Junto con Vicente Grecco, Eduardo Arolas y Genaro Espósito, Juan Maglio, el mítico “Pacho” integra el cuadro de honor de la guardia vieja del tango. Son los fundadores, los maestros de los maestros, los que le dieron calidad artística a una música primitiva. Así se los reconoce y así se los recuerda.
Juan Félix Maglio nació en el barrio de Palermo el 18 de noviembre de 1880, pero al bandoneón lo descubrió en Boedo, adonde se mudaron sus padres cuando él todavía usaba pantalones cortos.
Sus primeros maestros en los placeres de la música y los misterios del tango fueron Luis Almeida y Domingo Santa Cruz, el autor de “Unión Cívica”. Ya para esa fecha lo conocían con el apodo de “Pacho”, una versión acriollada de “Pazzo” (loco), que le había puesto su padre debido a su pasión por el fueye y su gusto por tocarlo a escondidas desobedeciendo las órdenes paternas.
El matrimonio de Pantaleón Maglio y Carmen Dodero tuvo diez hijos. Dos de los varones se dedicaron al tango: uno fue “Pacho” y el otro, Carlos, conocido con el apodo de “Pucho” y autor de títulos como “Quilmes” y “La Paternal”. Durante casi veinticinco años “Pacho” grabó más de novecientos temas musicales en los sellos Columbia y Odeón. La leyenda cuenta que en la década del diez era habitual que alguien al llegar a una casa de ventas de discos pidiera “un pacho”. El vendedor sabía en el acto que se trataba de alguna grabación de Maglio.
Con los años, “pacho” fue sinónimo de disco con independencia del autor.
“Pacho” fue el primero en grabar solos de bandoneón con su estilo depurado y melódico. Sus temas “La sonámbula”, de Pascual Cardarópoli y “La morocha”, de Gerardo Metallo, fueron fundacionales. También fue un pionero. Sus discos cruzaron la avenida General Paz y se difundieron por todo el país. Composiciones como “El zurdo”, “Un copetín”, “Sábado inglés”, “La guardia vieja”, “Copen la banca” o “Llegué a ladrón para amarte”, se transformaron en clásicos del género.
Los tangos “Armenonville” y “Royal Pigall” fueron compuestos por Maglio en homenaje a los dueños de aquellos míticos cabarets de las primeras décadas del siglo. En el caso de “Armenonville”, la portada de disco exhibe una foto del local ubicado en avenida Libertador -antes Alvear- y Tagle. El disco está dedicado “a los distinguidos señores Loureiro y Lanzavecchia”, los propietarios del cabaret, quienes a su vez se habían conocido trabajando en un lujoso hotel de San Isidro.
Algo parecido ocurrirá en 1916 con el Royal Pigall, fundado por los dueños del Armenonville en sociedad con Alejandro Lombart. El poema de Celedonio Flores, “Corrientes y Esmeralda”, dice en uno de sus versos: “Rebotando tangos el Royal Pigall”. Aunque bueno es saber que ya para entonces el tango que más rebota en el gusto de la afición es la composición firmada por “Pacho”.
Algunos de sus temas musicales fueron luego recreados con letras memorables. Es el caso de “Un copetín” de José Fernández que Angel Vargas lo interpreta como los dioses. “Tango argentino” de Alfredo Bigeschi, cantado por Gardel con su maestría de siempre. O “El llorón” de Enrique Cadícamo. En el caso de “Llegué a ladrón para amarte”, Maglio es el autor de la música y la letra, además de darse el gusto de que Carlos Gardel lo grabe por primera vez.
Con Carlos Gardel se conocieron en un patio de tango de Boedo cuando ninguno de los dos era famoso, le grabó varios tangos y canciones camperas. Se respetaban como profesionales. El guitarrista Guillermo Barbieri entró a tocar para Gardel gracias a una recomendación de Maglio. En 1929, un Aníbal Troilo de quince años tocaba en su orquesta y para esa época músicos como el eximio violinista Elviro Vardaro y el pianista Rodolfo Biagi hicieron sus primeros palotes bajo su dirección atenta y exigente.
