Después de cuatro meses de silencio, la Señora usó de la palabra. Su linaje no es el de los borbones, pero lo cierto es que, como ellos, no aprendió nada ni olvidó nada. De lo que tenía que hablar no habló, pero nos complació a todos con un discurso de más de una hora en la que se colocó al lado de Yrigoyen y Perón. Y si la exigían, no hubiera vacilado en colgarse de los brazos de San Martín y Belgrano. El recurso de prestigiarse convocando a los venerables del pasado es el favorito de los manipuladores de todos los tiempos. A ese privilegio, la abogada exitosa no se lo iba a perder.
La Señora insiste en considerar que es víctima de una campaña de jueces golpistas, periodistas gorilas y políticos vendepatrias. Para Ella, claro está, los jueces ejemplares se llaman Oyarbide, los periodistas confiables son personajes como Brancatelli y los políticos defensores de la dignidad nacional son caballeros como “el Morsa” Fernández. Como se dice en estos casos, son puntos de vista, inocentes e ingenuos puntos de vista.
Yo no sé sinceramente si la causa por la cual la indagó el juez Bonadio es pertinente. Es más, creo que de todas las causas que la merodean ésta es la que le hubiera permitido lucirse políticamente, porque a decir verdad, en un futuro cercano no dispondrá de muchos argumentos políticos para explicar, por ejemplo, lo de Hotesur, un caso en el que la única defensa posible es la chicana del malandra o las fintas del abogado chapucero.
Así y todo, la Señora no se dignó a explicar por qué el Banco Central perpetró una maniobra por la que el país perdió cerca de sesenta mil millones de pesos. ¿Desprecio al juez o conciencia de que no es conveniente enredarse en la defensa de una posición que le puede complicar la existencia? No lo sé, pero lo cierto es que su estrategia defensiva fue pasar al ataque con un escrito político y una arenga a sus complacientes seguidores.
No es la primera vez que la Señora recurre a la historia para justificarse, como tampoco es la primera vez que se permite opinar de temas históricos. El relato de Yrigoyen y Perón como líderes nacionales enfrentados a la coalición de intereses oligárquicos y cipayos no es nuevo, salvo el detalle de que está desactualizado y no resiste la más mínima critica histórica. Seguramente, Arturo Jauretche y Abelardo Ramos lo hubieran aprobado, pero al respecto no estaría de más recordar algunas diferencias sugestivas: Ramos y Jauretche, equivocados o no, creían en lo que escribían. No le atribuyo la misma convicción a la Señora. Jauretche y Ramos, además de creer en lo que proclamaban, nunca se valieron de la política para enriquecerse; por el contrario, eran austeros, íntegros y decentes, atributos que la Señora desconoce y en el fondo desprecia.
No está mal compararse con Hipólito Yrigoyen, pero en este tema la Señora me recuerda a ese autor de pegajosos e insufribles libros de autoayuda que invoca a Borges como mentor, cuando su escritura es un barrial de lugares comunes y vulgares. Dicho con otras palabras: hay que estar a la altura de los referentes que se invoca.
Cuando Yrigoyen murió, vivía en su modesta casa de la calle Brasil. Poco tiempo antes de morir escribió palabras que parecen dirigidas a ella: “No nombré a ningún miembro de mi familia en puesto alguno; mi gobierno no hizo ningún negocio; no vendió tierras; no arrendó edificios para oficinas públicas; ni invirtió dineros en viaje a ninguna parte; los que realicé yo fueron hechos con mis propios recursos”.
Del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 todavía hay mucha tela para cortar, pero en principio no estaría mal recordar tres o cuatro cosas. Primero, que Uriburu derrocó a Yrigoyen con las armas, mientras que Macri derrotó al candidato de la Señora en elecciones libres y limpias; en segundo lugar, hay que distinguir entre el régimen fascista fundado por el general Uriburu y el orden liberal promovido por Justo, distinción importante, porque los intelectuales que apoyaron a Uriburu en 1930 son los abuelitos ideológicos de los intelectuales que hoy avalan al régimen kirchnerista. A Ernesto Palacio, Carlos Ibarguren o Julio Carulla les hubiera agradado presidir una Secretaría del Pensamiento Nacional con las facultades y arbitrios que dispuso su adorable nietito, Ricardo Forster.
