Tiempos difíciles

Tal vez sea una exageración decir que Hebe Bonafini logró torcerle el brazo a la Justicia con la misma eficacia que en su momento lo hicieran Aldo Rico y Seineldín, los jefes carapintadas que también suponían que contaban con fueros especiales para alzarse en armas y desafiar al Estado de derecho. Bonafini no se pintó la cara, pero se puso el pañuelo blanco, el mismo pañuelo que en su momento expresó la resistencia a la dictadura militar, ahora devenido en coartada para eludir la acción de la Justicia o, para ser más precisos, para disfrutar de privilegios que no alcanzan al común de los mortales.

De Bonafini puede decirse que está gagá, una imputación dudosa porque desde hace años, demasiados, esta señora se considera liberada de los deberes que le corresponden a cualquier ciudadano. Pero admitiendo, incluso, los desequilibrios que pudiera tener una persona de casi noventa años, lo que no se puede desconocer es la labor cómplice y encubridora de militantes, legisladores y ex funcionarios kirchneristas que avalaron las escenas circenses montadas el jueves pasado.

No está de más recordar al respecto que Bonafini no fue citada por crímenes relacionados con el terrorismo de Estado o por alguna violación actual de los derechos humanos, sino para dar explicaciones respecto de la estafa perpetrada por Sueños Compartidos, la institución que ella preside y que, hasta tanto se demuestre lo contrario, es responsable de lo sucedido. La presencia, entre otros, de Boudou, Máximo, Zannini, Larroque, Miceli, Esteche, Parrili y D’ Elía en la carpa del circo pone en evidencia la naturaleza política de un acto calificado como “de la resistencia”.

Episodios escabrosos al margen, no deja de ser patético y de alguna manera canalla, que Bonafini pretenda eludir la acción de la Justicia invocando la memoria de sus hijos muertos hace más de treinta años, jóvenes que, equivocados o no, no murieron por estafar o robar. Que el circo montado por Bonafini haya contado con la colaboración de los políticos más corruptos de la Argentina y de una horda de imbéciles que suponen que apoyándola a ella contribuyen a forjar una sociedad más justa, demuestra la bancarrota ideológica y moral de quienes alguna a vez se dijeron de izquierda.

Lo cierto es que los muchachos se dieron el gusto. Resistieron, y el juez finalmente decidió levantar la orden de detención a cambio de la promesa de tomarle declaración el próximo lunes. De más está decir que los kirchneristas y la propia Bonafini nunca temieron por su libertad, porque esa libertad nunca estuvo en riesgo. Pretendían montar un circo y lo hicieron. Punto. Se dieron el gusto, pero supongo que para todos quedó en claro que los payasos, los monos y la osa mayor no son luchadores sociales sino personajes lastimosos, a los cuales lo único que se les puede reconocer es que efectivamente están luchando por su libertad con la misma entereza que el Gordo Valor, la Garza Sosa o el compañero Robledo Puch.

Lázaro Baéz, con sus recientes declaraciones, también nos dio una lección de populismo criollo, aunque esta vez la clase estuvo teñida de un sórdido resentimiento, propio del recluso que descubre que sus cómplices le soltaron la mano. Por lo pronto, luego de poner en manifiesto que la supuesta utopía nacional y popular no fue más que un emprendimiento destinado a saquear los recursos nacionales, el compañero Báez, se presentó como un pobre negrito de la Patagonia. Maravillas del populismo, proezas verbales de una causa que transforma a un opulento millonario de la Argentina en un pobre negrito.

Populismo de alta escuela; un manifiesto que seguramente Laclau hubiera aprobado, con el mismo desparpajo con el que en su momento el compañero Dante Gullo manifestó que la Argentina necesitaba a cien o mil Lázaro Báez, un deseo declaradamente utópico porque ni siquiera un país como el nuestro podría soportar el empuje depredatorio no de mil o cien Lázaros, sino de apenas dos.