Para esa fecha, Maglio ya era uno de los grandes maestros de la música ciudadana. Su estilo seguramente hoy puede ser criticado, pero está claro que músicos como él fueron los que crearon los primeros fundamentos musicales del género. Hoy los bandoneonistas que se lucen en París, Buenos Aires, Tokio o Nueva York saben muy bien que sus excelencias se las deben a aquellos primeros músicos que sin ninguna tradición y respaldo, sentaron las bases del tango.
Fueron años de aprendizaje, de madrugar en bodegones de mala muerte, de tocar en bailes de carnaval y en locales nocturnos que en más de un caso eran prostíbulos disimulados. Fueron años de giras por pueblos y ciudades del interior, inventando e improvisando los repertorios e imaginando posibilidades para el tango. Fueron años de lucha contra la incomprensión de empresarios, directores de revistas y gerentes de radio.
Maglio debutó a principios del siglo veinte en el café El Vasco de Barracas. Lo acompañaban entonces Julián Urdapilleta en violín y Luciano Ríos en guitarra. En 1910 toca en el legendario café La Paloma, de avenida Santa Fe, el mismo que será inmortalizado por Cadícamo en el tango “A pan y agua”: “En las noches brumosas se pasean las sombras de Tito, Arolas y Bardi”.
Corridos por las ratas que pululaban en el local y los pagos atrasados, los músicos se instalaron más adelante en el café Garibotto de avenida Pueyrredón y San Luis. Después en Ambos Mundos, ubicado en calle Paraná casi esquina Corrientes y en algún momento en La Morocha de Corrientes y Carril, para regresar, esta vez sin ratas, a La Paloma.
Las primeras grabaciones las hizo en el sello Columbia del cual después será socio y su artista estrella. Allí su orquesta se presentó con el nombre de “Orquesta típica criolla de Juan Maglio, Pacho”, integrada por José Bonano con su violín corneta, Carlos Macchi con flauta y Luciano Ríos con guitarra de siete cuerdas. Maglio participó con el bandoneón.
Para 1920 organizó otra orquesta con Rafael Rossi y Nicolas Primiani en bandoneones; Benito Juliá, Salvador Viola y “el pibe” Rossi en violines; Juan Carlos Ghio en piano y José Galarza en flauta y batería. Unos años más adelante el “trío Pacho” está integrado por él y los hermanos José y Luis Servidio. En 1929 integran el trío Federico Scorticati, Gabriel Clausi y Ernesto Di Cicco.
En los tiempos de Maglio el cantor no jugaba un rol central y a lo sumo intervenía entonando un breve estribillo. Varios cantores pasaron por los grupos de Pacho, pero sin duda que el más reconocido de todos fue Carlos Viván, un cantor notablemente afinado, autor de la música y la letra del célebre tango “Cómo se pianta la vida”, grabado muchos años más adelante por Roberto Goyeneche y Héctor Mauré. “Cómo se pianta la vida”, Viván lo inauguró en 1929 con la orquesta de Pedro Maffia.
Juan Maglio Pacho murió el 14 de julio de 1934 en su casa de calle Bulnes. Tenía los pulmones destrozados por los cinco o seis paquetes de cigarrillos diarios que fumaba desde su adolescencia. El año de su muerte su orquesta se lucía en Radio Belgrano y el último tango que grabó fue “Corten el mazo” con letra de Manuel Romero.
Su hijo, Juan Maglio, también se interesó por la música, pero fundamentalmente se lo recuerda porque fue la gran estrella futbolística de San Lorenzo de Almagro en los años de amateur. Jugó también en Gimnasia y Esgrima de la Plata, Vélez Sarsfield y Ferro Carril Oeste. Algunas veces vistió la camiseta de la Selección argentina, pero por sobre todas las cosas se destacó como goleador de San Lorenzo. Se retiró del fútbol en 1934, el mismo año en que falleció su padre.