Acordar con los peronistas sin caer en el populismo

Una suerte de sabiduría popular, matizada con prejuicios, mitos y verdades de sentido común, postula que la gobernabilidad en la Argentina reclama necesariamente la participación del peronismo. En principio, estoy tentado de decir que no hay nada nuevo bajo el sol. La fantasía de los no peronistas acerca de beneficiarse de los favores del peronismo es añeja y aleccionadora. Añeja, porque por lo menos desde 1955 hasta la fecha políticos no peronistas intentaron heredar, infiltrarse o «ponerle cerebro al elefante». Y aleccionadora, porque el fracaso fue rotundo: mencionar la UCRI, los conservadores, la izquierda nacional, la democracia cristiana y la Ucede es algo así como tomar asistencia a una lista de identidades políticas que descansan en paz o duermen el sueño de los justos.

Este debate adquiere centralidad en la Argentina cuando gobierna una fuerza no peronista, que a poco de iniciar su gestión suele ser «tentada» por el reclamo de incorporar al peronismo a su gestión bajo el supuesto de que sin esta fuerza política la gobernabilidad no es posible, un supuesto que incluye la noción de que, por razones históricas y culturales, los peronistas dispondrían de una sabiduría y una sensibilidad especiales para resolver los problemas de la gestión y, muy en particular, la relación con las clases populares.

Digamos, por lo pronto, que si en la Argentina la gobernabilidad parece ser un desafío para un gobierno no peronista, es por la sencilla razón de que esa gobernabilidad está puesta en tela de juicio, entre otros casos porque para el peronismo todo gobierno que no sea de ese signo es un intruso en la Casa Rosada.

En contrapunto con esta posición, estamos quienes sostenemos que no existe una singularidad peronista que le otorgue un don especial para lidiar con los problemas de la política y, por lo tanto, es posible y deseable que una gestión no peronista cumpla con su cometido porque ése fue el mandato popular, pero además porque si esto pudiera realizarse, el proceso institucional inaugurado en 1983 cumpliría con su última asignatura pendiente: la alternancia.

Foto: LA NACION

La gravitación de la cultura peronista es tan fuerte en los usos y costumbres de la política nacional que los dirigentes de una fuerza política no peronista se ven obligados a dar explicaciones y hasta pedir disculpas por no ceder a esa pretensión que supone que sin el peronismo no es posible la gobernabilidad. El adjetivo, y en algunos casos la descalificación, de «gorila» pesa como una lápida sobre la conciencia de muchos no peronistas, lo cual demuestra el peso de la hegemonía populista en los hábitos políticos cotidianos.

Al respecto, algunas aclaraciones conviene hacer para rescatar de las llamas de la culpa a ciudadanos a los que les resulta intolerable convivir con la sospecha de ser considerados gorilas. Digamos, en principio, que el peronismo es una fuerza popular legítima de la política argentina. Lo que se discute, por lo tanto, no es la existencia del peronismo, sino la existencia de un proyecto político no peronista.

Que la tarea es complicada pero no imposible lo demuestra el hecho de que en provincias signadas por la diversidad social y económica como son, por ejemplo, Mendoza, Santa Fe y Córdoba, la alternancia existe y se despliega en un interesante clima de convivencia. Santa Fe, mi provincia, en ese sentido es un ejemplo digno de ser tenido en cuenta, no sólo porque allí gobierna un Frente Progresista, sino porque el mismo clima existía durante las gestiones de los peronistas Obeid y Reutemann, un dato que demuestra que el pluralismo, la alternancia y la gobernabilidad son posibles cuando existe una «feliz» combinación de dirigentes democráticos con una sociedad deseosa de vivir en un clima de libertades y diversidad.

Gobernar o cogobernar es una falsa antinomia. En la Argentina de hoy Cambiemos gobierna y ello incluye el acuerdo, el consenso e incluso la colaboración de dirigentes provenientes de otras culturas políticas. Cogobernar, por el contrario, alude a un esquema de poder compartido entre diferentes fuerzas políticas, agravado en este caso porque el reclamo de cogobernabilidad incluiría a la fuerza política derrotada en las últimas elecciones.

Sinceramente no creo que sea posible o deseable la cogobernabilidad con el peronismo. Hay un gobierno votado por el pueblo, con dificultades evidentes y previsibles y con su secuencia de aciertos y errores. Su supuesta «debilidad» en lo que va del año puede ser entendida también como una de las claves de su fortaleza ya que ha sido desde esa «debilidad» que fue posible una experiencia política de signo republicano cuyas manifestaciones más elevadas hemos presenciado recientemente en el Congreso.

Desde una perspectiva más social, queda claro que los aciertos de gestión son los que deciden la mayor o menor estabilidad de un gobierno. Y el ejercicio de esta virtud no depende de que haya más o menos ministros peronistas supuestamente dotados del don de entender el alma popular, sino de la capacidad del Gobierno para hacer realidad ese círculo virtuoso de la política que incluye la lucidez, la sensibilidad, la decisión y esa cuota inaprensible, pero a veces decisiva, de azar o fortuna.

Planteados los dilemas en estos términos, habría que diferenciar lo que significa la convocatoria de algún dirigente peronista del acuerdo orgánico con el peronismo, alternativa que -oh paradojas de la política- nadie formula en voz alta, pero que se sugiere a través de otras manifestaciones del lenguaje y, sobre todo, mediante la invocación compartida por peronistas y cierto antiperonismo culposo de que en la Argentina en que vivimos, por una extraña e insólita conjura de la historia, los dioses y la fatalidad, no es posible gobernar no sólo en contra del peronismo, sino sin el peronismo.

Pregunto por lo tanto: si hay peronistas en Pro, si el diálogo político en el Congreso y en el campo de la sociedad civil funciona a pleno… ¿lo que se reclama es ampliar el diálogo, fortalecer la democracia o, por el contrario, exigir por la vía de la inercia, la fatalidad o el destino que la fuerza política que nació para presentarse como una alternativa al peronismo capitule en el altar del populismo? Porque de eso me sospecho que se trata: de que el Gobierno llegue por cuenta propia a la desoladora conclusión de que sin el peronismo está condenado por la historia.

Más allá de especulaciones y juegos teóricos, habría que prestar atención a lo sucedido en 2016 y muy en particular a ese privilegiado escenario que coloca al Congreso de la Nación como una verdadera caja de resonancia de los problemas nacionales, el ámbito donde la política despliega todas sus posibilidades, donde ese campo condensado de relaciones de fuerzas se institucionaliza, pero, sobre todo, donde la opinión pública dispone de la posibilidad de estar informada e incluso de influir. Tal vez el logro más notable de este gobierno haya sido precisamente hacer posible una práctica política deliberativa opuesta al decisionismo populista que nos asoló durante doce años.

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