Gildo Insfran, ¿el rostro genuino de la causa nacional y popular?

Conocí a Gildo Insfrán en 1995, el año y la noche para ser más preciso, en que fue elegido gobernador de Formosa después de haberse desempeñado durante dos períodos como vicegobernador. Como no podía ser de otra manera y atendiendo a su genuina filiación partidaria, los festejos con bombos, pitos y matracas se celebraron en la Casa de Gobierno, motivo por el cual no se me ocurrió nada mejor que preguntarle, con música de la Marchita como telón de fondo, si le parecía correcto que los festejos de una victoria partidaria se celebraran en la Casa de Gobierno que supuestamente es la sede de todos los formoseños.

Si un habitante del planeta Plutón hubiera ingresado al lugar no lo habría mirado con tanta extrañeza. Es probable que haya pensado que se trataba de una provocación o de alguna maniobra perpetrada por los mitristas. Se puso serio, se acomodó incómodo el birrete nacional y popular que calzaba y casi sin mirarme dijo que la Casa de Gobierno es de los peronistas y nada ni nadie impedirán que festejen sus victorias como siempre lo han hecho y como siempre lo harán. Más claro echarle agua. Peronismo de alta escuela, como se dice en estos casos.

Yo entonces era un periodista atrevido, motivo por el cual pensé preguntarle sobre su opinión acerca de la reelección indefinida, o si pensaba hacer algo respecto de las denuncias sobre negociados en las obras públicas, o por qué los legisladores y jueces de Formosa percibían los sueldos y recursos más altos del país e incluso más altos que los de Baviera y California. Juro que me salía de la vaina por hacerle esas preguntas aprovechado que lo tenía a mano, pero si bien en aquellos años yo era atrevido, no era suicida, dato que tuve presente cuando presté atención al silencio que se había armado a mi alrededor y a la catadura de los energúmenos que lo rodeaban y que sin decir una palabra me hicieron sentir como el personaje que evocan Borges y Bioy en “La fiesta del monstruo”.

No sé por qué me perdonaron la vida; supongo que habrán considerado que no había que gastar pólvora en chimango, sobre todo en un chimango solitario y con credencial de periodista; tal vez, en el mejor estilo borgeano, los compañeros habrán supuesto que estaban soñando y que yo era tan irreal como mis preguntas. Salí como pude de la bacanal. Abundaban en los salones y pasillos retratos de Insfrán y Menem, el hombre que precisamente mandó el primer telegrama de felicitaciones, con el mismo entusiasmo con que años después los iban a enviar en sucesivos y aluvionales triunfos Néstor y Ella.

Como mis amables lectores habrán advertido, Insfrán no tuvo problemas en ser menemista, duhaldista, kirchnerista y cristinista, lealtades ocasionales y oportunistas que nunca alcanzaron a disimular su profunda y exclusiva identidad peronista. Desde 1995 a la fecha, el muchacho recorrió un largo camino, una peregrinación que lo transformó en una de las fortunas más importantes de la provincia, con estancias adquiridas en Paraguay, su país de origen y el modelo de sociedad al que añora y aspira.

Atendiendo a sus hazañas políticas, sin duda que parece una ingenuidad preguntarle si era correcto celebrar una victoria electoral en la Casa de Gobierno, cuando en realidad, como la experiencia lo demostró hasta el cansancio, toda la provincia es suya. Y todos los negocios, los públicos y privados, pertenecen a él, sus parientes y amigos. Imprudente, ingenuo, inconsciente, insisto en que en su momento le hice a Insfrán la pregunta adecuada, porque como dice el refrán español: “De aquellos polvos, estos lodos”.

Formosa en 1995 -y después de dos gestiones peronistas- no era muy diferente a la que los formoseños padecen en la actualidad; los formoseños y los argentinos, porque la fortuna de Insfrán y sus compañeros la pagamos entre todos. Los cambios a partir de 1995 son entonces cuantitativos, porque los cualitativos ya los habían perpetrado. Desde aquella fiesta en la Casa de Gobierno a la actualidad lo que hubo fue más concentración de poder, más negociados con la obra pública, más contrabando y más trata. Nobleza obliga, hay que admitir que para 1995 no se hablaba todavía del narcotráfico, aunque no me consta que ya existiera, puedo llegar a admitir que efectivamente el narcotráfico es un aporte humanitario genuino de Insfrán, hombre generoso que no vacila en compartir su suerte y sus billetes con parientes y, en este caso, con sobrinos y sobrinas.

La gestión nacional y popular de Insfrán reparte cargos públicos, jubilaciones, planes sociales y algunas que otras migajas, que nunca alcanzan a alterar el hecho real y consistente de una provincia que exhibe los niveles de pobreza y mortalidad infantil más altos del país. Cuando hace unos meses, Carlos Tévez comentó al pasar que en su visita a Formosa para jugar un partido de fútbol observó rostros y cuerpos estragados por la miseria, no mentía ni exageraba. A Tévez no le van a enseñar Insfrán y sus opulentos secuaces lo que es la pobreza, porque él la padeció en su propio cuerpo. Sin embargo, los muchachos se pusieron furiosos. Cómo es que se atreve este villerito europeizado a hablar de pobres, cuando todo el mundo sabe que Formosa es lo más parecido al Paraíso.

Paraíso o no, lo que más llama la atención al llegar a la cuidad de Formosa es la cruz gigante que se levanta al ingreso de una de sus avenidas principales. Los afiches con el rostro de Insfrán calificado como conductor y jefe están acompañados por el escudo del Partido Justicialista y una cruz. Mientras tanto, el presidente Macri no logra arrancarle una sonrisa al Papa porque el Sumo Pontífice supone que se trata de un neoliberal insensible al sufrimiento de los pobres.

¿Es popular Insfrán en Formosa? En clave populista seguro que lo es. Y lo es como lo son todos los caudillos que reparten limosnas y que permiten que las multitudes coman de su mano. En el caso particular de Insfrán, su popularidad se expresa en victorias electorales cuyos porcentajes superaron el setenta por ciento de los votos. Los mendigos son agradecidos, decía Mark Twain. También son agradecidos los santiagueños con Juárez y Zamora, los riojanos con Menem, los catamarqueños con Saadi, los neuquinos con Sapag , los puntanos con los Rodríguez Saá, los santacruceños con los Kirchner. Pero si el régimen de dominación de Formosa posee alguna identidad real es con Paraguay y con ese otro líder irredento de la causa nacional y popular que se llamó Alfredo Stroessner, el gran amigo de Perón. Paraguay, el país al que los peronistas, con Insfrán a la cabeza, consideran algo así como La Meca de la Argentina peronista, al punto que más de un formoseño se considera -y muchas veces dan ganas de darle la razón- paraguayo de la diáspora.

Como se podrá apreciar, Formosa es un emergente notable, pero no el único en esta Argentina donde numerosas provincias viven de la coparticipación, mientras sus caudillos y su Corte de los Milagros se enriquecen gracias a ese beneficio, mientras sus poblaciones padecen hambre, enfermedades y las más diversas humillaciones. El otro cáncer de la Nación, el Conurbano, es también una consecuencia de ese caudillismo populista, corrupto y mafioso, por lo que se deduce que el termómetro para evaluar cuánto avanzamos en dirección a un país más justo y libre o cuanto retrocedemos hacia la barbarie y la pobreza, está en relación directa a lo que se haga o se deje de hacer con esos regímenes que expresan con sus ruindades, canalladas, prepotencias, despotismo y truhanerías, la versión real y descarnada del relato nacional y popular.

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