Guillermo Moreno ocupó una vez más los titulares de los diarios intentando establecer una comparación entre Macri y Videla, en la que el dictador sale mejor parado que el actual presidente porque, según sus palabras, Videla arrojaba compañeros al mar, pero nunca le sacó el pan de la boca a los pobres. Si a las declaraciones las hizo para ganar prensa o porque cree sinceramente en ellas, es un tema menor, porque lo que se impone es el contenido o, para ser más preciso, la síntesis política que, atendiendo a los antecedentes del personaje, no están en contradicción con certezas que este antiguo militante de Guardia de Hierro cultivó con esmero desde sus años juveniles.
Si bien puede admitirse que estas declaraciones no son necesariamente compartidas por el universo peronista, convengamos que quien las formula es un dirigente emblemático del kirchnerismo y sería un error suponer que sus opiniones son marginales o no representan el sentimiento de esa suerte de falange kirchnerista que desde que Macri llegó a la presidencia de la Nación -e incluso desde antes- no vaciló en declararle la guerra, atribuyéndole todas las perversidades políticas imaginables, entre las que se incluye el retorno a la revancha de los herederos de la Revolución Libertadora de 1955, o su identidad con el régimen militar que asoló estos pagos entre 1976 y 1983.
Lo que hizo Moreno fue dar una nueva vuelta de tuerca a esta epopeya de la resistencia que alientan los seguidores de la Señora, motivo por el cual ya no alcanza con poner en un mismo nivel a Macri con Videla, sino que ahora importa probar que el actual presidente es mucho más perverso y, por lo tanto, su régimen merece el peor de los destinos. La maniobra es de una indigencia intelectual desoladora, pero hay que prestarle atención a los recursos que emplea el señor Moreno para instalar sus consignas, recursos que no sólo no son ajenos a su formación ideológica, sino que deberían ser considerados una estrategia para intervenir en la coyuntura política.
Moreno habla de los compañeros arrojados al mar por los militares, pero la primera contradicción se presenta no bien se conoce su filiación política y las posiciones que en aquellos años sostuvieron él y quienes pensaban como él, personajes que aplaudieron la decisión de los militares de eliminar a los detestables “zurdos”, tal como lo expresó sin eufemismos un dirigente peronista de entonces, quien no vaciló en aconsejar a los asombrados generales que los exterminaran como a ratas.
El fascismo a la hora de intervenir en las coyunturas no vacila en apelar a recursos emocionales sin preocuparse demasiado por la coherencia de sus formulaciones. Moreno no pierde el sueño por lo que ocurrió en 1976, porque lo que lo desvela es lo que está sucediendo ahora con un gobierno que parece representar todo aquello que un político de su catadura odia y, en cierto sentido, teme.
Si por esos avatares de la historia, la fuerza política con la que él se identifica debió atribuirse las virtudes de la resistencia a la dictadura militar, a un populista de su calaña no le hace asco asumir luchas y martirios que siempre despreció y consideró lesivas a ese sedicente ser nacional que los fascistas de todos los tiempos adoran como un becerro de oro.
Pero hay un punto en el que Moreno, sin proponérselo, es sincero y manifiesta una de sus certezas políticas más perdurables, un “detalle” que está presente en la comparación que hace entre dos entidades que para el populismo son vividas como contradictorias: el derecho a la vida y el reparto de comida. “Videla arrojaba a los compañeros al mar, pero no le sacaba la comida de la boca a la gente”, dijo muy suelto de cuerpo ante un Mauro Viale que no sabía qué hacer para diferenciarse de su estrafalario invitado. No hace falta exprimir el texto y, mucho menos la imaginación para advertir que para el señor Moreno la falta de Videla es menor que la de Macri, que asesinar a disidentes puede estar justificado, y no así la decisión de no darle de comer a los pobres.
Continuando con la comparación, lo interesante es que mientras que el asesinato de los detenidos desaparecidos es una verdad que hoy nadie pone en discusión, la supuesta imputación acerca de la “comida de los pobres” es, en el más suave de los casos, una evaluación opinable, observación que no perturba la delicada sensibilidad de Moreno, quien pertenece a esa clase de políticos que nunca van a permitir que la verdad les arruine una buena consigna.
Quienes en nombre de la prudencia, los buenos modales e incluso el buen gusto, insisten en subestimar al personaje y sus declaraciones, no está de más recordarles que es la primera vez desde 1983 que un dirigente político con actuación pública considera a un dictador con virtudes superiores a un presidente electo por el voto popular, una consideración que bien mirada tampoco nos debería llamar demasiado la atención, ya que quienes adhieren al linaje ideológico de Moreno siempre han considerado que la hora de la espada es superior a la hora de la democracia y la jerarquía militar es infinitamente más noble que la jerarquía republicana.
Moreno no es un político acabado ni un emergente marginal del populismo, alguien a quien, atendiendo al desprecio que genera entre sus opositores, no se le debe dar importancia, confundiéndose su catadura política con su eficacia real. Seguramente, resulta más interesante discutir con Horacio González, pero los políticos populistas con votos y los que con sus actos alientan verdaderas tragedias nacionales suelen ser personajes como Moreno, personajes cuyas virtudes y defectos son muy representativos de una manera de concebir el poder y la política y que, desgraciadamente, en estas tierras logró seducir a amplias plateas.
Lo que llama la atención es la indiferencia con la que el peronismo tomó estas declaraciones, indiferencia que en algunos casos pretenden justificarse en consideraciones de cálculo político, aunque hay buenos motivos para suponer que un sector no minoritario comparte las opiniones de Moreno.
Más allá de las consideraciones que están presentes en las palabras de este dirigente que desempeñó un papel relevante en la era kichnerista -al punto que sería imposible escribir una historia de estos años omitiendo su nombre-, lo que no se debe perder de vista es que hay buenos motivos para sospechar que sus declaraciones no fueron el producto de un entusiasmo pasajero o una reacción emocional nacida al calor de una entrevista, sino la reflexión premeditada por parte de quien, desde que Macri asumió la presidencia, considera que se debe hacer lo posible y lo imposible para derrocar a un régimen al que le endilgan todos los males nacionales.
En este sentido, las palabras de Moreno están en sintonía con los reclamos de algunos voceros kirchneristas a favor de la renuncia del presidente, reclamo que suma a piqueteros de turbia historia, sacerdotes que en nombre de la causa popular han recreado un singular integrismo, políticos desalojados del poder, un amplio abanico de funcionarios corruptos para quienes la presencia del actual gobierno es una amenaza a sus bolsillos y a su propia libertad y, en el vértice de esta singular asociación ilícita, la Señora, quien desde Santa Cruz convoca a renovados incendios, mientras en voz baja alienta a su socio y cómplice de diversas fechorías para que soporte las ingratitudes de la cárcel porque Ella está trabajando para recuperar su libertad.
Las provocaciones montadas en los últimos días por bandas de piqueteros encapuchados son síntomas evidentes de maniobras protagonizadas por los mismos que se han constituido en una suerte de profesionales de la desestabilización. Moreno no es más que el fogonero de una conspiración cuyas consecuencias prácticas se insinúan con todos sus efectos perversos en las calles; conspiración que sus titulares asumen con notable sinceridad y que encuentran en la figura, los antecedentes y el aura bendita de Moreno a uno de sus voceros más destacados.