De la que nos salvamos

Los hechos se reiteran con una exasperante y acongojadora monotonía. Los escenarios, los protagonistas y los objetos en juego se parecen. Cerramos los ojos y las imágenes se reproducen obsesivamente: bolsos, bolsos con plata, bolsos revoleados en conventos, depositados en viviendas, abandonados en algún rincón. Aguantaderos que harían sonrojar al propietario de un prostíbulo, aguantaderos donde cuentan sumas millonarias mientras brindan con whisky, fuman habanos y disfrutan de los beneficios nacionales y populares de la causa. Cajas fuertes y bóvedas, repartidas por todos lados, muchas de ellas extraviadas en las soledades de la Patagonia, ese territorio que para los kirchneristas se confunde con el Paraíso.

¿Será para tanto? Lo es. El paisaje del sur es un paisaje de viento, arena y arbustos; pues bien, ahora a ese paisaje se suma la escena surrealista digna de Lautréamont o Tzara de cajas fuertes, bóvedas y bolsos abandonados en esas soledades inclementes de la Patagonia. Cajas fuertes dije, cajas fuertes bendecidas por un presidente que no tuvo empacho en abrazarse a ellas, mientras con mística devoción pronunciaba, en uno de sus extraños arrebatos de sinceridad y abandono al placer, la palabra “éxtasis”.

Los movimientos políticos con pretensiones históricas crean sus propios símbolos. Así lo hizo la Revolución Francesa; así lo hizo la Revolución Rusa con el martillo y la hoz y así, seguramente pretenderá hacerlo la causa K, aunque sin ánimo de profetizar, muy bien podría postularse la posibilidad de que los símbolos que en el futuro recuerden a la gestión nacional y popular autodesignada como década ganada, sean la bóveda, la caja fuerte, el bolso, los fajos de billetes -siempre dólares y euros-, como corresponde a sinceros líderes tercermundistas. Y todo ello instalado muy orondo en el lobby de algunos de esos hoteles que funcionan a pleno con huéspedes fantasmas.

Los hoteles. Los hoteles, el turismo y la timba. La preferencia que subyuga a los inversores K, la preferencia que los entendidos afirman que es funcional al lavado de dinero y a algunas otras prácticas macabras a las que son tan aficionados. Ahora todos sabemos muy bien en qué consistía el modelo de acumulación con matriz diversificada e inclusión. Los Báez y los López, Néstor y Cristina lo supieron siempre, fue la razón de su vida, por plagiar el título de un libro plagiado. Ahora sí sabemos que el modelo de acumulación fue la acumulación lisa y llana de sus propiedades; y el desarrollo, el desarrollo de sus fortunas. La matriz sólo incluyó a sus cuentas corrientes y la diversificación no fue tan amplia pero fue efectiva: negocios con la obra pública, con el juego, con el lavado y el narcotráfico. La palabra “inclusión” no podía estar ausente. Claro que incluyeron, pero por razones comprensibles nunca informaron cuántos serían los beneficiarios de esa inclusión. Ahora sí lo sabemos. Sus beneficiarios están todos los días en las páginas de los diarios y las pantallas de los televisores. Por ahora la noticia parece pertenecer al campo de la política, pero todos sabemos que los muchachos han ganado por mérito propio el honor de incluirse en la página policial, el honor, como dice la letra de tango, “de colgar sus fotografías donde está la galería de los ases del choreo”. Modelo de acumulación con matriz diversificada e inclusión. La magia de las palabras para designar con un tono de respetabilidad académica la pulsión torrentosa y obsesiva por robar.

A esas rutinas fundadas en la corrupción, los negociados, el saqueo de los recursos estatales, los apologistas y epígonos de la causa nacional y popular lo consideran el esfuerzo denodado, militante y heroico por constituir una pujante y competitiva burguesía nacional, cuyo exponente emblemático podría muy bien llamarse Lázaro Báez o Cristóbal López. O, por qué no, Néstor y Cristina Kirchner.

Los apellidos de los actores de este vodevil algo siniestro, algo grotesco, son dignos de la memoria popular. Se llaman López, Fernández, Mercado, Boudou, Milani, Zannini, Báez, Jaime, Ulloa, De Vido. Y en estos días se suma a este cuadro de honor un señor de apellido Tomeo. Todos diferentes por supuesto, pero todos coincidentes en un punto: todos hasta hace diez o doce años andaban en bicicleta y se trasladaban en autos atados con alambre; los que trabajaban, que no eran todos, vivían con sueldos modestos y tenían problemas para llegar a fin de mes; otros, se habían distinguido como expertos en la atorrantería política, ligeros para el arte de la furca, el escruche, la culatería y el grilo; protagonistas involuntarios de una picaresca sórdida y rastrera, decididos a enriquecerse como sea y con quien sea, peronistas por instinto de supervivencia y por la certeza fullera de que sólo en el peronismo es posible realizar ese pasaje de canillita a campeón, de ratero a honorable y de seco a millonario.

A esa pulsión delictiva, a ese milagro de transformar a un punga en millonario, a un aventurero social en ministro, el populismo la denomina movilidad social ascendente que, traducido al lenguaje esotérico de la Señora, se expresaría con la palabra “exitoso”, término burbujeante y de connotaciones eróticas que el relato nacional y popular incorpora a la política militante. Maravilla populista. Ya no se trata de ser heroico, abnegado, místico, lúcido o solidario; la piedra de toque en la vida es el éxito y la clave es el término “exitoso”.

La biografía privada y pública de la Señora es un testimonio fiel de esta causa que tiene a Báez como hombre nuevo, al Morsa Fernández como profeta, a D’ Elía como apóstol, a Bonafini como ángel tutelar, a Boudou como trovador, al honorable general Milani como testimonio vivo de la causa de los derechos humanos, a López como capellán y a Diana Conti en el orgiástico rol de monjita de clausura.

Nobleza obliga, hay que admitir que los muchachos no sólo se dedicaron a la obra pública, la compra de hoteles, el juego y otras delicadas promociones. También se ocuparon de los de abajo. Los pobres estuvieron presentes en sus obsesiones y desvelos; es más, no dejaron rincón, barrio o villa sin atender, sin hacerse presentes con sus promesas y su venta de espejitos de colores. Claro que se acordaron de los pobres, pero para joderlos, para apretarlos, para corromperlos, para explotarlos, para impedir que alguna vez pudieran organizarse con cierta autonomía, que pudieran constituirse en sujetos políticos, ciudadanos plenos o simplemente personas.

Clientelismo, hampa, barras bravas, narcotráfico, rufianes, prostitución, el mundo devastado de las clases populares padeció el azote de esta suerte de mafias protegidas desde el poder político con el objetivo de reproducir el modelo “de inclusión y producción diversificada”. Nada quedó fuera de su control. Como vampiros cebados succionaron energías, pero también ideales, esperanzas, sanas rebeldías. A su paso arrasaron con cooperativas, mutuales, clubes, iglesias y vecinales.

Dueños del poder sobornaron lo sobornable, extorsionaron lo extorsionable e intimidaron lo intimidable. Para ello se valieron del aporte de las excrecencias sociales que vegetan en el mundo despiadado de la pobreza, en el infierno cotidiano de los olvidados, en el universo insomne de los despojados de toda esperanza. Más información leer el libro de Jorge Ossona “Punteros, malandras y porongas (la ocupación de tierras y usos políticos de la pobreza)”. O leer por Internet sus impecables artículos.

Oligarquía, sí señor. Oligarquía política, corrupta e implacable a la hora de ejercer su dominio. Oligarquía con poder material y poder para implementar relatos y otras supercherías por el estilo. Oligarquía privilegiada por la riqueza, retóricamente progresista pero profundamente reaccionaria, adherida a las experiencias sociales y políticas más retrógradas. Admiran la Venezuela de Chávez y Maduro, aman a Putin, envidian a los ayatolas de Irán y hasta son capaces de matar para protegerlos, se sensibilizan hasta las lágrimas por la suerte del jefe de la corrupción brasileña y suponen que Cuba es lo más parecido a un paraíso. Como se dice en estos casos: por sus amores los conoceréis.

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