Como para completar el panorama de la semana, el compañero Guillermo Moreno hizo una exhibición televisiva de “morenismo” auténtico, insultando a un periodista en un programa televisivo, mientras sus conductoras demostraban, entre otras cosas, que no están en condiciones de jugar al “ta te tí” en un torneo infantil.

Podría decirse como balance provisorio, que mientras existan en la política argentina personajes como la Señora, Bonafini, Guillermo Moreno y la claque habitual que acompaña a este zoológico de la política, las horas de Macri en el poder están garantizadas, porque nadie, ni siquiera los peronistas que alguna vez creyeron en el denominado proyecto nacional y popular, está dispuesto a acompañar a una banda de malvivientes que transforma a Drácula, Frankestein y el Hombre Lobo en tiernos querubines.

Sin embargo, los errores y los horrores del kirchnerismo no alcanzan a disimular los graves problemas del país. Es verdad que las escenas patéticas del kirchnerismo a quien más han favorecido es al gobierno nacional, pero sería una ingenuidad creer que este “beneficio” se extenderá hasta el fin de los tiempos o que le permitirá al gobierno continuar equivocándose.

Los problemas que en la actualidad se le presentan al gobierno empiezan a ser propios y cada vez tendrán menos que ver con la herencia recibida, herencia que, dicho sea de paso, era conocida; tanto, que cuando los ciudadanos decidieron votar a Macri fue porque supusieron que estaba en condiciones de afrontarla.

Las dificultades de Macri no provienen del hecho de ser rico o presidir un gobierno decidido a defender a los ricos y hundir en la miseria a los pobres, como reza la impotente y anacrónica letanía kirchenrista; sino de una combinación lamentable de problemas objetivos y errores de gestión. Por lo pronto, y más allá de los juicios de valor que nos permitamos hacer, queda claro que los sinceros esfuerzos del gobierno nacional no han logrado dar cuenta de dos problemas centrales: la inflación y la recesión, con sus previsibles consecuencias: carestía de la vida, caída de la actividad económica y despidos. No sólo no los han resuelto, sino que los problemas se agravaron. Como broche de oro, habría que agregar que pareciera que al gobierno se le agotaron las ideas renovadoras y lo que sobrevive es la repetición de consignas que cada vez dicen menos.

O sea que la Argentina marchará hacia un escenario político cada vez más dramático en la medida que el oficialismo se siga debilitando y la oposición no logre articularse como tal, porque carece de crédito moral o no dispone de ideas superadoras. Cuando estos escenarios se presentan, la alternativa superadora se gesta a través de políticas consensuadas que expresen intereses nacionales compartidos.

Lamentablemente, en la actualidad no hay indicios de que se pueda avanzar en una dirección que reclama un gobierno fuerte y una oposición con ideas y grandeza. Por el contario, lo que se observa es una puja cada vez más intensa por reclamos sectoriales en una situación que muestra un aparato productivo lesionado, un sector público ineficiente, y una convivencia social difícil, que exhibe fisuras cada vez más hondas.

Apoyar al gobierno en estas condiciones puede ser para muchos una fórmula tranquilizadora, pero más allá de nuestros buenos deseos, lo que objetivamente importa es que el gobierno se apoye a sí mismo elaborando políticas acordes con el nivel de la crisis que nos acecha.

Los buenos deseos y las simpatías que nos pueda despertar Macri no alcanzan si desde el poder no se logra hacer funcionar un capitalismo moderno, al tiempo que se ejerce la autoridad política y se atienden los diversos y contradictorios reclamos de una sociedad a la cual, está visto, no le gusta recibir malas noticias, y mucho menos hacerse cargo de ellas. ¿Difícil? Claro que lo es; pero supongo que Macri estaba informado de que gobernar es, por definición, una tarea insalubre, que no se mitiga bailando en los balcones o lanzando consignas sacadas de algún manual de autoayuda.

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