Peajes y autopistas

 

Un poco de lluvia para inspirarse está bien, pero que llueva un mes seguido parece un poco exagerado. Pero bueno, nada se puede hacer contra la voluntad de los dioses que decidieron, vaya uno a saber por qué motivos -sus deseos son inescrutables- condenarnos a una de esas temporadas de lluvia que solo a García Márquez lo pueden motivar. Nosotros por lo pronto más que encontrarnos en el bar nos refugiamos en él, por más que el encanto de ver caer la lluvia ya se esté agotando, aunque, para ser sinceros, lo que sí se mantiene intacta es la pulsión de hablar, de discutir, de enderezar o torcer al mundo con las palabras.

-Ayer no me animé a ir a Rosario porque la radio y la televisión informaban que el autopista estaba cortado -comenta Abel.

-Cada vez que llueve se corta -agrega José- lo que no se corta es el peaje, cobrar siguen cobrando y cada vez cobran más.

-En todo el mundo civilizado las rutas se concesionan y se cobra peaje -observa Marcial.

-Pero en todo el mundo, menos en esta bendita tierra, los concesionaros se ocupan de mantenerlas en el mejor nivel -digo

-Yo estuve este verano en Europa con mi mujer y alquilamos un auto. Viajamos desde París hasta Madrid y pagamos peaje en un solo lugar, en dos para ser más preciso. Más de mil quinientos kilómetros por rutas que parecían una cancha de billar y solo pagamos en dos lugares, porque me equivoqué de ruta, porque si no viajamos gratis- cuenta Abel.

-¿Cómo que te equivocaste de ruta?

-Claro, me equivoqué, porque en Europa está la ruta concesionada, pero hay una o dos rutas paralelas o casi paralelas que son gratis y, sin exageraciones, la peor de esas rutas gratuitas es superior al mejor autopista de la Argentina.

-Yo estoy convencido de que es un choreo el que hacen acá -sentencia José

-Yo no sería tan exagerado -digo- pero me gustaría disponer de un poco más de información. Por ejemplo, cada vez que llueve el puente del Colastiné se desborda. Esto ocurre desde hace años. ¿Por qué no lo arreglan de una buena vez.

-¿Quién debe arreglarlo? -pregunta Abel

-Los concesionarios, claro está -afirma José- ¿o ellos solamente están para cobrar y muy de vez en cuando cortar el pasto?

-Sobre todos estos temas sería mejor disponer de una información que no tenemos o no la quieren dar -insisto.

-Que me digan lo que quieran, pero lo que yo sé es que de Santa Fe a Rosario nos cobran cuarenta pesos y dicen que en cualquier momento van a aumentar la tarifa. Mientras tanto el camino está hecho un desastre.

-Yo le propuse el negocio a Marcial -dice José riéndose- y no se anima, le dije que nos paremos con una alcancía en la esquina a de Bulevar y 9 de Julio, por ejemplo, y empecemos a cobrarle a los autos. Si nos dicen algo les decimos que nos protege el hijo de Moyano y que cuando andemos con ganas vamos a cortar el pasto de los canteros de la cuadra, no más, porque si no ya no nos conviene.

-Yo lo que creo -plantea Abel- es que en muchos casos estos peajes son cajas de recaudación de gobiernos e intendentes, y fuentes de empleo a compañeros y compadres. Pienso en el autopista y en el peaje de Santa Fe a Rafaela. Yo no puedo creer que Vialidad provincial no pueda atender un autopista de 150 kilómetros de largo o una ruta de extensión parecida, en una de las provincias más ricas del país y en una de las zonas más prósperas de la provincia. No lo puedo creer.

-Lo que yo no puedo creer -repite José- es que paguemos impuestos por caminos para que después los concesionarios nos metan la mano en el bolsillo.

-Yo no me enojaría con los concesionarios que después de todo son personas que quieren ganarse la vida como sea. A las que hay que interpelar son a las autoridades estatales que los habilitan para que pongan una casilla y se dediquen a cobrarnos. Lo que quisiera saber es cómo se arregla esa operación, cuánto va al bolsillo de los privados y cuánto al Estado. Quién controla al concesionario y quién controla a los funcionarios estatales autorizados a hacer esa operación

-Por lo pronto -dice José- lo que sí sabemos es que pagamos de peaje un ojo de la cara y cada vez que llueve se cae un puente o se abren unos baches que me recuerdan la cueva de Alí Babá.

-De Alí Babá y los cuarenta ladrones -completa Abel.

-Yo no estoy para nada de acuerdo con lo que ustedes dicen -interviene Marcial- tocan de oído y no entiendan nada de nada. Los peajes son necesarios porque con la inversión pública no alcanza.

-Yo tocaré de oído -refuta José- pero a mí me tocan el bolsillo y no son muy afinados para hacerlo.

-Yo no tengo problemas que cobre -dice Abel.

-Se nota -ironiza Marcial.

-Yo no tengo problemas que cobren, pero lo que pido de rodillas es que inviertan, porque resulta que estos señores son buenos para cobrar, pero no son buenos para cumplir con la segunda parte del programa. Como el amigo de mi abuelo: abría el bolsillo para cobrar, pero lo cerraba a la hora de pagar.

-Habría que ver qué dice el contrato con el concesionario -digo.

-Yo no lo vi ni tengo forma de verlo -dice Abel- pero me imagino que el contrato, como todo contrato en el mundo, repartirá derechos y deberes y le otorgará al estado la capacidad de exigir su cumplimiento.

-Así debe ser -afirma Marcial.

-Vos lo dijiste bien, así debe ser, pero por lo que se ve, no es así. Acá los únicos que tienen derechos a hacerse millonarios son los concesionarios.

-Algún otro se debe beneficiar -digo en voz baja.

-Algún otro o algunos otros -corrige Abel- y pienso en el sindicato organizado por el hijo de Moyano.

Yo no sé cómo será la cosa -dice José y se despereza- pero para mí el sueño del pibe es que alguna vez me den un peaje. Imaginate, ponés una casilla y a cobrar. No pido mucho, un peaje aunque sea de Ataliva a Tacural. Cortito y al pie, cortito pero en efectivo.

-No es así la cosa -responde Marcial- ustedes simplifican todo porque son unos estatistas incorregibles que suponen que el Estado es bueno y los privados son malos. Yo, a diferencia de ustedes pienso todo lo contrario: le desconfío al Estado y creo en la empresa privada.

-Está todo bien Marcial -concede Abel- pero en el caso que no ocupa yo o sé si el que nos jode es el concesionario o el Estado.

-Tal vez nos jodan los dos.

-Yo no tengo ningún problema que los concesionarios se hagan millonarios y multimillonarios, tampoco voy a andar preguntando demasiado quiénes son sus socios visibles e invisibles con los que se reparten la recaudación en tiempos electorales. Lo único que pido es que -ya que pago impuestos y pago peje- que los caminos estén en condiciones. Me parece que por tan modesta pretensión no merezco ser acusado de comunista o algo peor.

-No comparto -concluye Marcial

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