Peripecias de una reforma constitucional

Persiste el frío, el clima ideal para compartir la mesa de café con amigos. Quito sirve la vuelta de café y té, deja unas medialunas y las correspondientes galletitas saladas para Marcial. Los diarios ya están con nosotros, los locales y los de Buenos Aires, la pantalla del televisor informa sobre los acontecimientos cotidianos; predominan, por supuesto, los episodios escabrosos porque, como dije alguna vez, la gente no comenta lo normal sino lo que se sale de ese lugar y, como bien se sabe, noticia es siempre aquello de lo que la gente habla. José es quien abre el tema de la mañana.

—La reforma constitucional puede que salga, y si sale yo estoy de acuerdo porque la que rige tiene más de cincuenta años de existencia.

—La de los Estados Unidos de Norteamérica tiene más de doscientos y tan mal no les va -observa Marcial.

—Mi modelo no es EE.UU. -responde José-, odio a los yanquis.

—No sos el único, pero no creo que los yanquis pierdan el sueño por tus sentimientos -acota Marcial.

—Lo que señalo -dice Abel- es lo siguiente: Mendoza es la provincia evaluada como la de mejor calidad institucional y su Constitución tiene casi cien años. De esto pueden desprenderse dos conclusiones: que una Constitución vieja es como los vinos, una garantía de calidad; y que la calidad institucional más que depender de la letra escrita depende de los comportamientos cotidianos de la sociedad, de la preocupación de la gente y de los líderes políticos por actuar dentro de las normas.

—No comparto -reacciona José-, en los últimos años se han reformado casi todas las Constituciones provinciales, y en 1994 la Constitución Nacional, por lo tanto se impone poner a nuestra Constitución en sintonía con la realidad nacional.

—Estoy de acuerdo con José -expreso-, creo que efectivamente la Constitución Provincial tiene que adecuarse a los nuevos tiempos.

—Hay otras tareas más importantes que hacer en la provincia -interviene Abel con tono quejoso-, el hampa está cada vez más atrevido, las villas miserias en Rosario son una vergüenza y nosotros vamos a dedicar tiempo y plata para jugar a ser reformistas.

—Con ese argumento nunca vamos a hacer nada institucional porque siempre habrá tareas prácticas que ejecutar. Lo que ocurre es que los que se oponen a la reforma lo hacen invocando cuestiones prácticas, cuando la reforma constitucional como tal es una cuestión práctica que provoca consecuencias prácticas.

—Yo creo que a la Constitución no hay que tocarla -insiste Marcial- los problemas que tiene Santa Fe no los produce la Constitución sino la falta de cumplimento de sus sabias disposiciones.

—Yo te pongo un ejemplo -responde José-, la mayoría de las Constituciones provinciales autorizan una reelección del gobernador, algo que también autoriza la Constitución Nacional.

—José puso el dedo en la llaga -puntualiza Abel-, la reforma de la Constitución no es un seminario de Derecho Constitucional sino una decisión política relacionada con el poder. Dicho esto, agrego que los problemas de Santa Fe no han sido la falta de reelección sino todo lo contrario. La renovación de gobernadores después de un mandato ha ampliado y recreado el sistema político y ha impedido la consolidación de dinastías.

—Creo -digo- que se puede abrir un espacio reformista si previamente el gobernador se compromete a no participar en el próximo proceso electoral, algo que dicho sea de paso, planteó en su momento Bonfatti.

—Yo retomo la idea de Abel. Una reforma constitucional no es un seminario de Derecho Constitucional, es un espacio de disputa del poder y, por lo tanto, cuando esto ocurre, lo primero que miro es qué se piensa hacer con la reelección, sobre todo en esta bendita Argentina donde todas las reformas constitucionales se realizaron invocando excelsos motivos cívicos, pero en realidad lo que siempre importó fue la reelección, que le da continuidad al poder.

—Para mí ese no es el tema fundamental -refuta José- la reelección no es un mal, al contrario, en América Latina los líderes son importantes. Yo estaría en desacuerdo que alguien, por decreto, se quede en el gobierno; pero la reelección, como la palabra lo dice, exige que el candidato sea electo. O sea que la reelección no está reñida con la democracia, todo lo contrario.

—He aquí un argumento peronista expresado sin anestesia -observa Marcial-, pero lo novedoso, en este caso, es que el beneficiario de ese argumento no sería un peronista sino un socialista.

—Y ¡si el pueblo lo quiere! -exclama José.

—El pueblo en estos casos está pintado. Además, lo que hasta un vendedor de panchitos no ignora es que la reelección le facilita al poder de turno disponer de recursos necesarios para ganar.

—A mí me parece -subrayo- que empobrecemos el debate si discutimos reelección si o reelección no.

—No digo que sea lo único que haya que discutir, pero sí lo primero; porque darle la reelección a un gobernador es como jugar al truco y darle el macho de espada y el macho de basto.

—Insisto -reitero-, hay temas importantes como los mandatos de los presidentes de comunas, las autonomías de los municipios.

—Que según dijera un juez, son temas que se pueden abordar mediante una ley. Así y todo, lo que advierto es que con el entusiasmo reformista se les pueda ocurrir decretar a Rosario capital de la provincia.

—Sé que eso no va a pasar -afirma Abel-, pero se puede maniobrar para otorgarle a esa ciudad más poder institucional. En todos los casos, temo que más que una reforma constitucional lo que vamos a hacer es abrir una caja de Pandora.

—A mí me extraña -repito- que gente progresista se oponga a actualizar la Carta Magna.

—Ninguno de los objetivos progresistas de los que hablás están prohibidos por la actual Constitución.

—Como no, temas como la protección del medio ambiente, la relación con los pueblos originarios, los propios derechos humanos.

—Guitarra campera -replica Marcial.

—No digo que no sea guitarra -agrega Abel-, pero convengamos que la actual Constitución Provincial no dice una palabra sobre estos temas, aunque tampoco los prohíbe.

—Siempre he creído -expreso- que un buen ordenamiento legal crea condiciones para un posterior buen ordenamiento social.

—Yo creo al revés -contesta Marcial-, el cambio de las prácticas sociales no sólo hace realidad la voluntad de la ley sino que puede abrir horizontes para futuras reformas.

—En 1853 no pensaron así -interpreta José-, primero redactaron una Constitución y después vinieron los cambios.

—Pero en 1853 -responde Abel- no había una Constitución, cosa que ahora sí hay. Yo estaría dispuesto a dejar todo lo que hay que hacer si no tuviéramos una Constitución, pero la tenemos y es buena.

—Es buena pero hay que actualizarla, no hay que tenerle miedo a las reformas.

—Yo a lo que le tengo miedo es a las picardías de los políticos, a los que invocan grandes causas y lo que quieren es quedarse atornillados en el poder toda la vida. A eso le tengo miedo.

—Nadie pretende eso.

—No estoy tan seguro. Aclaren los que convocan a la reforma que se mantendrán prescindentes en temas de poder y nos quedamos más tranquilos.

—A un político no se le puede exigir eso.

—No comparto.

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