¿Ahora los delincuentes son las víctimas?

Horas vividas en el bar; horas de amistad, de debates, de hablar de lo que a uno le da la gana. Lo decía mi amigo: un pueblo que no tiene una barra y unas mesas donde sus vecinos se reúnen para compartir un café, una copa y una conversación, es un pueblo condenado, no importa el número de habitantes o lo viejo o joven que sea.

—Al médico que mató al delincuente que lo quiso asaltar, Villar creo que se llama, acaban de excarcelarlo -comenta Abel.

—Lo excarcelaron, sí, pero sigue acusado de homicidio -apunta Marcial con tono quejoso.

—Bueno muchachos -digo- convengamos que hay un muerto y si vivimos en un país civilizado tenemos que hacernos cargo de estas responsabilidades.

—Yo, por primera vez en tantos años, voy a estar de acuerdo con Marcial -anuncia José.

—En qué me estaré equivocando -murmura Marcial en voz baja.

José, que no lo escuchó, agrega: —El médico se defendió, ¿alguien tiene alguna duda al respecto? Se defendió con lo que pudo; tenía un revólver y lo usó, pero si hubiera tenido una gomera o un cascote habría recurrido a eso porque lo que necesitaba era defenderse de tres o cuatro delincuentes que le habían robado el auto, lo habían cagado a puñetes y, encima, después le habían pasado con el auto por arriba.

—Yo creo, como dijo Garavano -acota Abel-, que todos somos víctimas, la sociedad, el ladrón, el médico.

—Linda manera de lavarse las manos -se queja Marcial-, se equipara al delincuente con un hombre de bien. En nombre de un humanismo edulcorado, arribamos a las mismas conclusiones a las que, por mejores motivos, llega Discépolo en “Cambalache”.

—Bueno -insisto- tengamos presente que el delincuente también es una persona.

—Con ese argumento, lo disculpamos a Calígula, a Hitler, a Jack el Destripador, a Robledo Puch, a cualquiera. Es una persona, qué lindo, una persona que como toda persona tiene madre, padre, hermanos y tal vez un hijo, pero, ¿eso lo libera de responsabilidades?

—No exageremos para un lado ni para el otro -puntualizo-, los delincuentes son delincuentes pero son personas y como tales deben ser tratados.

—Son personas que eligieron robar y matar -observa José-, porque si vamos a decir todo, hay que decirlo, si no arribaremos a la conclusión de que da lo mismo una cosa que la otra.

—Lo que hay que preguntarse -expresa Abel- es si le corresponde al doctor Villar la figura del legítimo derecho a la defensa.

—¿Y a vos te cabe alguna duda de que el doctor Villar se defendió? A ver, volvamos al principio. Se trata de un médico decente que sale de su casa para ir al consultorio y lo asaltan. ¿Tanto daño nos ha hecho el rufián de Zaffaroni para que no tengamos en claro quién es el delincuente y quién es la persona de bien?

—Eso está claro -reconozco- pero lo que discutimos es si el señor Villar se excedió en su derecho de defensa.

—Según mis escasos conocimientos jurídicos -observa Marcial- la legítima defensa existe si hay proporcionalidad. Todo muy lindo, pero en la vida real hay que ponerse de acuerdo en ese detalle. Si un tipo entra en mi casa armado y yo lo mato de un tiro ¿fue o no proporcional la respuesta?

—Depende -digo.

—Es más -agrega Marcial- pongamos que después nos enteramos que la pistola que llevaba el delincuente era de juguete. ¿Qué hacemos?

—Habrá que ver.

—Habrá que ver nada -reacciona Marcial-, un tipo entra a mi casa armado; ponele incluso que sea de día o las luces estén encendidas, ¿qué tengo que hacer yo? ¿Dejarme matar?, ¿pedirle que me diga sus intenciones?, ¿preguntarle si el revólver es de juguete o real para que los garantistas se queden satisfechos? ¿Qué tenía que hacer Villar con los que le robaron el auto y le dieron una marimba de palos? ¿Preguntar si el pistolón que portaba el facineroso tenía balas o no tenía balas?… no me jodan… a la violencia la generan los delincuentes y resulta que después la culpa la tiene el que se defiende.

—No carguemos las tintas -propone Abel-, el doctor Villar fue excarcelado…

—Yo no cargo nada, simplemente participo del debate que se abrió y doy a conocer mi punto de vista -sostiene José-, agregaría a continuación que, para tener una mirada completa del tema, hay que ver el contexto social, porque si cada vez hay más pobres y más desocupados es lógico que crezca la delincuencia.

—Lógico más o menos- responde Marcial-, si en las sociedades civilizadas se responde individualmente por los delitos, no hay que perder de vista que el delincuente eligió ser delincuente, porque en su casa el hermano o el primo o el cuñado -que crecieron en las mismas condiciones- trabajan, estudian, se las arreglan como pueden, pero no roban ni matan. O sea que el contexto social no borra la responsabilidad individual.

—Tampoco exageremos la nota -digo-, los delincuentes tienen que estar entre rejas, pero no podemos regresar al Far West.

—No debemos regresar al Far West si la policía previene y reprime, y si los jueces investigan y juzgan, pero si eso no pasa, los ciudadanos tenemos el derecho a defendernos.

—Pareciera que los garantistas -interviene Marcial- están dolidos porque murió un ladrón y una víctima pudo defenderse. Pareciera que a ellos, por una deformación psicológica, les gusta que siempre muera la víctima.

—Yo agregaría un detalle más -acota Abel-, el hermano del delincuente muerto amenaza a su vez de muerte, y no estoy enterado de que la policía o algún juez hayan hecho algo para poner entre rejas a alguien que anuncia los delitos que se propone cometer. ¿O también este hermano es una víctima?

—Comparto lo de Abel -enfatiza José-, porque imaginemos qué hubiera pasado si a las amenazas las hubiera hecho el familiar de alguna víctima.

—Admitamos que el hermano del delincuente tiene derecho a estar dolorido.

—Lo que no tiene derecho es a defender a un delincuente y mucho menos amenazar de muerte. Presten atención a lo que escribió con horrores de ortografía; en algún momento lo trata al médico de gil…

—¿Y eso a qué viene?

—Que para los delincuentes sus víctimas son giles, los vivos son ellos, tan vivos son que hasta encuentran a los garantistas de turno para que los defiendan incluso cuando los matan.

—Lo que digo es lo siguiente -anuncia Marcial y hace un sugestivo silencio, motivo por el cual todos nos quedamos mirándolo-. Repito… lo que digo es lo siguiente: qué enfermos nos dejó el kirchnerismo para que tengamos que discutir temas como éstos, algo que, dicho sea de paso, no nos debería llamar la atención, porque si una ex presidente roba y no alcanza a explicar la muerte de Nisman; o un funcionario esconde millones de dólares con la complicidad de religiosas encerradas en un convento ¿Qué podemos esperar?

—No comparto -concluye José.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *