Fue el niño prodigio del franquismo y el viejo prodigio de la derecha. Por sobre todas las cosas fue siempre Fraga Iribarne, don Manuel, como le decían amigos y adversarios. Se pondera su cultura, su acerada inteligencia, su absoluta vocación de poder, pero también conviene destacar su puntillosa y proverbial honradez. Y esto hay que decirlo sin eufemismos: don Manuel fue honrado y austero. Honrado y austero después de haber manejado millones de dólares provenientes del turismo.
Su vanidad fue el poder, y la inteligencia; su debilidad, su carácter impetuoso, desbordante. Fue leal a sus convicciones y a España. Lo fue durante sesenta años. Una sola asignatura quedó pendiente en su curriculum: no pudo ser presidente. No fue presidente de España, pero José María Aznar y Mariano Rajoy se reconocen como sus discípulos. Y efectivamente lo fueron. Incluso en las disidencias.
Como dijera uno de sus biógrafos: don Manuel nunca fue presidente, pero fue el patrón de la derecha. Y lo fue con ganas, con talento y con votos. El jefe histórico del comunismo español, Santiago Carrillo, pondera su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, sin dejar de ser un derechista convencido. Carrillo no puede menos que recordar con cierta nostalgia aquella anoche de 1978, cuando en el distinguido Club Siglo XXI Fraga acompañó al jefe comunista en la presentación de su libro “Eurocomunismo y Estado”. Fue la gran noticia del momento. Las tapas de todos los diarios reprodujeron la imagen de dos hombres colocados en las antípodas de la política española compartiendo el mismo estrado.
Se le reconoce haber jugado un rol importante en la transición democrática. Es verdad. Fue uno de sus artífices, pero no regaló nada. Y mucho menos convicciones. El hombre que escandalizó a sus seguidores acompañando a Carrillo, fue el mismo que meses antes había declarado que legalizar al Partido Comunista era un golpe de Estado. El hombre que defendía las libertades, era el mismo que en 1963 no había movido un dedo para salvar la vida del líder comunista Antonio Grimau.
Como dijera un periodista veterano, don Manuel era demasiado liberal para el franquismo y demasiado autoritario para la democracia. Es probable que a esa evaluación él la hubiera aprobado sin corregirle una coma. Siempre creyó que el sistema franquista debía reformarse, pero nunca dijo una palabra contra Franco. Creía en las libertades, pero mucho más creía en el orden; creía en la ley, pero por sobre todas las cosas creía en la autoridad.
Como buen conservador se proponía conservar todo lo que fuera posible de la vieja sociedad, pero cuando consideraba que alguna reforma era necesaria, la promovía con entusiasmo. Sería un error concebirlo sólo como un defensor del capitalismo o la propiedad privada. Lo era, por supuesto, pero su liderazgo iba más allá de la referencia economicista porque don Manuel era popular y elitista; inteligente y prejuicioso; prudente e impetuoso. Imposible calificarlo ideológicamente. Liberales, cristianos, conservadores y monárquicos lo apreciaron y lo recelaron. Fraga era una mezcla de muchas cosas, pero por sobre todas las cosas era fraguista. Se podía discrepar con él, pero no se lo podía ignorar. Para bien o para mal fue insustituible.
Nació en Lugo el 23 de noviembre de 1922. Vivió los primeros años de su infancia en Cuba. De allí regresó con su familia en 1928. Como buen gallego, siempre se llevó bien con su paisano Fidel Castro. No se le conoce una declaración en contra del régimen cubano, pero sí se permitió decir que si él se hubiera quedado a vivir en Cuba hoy sería el Fidel Castro de la isla.
Su gran aporte al franquismo fue la promoción del turismo, rubro del que fue ministro durante casi siete años. Y la ley de prensa. Con relación al turismo, hoy hasta sus adversarios admiten que fue el primero que vio en esta actividad una de las claves del futuro. “España es diferente”, fue su gran consigna para atraer a viajeros del todo el mundo.
Con respecto a la ley de prensa, toleró ciertas libertades, pero no muchas. Se disculpó luego diciendo que hacía lo que podía. “Yo tenía que hacer cosas desagradables para hacer posibles otras”, dicen que dijo años después. De todos modos, lo cierto es que en la anquilosada maquinaria del poder franquista de aquellos tiempos, él se destacó por su inteligencia, su capacidad de gestión y su temple reformista.
Jamás cedió ideológicamente a reivindicaciones “progres” como el divorcio, el aborto o el matrimonio gay. Incluso fueron famosas sus declaraciones acerca de las relaciones entre el preservativo y la política. “Toda mi vida he dicho verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme ninguno”. De los ecologistas decía que “si por ellos fuera todavía viviríamos en las cuevas de Altamira”. Cuando las feministas se movilizaron en contra de un alcalde de su partido acusado de violar a una menor, no tuvo empacho en declarar: “Son unas hipócritas. Me piden que me apiade de una niña cuando han estado luchando por el aborto sin condiciones, el amor libre y la pareja del mismo sexo”.
Con los homosexuales, su relación no era mejor. “Si nacen así, pues qué se le va a hacer, pero no digan encima que se sienten orgullosos de funcionar al revés”. A las feministas las escandalizó cuando declaró en una conferencia de prensa que “los indecisos no expresan lo que piensan, del mismo modo que las mujeres no dicen con cuántos hombres se acostaron”.
Sin embargo, esta reliquia de la derecha fue uno de los redactores de Constitución de 1977. Y no tuvo pelos en la lengua para criticar al coronel Tejero cuando se levantó en armas contra la democracia. Asimismo, sus arrebatos de conservador no le impedían afirmar cuantas veces fuera necesario que la democracia era una conquista política de España y que la unidad de la nación era decisiva. Digamos que don Manuel, a diferencia de otros políticos, tenia un proyecto de país en su cabeza. O, como dijera Felipe González: “le cabía el Estado en la cabeza”.
Su pasión por la política, que en él era pasión por el poder, era desbordante. Tenía más de ochenta años y en una campaña electoral se computó que en 300 días participó en casi 900 actos públicos y recorrió 48.000 kilómetros. Siempre se dijo que Felipe González aspiraba a que su sucesor fuera don Manuel, porque despreciaba a Aznar por mediocre. Esos reconocimientos no impidieron que don Manuel en un mitín partidario dijera que “el puño oprime y oprime cada vez más”, para referirse al logo del PSOE, en el que se destacan el puño cerrado y la rosa.
Sus sesenta años de itinerario político incluyeron disputas internas duras y a veces feroces. Nunca acordó con Adolfo Suárez. Y su partido, Alianza Popular, empezó a crecer luego de la bancarrota de la Ucedé suarista. Cuando el espacio político nacional se le cerró, regresó a Galicia y durante quince años fue el hombre fuerte de esa región. Los gallegos lo respetaban y lo votaban. Los gallegos de España y los gallegos de la Argentina, a los que visitó varias veces.
A sus dotes de caudillo y jefe de Estado, le sumó una cultura amplia y profunda, avalada por publicaciones, libros y conferencias. Periodistas, escritores, políticos de todos los países peregrinaban a Galicia y consideraban que una entrevista con él justificaba el viaje. Cuando se lo proponía podía ser encantador, particularmente con las mujeres, pero al minuto siguiente podía montar en cólera y más de una vez sacó a empujones de su despacho a periodistas que consideraba irrespetuosos o atrevidos.
En su vida privada fue tan coherente como en su vida pública. No era clerical, pero todos los domingos iba a misa y se enorgullecía de haber estado con Pablo VI y Juan Pablo II. Cuando le preguntaban si estaba arrepentido de haber tomado alguna decisión en el pasado, respondía sin vacilar: “A esas cosas las converso con mi confesor”.
A su mujer la quiso y la respetó, hasta donde un político de tiempo completo puede querer y respetar a una esposa. Lo seguro es que le fue fiel hasta el último día. Todos recuerdan cuando una Ava Gardner joven, hermosa y fatal, lo invitó a salir a tomar una copas. “Usted me perdonará, pero tengo cosas más importantes que atender”, le respondió. Como se dice en estos casos: genio y figura.