«Escolaso»

“Escolaso” es un tango escrito en 1953 por Francisco García Jiménez. La música es de Anselmo Aieta y la interpretación exclusiva es de Edmundo Rivero. García Jiménez es el autor de letras entrañables, entre las que merecen destacarse “Tus besos fueron míos”, “Siga el corso”, “Lunes”, “Bajo, Belgrano”, “Zorro gris”, pero a mi criterio “Escolaso” es su máxima realización. Como se dice en estos casos: nada se escribió mejor antes, nada se escribió mejor después. Se trata de un tango de hacha y tiza, un tango sobrio, viril y jugado. La única versión conocida es la de Edmundo Rivero (conozco otra, pero no vale la pena mencionarla) acompañado por guitarras. La grabación es de 1955 y es muy difícil conseguirla, por no decir imposible. El único “Escolaso” disponible es el de Piazzolla, pero tiene poco y nada que ver con el de García Jiménez. Después está “Por culpa del escolaso”, también interpretado por Rivero y que es la versión humorística del original.

¿Dónde escuchar “Escolaso?” Hace años que trajino las bateas de las casas de música y, sin exagerar, podría decir que el único tango de Rivero que falta es precisamente “Escolaso”, es decir, el mejor. Alguna vez algún empresario del ramo se decidirá editar “sus obras completas”. Ya conocemos las de Gardel y Goyeneche. Falta Rivero. Y falta “Escolaso”.

Otro si digo: hace un par de semanas lo encontré en Youtube. Las dos versiones que hay son buenas, pero para escucharlo hace falta haberse iniciado en los laberintos de la informática, desafío que para los tangueros veteranos debe resultar tan complicado como tratar de tararear un tema de Soda Stéreo. De todas maneras, allí está y el esfuerzo por conseguirlo se justifica plenamente.

Yo a “Escolaso”, lo descubrí hace una ponchada de años. Fue una madrugada, en un pueblo de provincia de Buenos Aires donde había caído de visita para hacer no sé que trabajo. Esa noche habíamos salido de copas y algo más con unos amigos. A la madrugada rebotamos en un bar ubicado al frente de la plaza. Hacía calor y estábamos sentados a una mesa puesta exclusivamente para nosotros en la vereda. Éramos todos tangueros. Trasnochadores y tangueros. Incluido el dueño del boliche. Y de pronto la guitarra y la voz de Rivero saliendo de un disco. A esa escena no la olvidé más. Y mucho menos a ese poema y a esa voz.

Se ha dicho con frecuencia que un tango cuenta una historia. Es verdad, pero una verdad a medias. Hay tangos que no cuentan ninguna historia, que son algo así como un monólogo, una reflexión acerca de la vida, acerca del destino de un hombre. “Los mareados”, “Por la vuelta”, “La que murió en París”, “María”, “Volvió una noche”, cuentan una historia. “La última curda”, “Volver”, “Cuesta abajo”, “Uno”, “Las cuarenta”, reflexionan sobre la condición humana, sobre los grandes dolores las grandes esperanzas derrumbadas de los hombres. A esa genealogía pertenece el tango “Escolaso”.

El título del poema es sugestivo y de alguna manera es una síntesis. “Escolaso”, se sabe es sinónimo de juego, timba. Pero en este caso, el escolaso es vivido como una fatalidad, un destino, una manera de vivir, de entender el mundo y las circunstancias. El poema repite algo así como un estribillo que es esclarecedor: “Y pensar que condenado por la ley del escolaso, juego igual si el mismo mazo me lo tiran otra vez”. ¿Cuál es la ley del escolaso? No es fácil una respuesta de pocas palabras, pero podemos intentar darla. Es una ley no escrita, un código de hombres duros, de hombres acostumbrados a jugarse por una carta y que pareciera que no les importa perder o, dicho de otra manera, ganar no es lo más importante.

Hay un cuento del escritor norteamericano Bret Harte, que Borges siempre recomendaba. Se llama “Los proscritos de Póker Flat”. El personaje es un tahúr que responde al nombre de John Oakhurst. Un caballero, un dandy, un personaje que muy bien podría haberlo interpretado Gary Grant o David Niven. Oakhurst fue expulsado de un pueblo dominado por un ataque de moral y buenas costumbres Lo acompañan en este singular destierro, prostitutas, cuatreros y novios pecaminosos.

Oakhurst vive su desgracia con el temple de un hombre formado en la ley del escolaso. Los proscriptos fueron abandonados en un páramo de la montaña condenados a morir de hambre y frío, pero él todas las mañanas se acicala como si estuviera en el hotel a punto de bajar al salón a iniciar la ceremonia de la partida de póker. En algún momento les dice a sus compañeros de desgracia: “De la suerte (cito de memoria) lo único que sabemos es que no va a durar, pero que en algún momento regresa. Los hombres que valen en una mesa de juego son los que resisten más tiempo sin tirar las cartas”.

Al final del cuento, las condiciones de los proscritos empeoran y en algún momento Oakhurst se suicida. Los sobrevivientes encuentran luego una carta clavada en un árbol. Allí deja escrito un mensaje que dice más o menos así: “Aquí yace Oakhurst, que atacado por una racha de mala suerte el 23 de noviembre de 1850, tiró sus cartas el 7 de diciembre de 1850”.

Regresemos a nuestro poema. El personaje del tango se parece a la voz de Rivero. Tiene su estampa y su estilo. No es original, pero es el más estilizado. Es el mismo personaje de “Mis consejos”, “Madrugada”, “Pa lo que te va adurar” o “Cómo se pianta la vida”. Es un hombre que ha vivido mucho y casi al final del camino descubre que vivió equivocado, pero sabe que ya no puede cambiar, que no quiere cambiar y que no debe cambiar.

Se trata de los muchachos calaveras que a la vuelta del camino perciben que han vivido en vano, que las hazañas de la noche, la exhibición de los excesos, lo único que le han dejado es un insoportable sabor de derrota, una sensación de haber perdido el tiempo, de haber despilfarrado energías en vano para celebrar victorias que a nadie le interesaban

“Ese juego es como el otro cuando dan el primer pase, todos tiene mucha clase pa’ ganar o pa’ perder, los amores son de entraña, los amigos son de acero y las copas un reguero de placer y de amistad”. “Este juego es como el otro”, dice Rivero ¿Cuál es el otro juego? El de la vida, por supuesto, un juego que no se diferencia demasiado del que se vive todas las noches en una mesa de póker, un juego hecho para perdedores, para hombres con temple de perdedores.

“Yo de amigos rechiflado, yo de copas colifato, yo de amores de arrebato cocinado como ves. Y pensar que condenado por la ley del escolaso, juego igual si el mismo mazo me lo tiran otra vez”. Hay que escucharlo a Rivero vocalizar estos versos. El modo de pronunciar las consonantes, de interpretar la intensidad de esas palabras, el modo de sentir y vivir un tango.

Cuando Rivero graba “Escolaso”, está pasando por su mejor momento. Su estilo está definido y su voz tiene ese tono inconfundible, el tono que le va a permitir integrar junto con Gardel y Goyeneche, la Santísima Trinidad del tango. Es una verdadera lástima que a este tango, Rivero no lo haya grabado más. Se quedó en esa grabación de 1955 que hoy los amantes de los buenos tangos rastrean en archivos.

Y a modo de despedida: “Escolaso de mis años que en el pase de sus noches, se quedó con los derroches de mi generosidad” Y este final que es una escena y una confesión: “Yo bien sé como se vuelve de la última parada, con un gris de madrugada y un dolor de soledad”.

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