Rosita Quiroga

Al escritor Jorge Göttling se le atribuye haber calificado a Rosita Quiroga como la “Edith Piaf del arrabal”. En la misma línea, podríamos decir que si bien no fue el gorrión de París, sí pudo ser el gorrión de la Boca, el barrio donde nació el 16 de enero de 1896 y en donde aprendió a cantar y a tocar la guitarra al lado del maestro Juan de Dios Filiberto.

Se llamaba Rosa Rodríguez Quiroga. Sus padres fueron trabajadores. Bordadora la madre y carrero el padre, carrero de la Boca, asturiano de una sola pieza que hombreaba bolsas en los barcos del Riachuelo. Fue a la escuela primaria del barrio hasta cuarto grado, pero su conocimiento de la vida y del mundo superó por lejos al que intentó darle la escuela. Conoció la pobreza, las necesidades y la libertad que da la calle. Es muy probable que en ese ambiente haya aprendido la jerga del lunfardo, pero por sobre todas las cosas, una manera particular de hablar, un estilo canyengue, arrastrando las eses con gracia y desenfado.

El primer tango que cantó fue “La tipa” de Enrique Maciel y Enrique Pedro Maroni, pero al primer disco lo grabó en 1923 y se tituló, “Siempre criolla”. Se dice que quien la presentó en los estudios de la Víctor fue el nieto de Roque Sáenz Peña. Verdad o no, lo cierto es que para ese sello grabador trabajó hasta 1931 grabando, se calcula, más de cien temas.

Rosita fue la cantante preferida de la Víctor, su gran estrella. Sus relaciones con los dueños de la empresa las aprovechó para darles una oportunidad a cantantes que recién se estaban iniciando. Agustín Magaldi y Mercedes Simone grabaron en la Víctor gracias a sus influencias. “No soy Cristóbal Colón -dijo en una entrevista- pero a muchas y a muchos los descubrí yo”.

El 1º de marzo de 1926 fue una fecha importante para el tango, pero sobre todo para la divulgación del tango en discos de buena calidad. Fue precisamente ése día el que Rosita Quiroga realizó la primera grabación eléctrica. En realidad ese día se grabaron cuatro tangos, pero a ella le tocó grabar el primero. Se trataba de “La musa mistonga”, musicalizado por Antonio Polito y escrito por el gran Celedonio Flores.

Además de cantar, Rosita Quiroga componía y alguna vez se animó a escribir algunos poemas. El tango “Oíme negro” por ejemplo, le pertenece a ella. Sus mejores grabaciones son las que están acompañadas con guitarra. Ella misma en más de una ocasión se acompañaba recordado las lecciones que le diera Filiberto.

En 1931 se retiró de la Víctor y prácticamente se retiró del mundo del espectáculo. A partir de esa fecha sólo en contadas ocasiones grabará o se presentará en público. Sin embargo, en 1938 viajará a Japón transformándose así en la primera embajadora del tango en ese país. El recuerdo que dejó debe de haber sido trascendente porque para 1970 hay en Osaka una peña de tango que lleva su nombre. Ese año, justamente, hará otra visita a Japón invitada por Yoyi Kanematz, uno de sus devotos seguidores. Kanematz la recordaba con particular afecto y la historia merece contarse. En una carta que le escribió a Rosita, le decía que cuando Japón era bombardeado por los aviones norteamericanos, él y su familia se escondían en los refugios antiaéreos y mientras estallaban las bombas a su alrededor él disimulaba el miedo escuchando los tangos de Quiroga gracias a los aportes de una vieja vitrola que llevaba escondida y dos discos que había logrado salvar de la destrucción. Durante largas y angustiantes noches escuchó “Sentimiento malevo” y “Viejo coche”.

Kanematz viajó a la Argentina en 1975 cuando se cumplieron cuarenta años de la muerte de Gardel para dejarle una flor en su tumba. Y cuando Jorge Luis Borges visitó Japón, él fue su guía. Era un hombre culto y devoto del tango que hablaba cinco o seis idiomas. Los destinatarios de sus devociones tangueras fueron Carlos Gardel y Rosita Quiroga.

En 1952 grabó cuatro temas, pero su despedida fue el 14 de septiembre de 1984 cuando, un mes antes de su muerte, grabó a pedido del poeta Luis Alposta un tema de su autoría: “Campaneando mi pasado”, ocasión en la que fue acompañada por la guitarra de Aníbal Arias, aunque están quienes aseguran que, antes de la grabación, a ese tango lo interpretó acompañado por la guitarra de Roberto Grela, en un programa que Canal Once hizo en su homenaje.

En los últimos años fue una distinguida visita en el programa de Bergara Leumann: “La botica del ángel”. En 1976 participó en la película “El canto cuenta su historia” dirigida por Fernando Ayala y Héctor Olivera. Edmundo Rivero recuerda que Rosita nunca faltaba a sus cumpleaños y que el mejor regalo que podía hacerle era cantarle un tango.

Rosita Quiroga tuvo muchos admiradores, pero tal vez los más conocidos hayan sido Eva Perón con quien conversó más de una vez y Julio Cortázar que la menciona en algunos de sus relatos. Curiosidades de la vida: Evita y Cortázar no tenían nada en común, salvo la devoción por Rosita Quiroga.

Los críticos coinciden en señalar que Rosita no tenía una gran voz, carecía del caudal vocal de Ada Falcón, las dotes escénicas de Libertad Lamarque, el afinamiento perfecto de Mercedes Simone pero, como dijera uno de sus amigos, su gran virtud era que “cantaba como hablaba”. Más que cantarlos, a los tangos los decía y los decía con su tonada arrabalera, con esa manera tan especial de arrastrar las palabras o darle una determinada intención. En el manejo de esos recursos fue única. La mujer, el arquetipo de mujer, que Rosita recrea a través de sus tangos es una mujer del pueblo, del barrio. Posee las debilidades y las fortalezas de ellas, su sentimentalismo, su sensiblería, pero también su sabiduría y su capacidad solidaria.

Uno de los primeros que descubrió el singular talento de Rosita Quiroga fue Celedonio Flores con quien grabó veinticuatro poemas. Temas tales como “La Beba”, “Muchacho”, “Audacia”, “Carta brava” o “La musa mistonga” fueron clásicos de su repertorio. Escucharla en la actualidad significa disfrutar de su voz, pero por sobre todas las cosas, significa apreciar cómo se hablaba entonces, cómo se sugería, cómo se ironizaba o cómo se pronunciaban determinadas palabras. Rosita Rodríguez Quiroga de Capiello murió en Buenos Aires, en su casa de calle Callao, el 16 de octubre de 1984.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *