persistencia del kirchnerismo, sobre todo en sus versiones más sectarias y corruptas. Al gobierno le viene como anillo al dedo la presencia de personajes como el “Morsa” Fernández, De Vido, Lázaro Báez, Larroque, Kicilloff y la misma Señora. Por supuesto, también le resultan de gran utilidad los escándalos que saltan desde cada una de las decadencias del Estado donde los K pusieron sus pezuñas.

En política, pasado, presente y futuro son campos de disputas alrededor de los cuales se libran las grandes batallas y se constituyen las identidades. Más allá de frases edulcoradas y de consignas que recuerdan los textos clásicos de autoayuda, el pasaje de una economía cerrada a una abierta, de un régimen populista autoritario a uno republicano, incluye disputas y conflictos. No podría ser de otra manera.

El presidente Macri insiste en que sus tres consignas, los tres grandes objetivos de su gobierno, serán la lucha contra la pobreza, contra el narcotráfico y contra la fractura nacional. Queda claro que cada una de esas banderas incluye una severa imputación al régimen anterior. Si el objetivo es luchar contra la pobreza, es porque en la Argentina el número de pobres llega al treinta por ciento. Si el objetivo es enfrentar al narcotráfico, es porque uno de los logros de la dichosa década ganada, fue la “normalización” del narcotráfico, un desembarque que algunos sostienen que era inevitable, pero que el régimen K lo hizo realidad. Y si se habla de unidad nacional es porque en los últimos años lo que predominó fue la confrontación, la crispación política, la hostilidad sistemática, con el agravante de que esa polarización fue alentada, estimulada y activada desde el poder.

¿Logrará consolidarse en el poder el gobierno de Macri? Lo está intentando, pero no va a ser fácil. Si Cambiemos concluye su mandato, sería el primer gobierno no peronista que lo hace, por lo que muy bien podría decirse que la transición ahora sí estaría plenamente realizada. En el segundo semestre del año se verán, o no, indicios del cambio, pero la prueba decisiva será en los comicios legislativos del año que viene. Esa fecha decidirá en buena medida la suerte del gobierno. Por supuesto, nada llega de sorpresa. Si Macri gana las elecciones en 2017 será porque la victoria ya estaba instalada en la sociedad desde antes; lo mismo puede decirse si pierde.

A la hora de evaluar estos procesos es aconsejable no confundir la realidad con los deseos. Pertenezco a esa mayoría integrada por quienes deseamos que a este gobierno le vaya bien, porque todos los argentinos, todos, incluso los peronistas, necesitamos que a este gobierno le vaya bien. Ahora, asegurar la gobernabilidad, controlar y satisfacer las demandas sociales, constituirse en referente de autoridad democrática, no son logros sencillos en esta Argentina contaminada de populismo y con clases dirigentes más predispuestas a la puja corporativa y facciosa que a la construcción política.

El kirchnerismo se cae a pedazos, pero las heridas que dejó en la sociedad, los agujeros negros que quedaron abiertos en la economía y las finanzas, van a persistir. Y este gobierno, y cualquier gobierno que decida corregir estos vicios deberá pagar un costo político elevado. Alfonsín instaló el paradigma democrático en un tiempo de larga duración, pero su gobierno cayó asediado por las conspiraciones, los sabotajes y los bloqueos de una oposición decidida a derribarlo.

Macri intenta instalar una nueva cultura política. Lo hace con balbuceos, desprolijidades, errores y vacilaciones, pero lo hace, está intentado hacerlo. No son cambios radicales porque también en el campo político el gradualismo es necesario, salvo que alguien crea que sesenta años de populismo se corrigen de la mañana a la noche.

Sostengo que con errores, desaciertos y torpezas, pero también con iniciativas audaces, con propuestas talentosas, con una singular confianza en sus propias fuerzas, este gobierno intenta transitar por el mejor camino. Pecaría de optimista, ingenuo o algo peor si dijera que fatalmente todo va a ir bien. La Argentina es muy complicada como para creer en cuentos color de rosa, como por ejemplo, la creencia, que para muchos es una certeza absoluta, de que si se arregla con los holdouts al otro día llegan inversiones e ingresamos en la estación de la felicidad.

Sinceramente no creo en esos auspicios; sí creo que liberados del default van a mejorar nuestras posibilidades, pero esas mejoras dependerán de nuestros esfuerzos, de nuestra responsabilidad como sociedad. Lo siento por los optimistas, pero la lluvia de dólares de todo el mundo no va a llegar, por lo menos no va a llegar con la velocidad y la dimensión aluvional que algunos suponen.

Proponerse ser un país normal es más complicado de lo que parece a primera vista, sobre todo en un país que “normalizó” vicios profundos. Los interrogantes que se abren no incluyen respuestas fáciles: ¿Cómo ajustar progresivamente la economía y mantener moderadamente satisfecha a una sociedad acostumbrada a los subsidios? ¿Cómo ejercer la autoridad sin caer en el autoritarismo clásico del populismo? ¿Cómo sostener instituciones republicanas cuando la historia de un sector de la oposición empuja deliberadamente al decisionismo? ¿Cómo consolidar un liderazgo que en lugar de eternizarse en el poder se prepare para volver al llano y haga realidad el principio de la alternancia? ¿Cómo gobernar con consenso cuando las medidas de gobierno convocan a la sociedad a prepararse para pasar por momentos difíciles? ¿Cómo resolver la contradicción de una sociedad cuyas demandas son del primer mundo y una economía cuya productividad es baja? Puede haber más preguntas, pero no sé si hay más respuestas.

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