«Uno»

No son pocos los que consideran que “Uno” es el tango por excelencia; más modestos, otros estiman que es el mejor tango de Discépolo, el más elaborado y el más “discepoliano”. Opiniones. Opiniones que pueden contradecirse, aunque ninguna refutación alcanza para desconocer la calidad de este tango que cuenta con la música de Mariano Mores.
Se dice que en este caso la música estuvo antes que el poema. Mariano Mores, un jovencísimo Marianito, visitó a Discépolo en su casa de La Lucila con la partitura en la mano. Esto debe de haber ocurrido en 1940, porque el poema a Discépolo le llevó tres años escribirlo, un dato interesante para confirmar que los grandes creadores trabajaban muy en serio sus tangos y se pasaban días, semanas y meses “jugando” con las palabras hasta dar con el tono exacto.
“Uno” fue estrenado en 1943 por Tania, la mujer de Discépolo. De entrada disfrutó de la aprobación entusiasta del público. El título “Uno” llegó por descarte, porque en algún momento se llamó “Cigarrillos en la oscuridad” y luego “Si yo tuviera un corazón”. Finalmente quedó como lo conocemos. Se dice que el público aprobó ese título y una de las claves entre la gente y el cantor era la señal del dedo índice levantado.
El tango padeció la censura de funcionarios que pretendían dictarle a la gente lo que se debía escuchar y lo que no se debía escuchar. Finalmente ocupó el lugar que se merecía. Nadie se acuerda de los censores, pero todos recordamos la letra y algunos de sus giros se han transformado en refranes populares. La película “El fin de la noche”, un alegato contra los nazis, incluye a este tango interpretado por Libertad Lamarque. La película también fue censurada en aquellos terribles años cuarenta.
“Uno” ha sido calificado como un tango existencialista, un anticipo en clave popular de lo que para esa misma época comenzara a elaborar Jean Paul Sartre en París. El tango pertenece por derecho propio al repertorio discepoliano, uno de los pocos autores de los cuales puede decirse que a través de un puñado de letras expresó una visión coherente del mundo, una coherencia fundada en el desengaño, la angustia, el dolor, la desesperanza, pero coherencia al fin, coherencia discepoliana.
Discépolo alguna vez se dedicó a explicar cómo nacieron sus tangos. Hubo un programa en Radio Belgrano en 1947, donde el autor contaba sus cuitas. Con respecto a “Uno” dijo en algún momento: “Para hablar de ‘Uno’, tengo que hablar antes de mí, de mi especial estado de ánimo en ese tiempo. Estaba raro. No sé, no sé en realidad qué diablos me pasaba. Me entró de pronto una melancolía inexplicable. Melancolía de canario. Yo que generalmente tengo buen humor, estaba insoportable. Quería pelearme con todo el mundo. Con los guardas, con los colectiveros. ¿Se da cuenta? Con este cuerpo yo quería pelear”.
Después contó que decidió encerrarse en el cuarto de su casa. Curarse con su propio veneno. Estuvo diez días encerrado y en ese clima fue pensando la letra. Después de otras consideraciones fieles a su estilo, concluyó diciendo: “Aprendí en aquellos días de revire que la gente sería inmensamente feliz si pudiera no presentir. “Si yo tuviera el corazón, el corazón que di/ Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”.
“Uno” fue de interés de todos. Por los buenos y los no tan buenos. La versión de Edmundo Rivero con Héctor Stamponi es excepcional. Algo parecido puede decirse de las versiones de Julio Sosa, Roberto Goyeneche, Hugo del Carril, Raúl Berón, Susana Rinaldi y Alberto Marino. El tango fue más allá de su género. Así lo confirman las interpretaciones de Julio Iglesias, Luis Miguel, Valeria Lynch y Lucho Gatica, por mencionar a los más conocidos.
El tango pertenece a lo que se considera el ciclo romántico de Discépolo. Las calificaciones en estos casos es más lo que confunden que lo que revelan. “Uno”, como “Martirio”, “Infamia”, “Secreto”, se diferencian de poemas como “Yira yira”, “Cambalache”, “Chorra”, “Justo el treinta y uno” o “Qué vachaché” por el tono, pero de allí a calificar a éstos últimos de realistas y a los otros de románticos, hay un largo trecho, una enorme distancia.
Por el momento, basta con saber que este tango cuyo título es un pronombre, es de una notable perfección poética. “Uno” es un poema largo, con muchos versos. La extensión no afecta su contenido. Allí no hay una palabra de más ni de menos. Todo lo que se debía decir se dijo y se dijo de la mejor manera posible. Las malas lenguas dicen que el tango narra las vicisitudes de la relación amorosa del autor con Tania, su esposa, la mujer que a juzgar por los amigos de Discépolo, le hizo la vida imposible y es una de las responsables de las últimas desgracias de su vida.
Juicios al margen, hay que decir que el tango es más una reflexión intimista que el relato de una historia con sus héroes y villanos. “Uno busca lleno de esperanzas/ el camino que los sueños/ prometieron a sus ansias/ sabe que la lucha es cruel/ y es mucha, pero lucha y se desangra/ por la fe que lo empecina/ Uno va arrastrándose entre espinas/ y en su afán de dar su amor/ sufre y se desangra hasta entender/ que uno se quedó sin corazón/ Precio del castigo que uno entrega/ por un beso que no llega/ o un amor que lo engañó/ Vacío ya de amar y de llorar, tanta traición”.
A estos versos, todo argentino mayor de cuarenta años lo ha canturreado en voz baja, en algún momento, caminando por la calle, esperando el colectivo, de regreso a la madrugada. Como le gustaba decir a Atahualpa Yupanqui, el poema disfruta de la gloria de lo anónimo. Esto quiere decir que se canturrea más allá del autor y a veces sin saber quién es el autor.
¿Quién no escuchó alguna vez en la radio, en un disco, “Si yo tuviera el corazón / el corazón que di/ Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir/ Es posible que a tus ojos que me gritan su cariño/ los cerrara con mis besos/ sin pensar que eran como esos/ otros ojos los perversos los que hundieron mi vivir. Vacío ya de amar y de llorar/ ¡Tanta traición!”.

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