El tercer tema digno de reflexión lo brinda una foto, de esas fotos que más que mostrar, revelan; me refiero a la foto que registra al oficial Juan Domingo Perón actuando prácticamente de valet de Uriburu. Y el cuarto tema es el de la acordada de la Corte Suprema de Justicia que legalizó la asonada militar, episodio que la Señora recordó en su arenga omitiendo, claro está, que esa misma Corte fue la que avaló la asonada clerical y fascista del 4 de junio de 1943.
Dejo a los expertos en peronismo la tarea de divagar acerca de si Ella merece compararse con Perón o si es su actual encarnación. En homenaje a la verdad histórica, hay que decir que desde el punto de vista institucional Perón fue un protagonista de casi todos los golpes de Estado que soportamos los argentinos, porque, además de su participación en los del 6 de septiembre de 1930 y el 4 de junio de 1943, actuó como un golpista confeso contra los gobiernos de Arturo Frondizi y Arturo Illia.
Nobleza obliga, Perón era un hombre que conocía como nadie los entresijos del poder, y a la hora de la acción poseía la sensibilidad y creatividad de un artista. Como el personaje de “House of Cards”, Perón apostaba al poder y despreciaba a los políticos que en lugar de construir su posteridad con el material perdurable del poder cedían a la vulgar tentación del dinero y preferían, en vez de ser recordados como estadistas, ser mencionados por la revista Forbes.
De la arenga militante de la Señora en la explanada de Tribunales hay poco y nada para decir. Las palabras de siempre para el público de siempre. Como suele suceder en estos casos, lo más importante fue lo que no dijo. Respecto de su platea, tampoco hay mucho más que decir. Es la misma platea que la acompañaba en el patio de palmeras de la Casa Rosada, la misma murga que se supone protagonista de una resistencia tan imaginaria como anacrónica.
Ellos dicen que la relación con Ella sólo se entiende desde el amor. Ante semejante confesión de cariño no queda otra cosa que guardar silencio. El amor como tal es invulnerable e impenetrable a los razonamientos y a los datos de la realidad. Nunca, como en este caso, el amor merece confundirse con la ceguera.
Acompañando a los enamorados, estuvieron en la calle personajes acerca de los cuales la palabra amor se confunde con pornografía. Me refiero a Boudou, “el Morsa” Fernández, De Vido, D’Elía, Larroque y el reconocido gerente de prostíbulos y juez devoto de las dictaduras militares de Onganía y Videla, Eugenio Zaffaroni.
Al gobierno nacional se le reprochó no haber dispuesto una presencia institucional más fuerte. Atendiendo a los resultados, creo que actuó con prudencia y cordura. Más policías en la calle hubieran dejado abierta la posibilidad de alguna provocación con resultados imprevisibles. La otra hipótesis que circula es que el gobierno, más que ingenuo o débil pecó de pícaro permitiendo a los kirchneristas mostrarse en todo su esplendor, como para recordarnos a los argentinos del peligro que salimos. No deja de ser llamativo que dirigentes peronistas que no estuvieron en el acto le hayan reprochado a Macri haberlo permitido con la aviesa intención de alentar las fracturas internas del peronismo.
La Señora se fue, y dentro de una semana lo sucedido el pasado 13 de abril será menos que una anécdota. El kirchnerismo es hoy una minoría política ruidosa conducido por una mujer cuya principal preocupación es no terminar entre rejas. No van a ser los actos de la Señora y las movilizaciones de la Cámpora las que van a hacer trastabillar al gobierno de Macri. En ese sentido, a la batalla contra los K, la tiene ganada, pero para su preocupación presente y futura, el señor presidente debe saber que la batalla principal la tiene que ganar en las góndolas de los supermercados, en los índices de inflación que no bajan, en las tensiones sociales provocadas por los recientes tarifazos.