Medio Oriente. ¿Verdad històrica o mitologìa?

Los soldados israelíes supusieron en principio que se trataba de un accidente de tránsito, hasta que advirtieron que luego de atropellar a la gente el camión retrocedía y se abalanzaba contra los cuerpos que yacían tendidos en el asfalto. Rápidos de reflejos, los soldados abrieron fuego y abatieron al terrorista, un palestino de veintiocho años de ciudadanía israelí quien, según las posteriores indagaciones, militaba en las filas del Isis.

Cuatro muertos y más de veinte heridos, algunos de gravedad, fue la consecuencia de este nuevo atentado terrorista perpetrado contra la población civil. “Los rufianes de Hamas”, como los calificara el escritor Amos Oz, festejaron el operativo, aunque admitieron que el soldado de Alá en este caso no pertenecía a sus filas, un detalle menor porque para Hamas la sangre judía derramada es siempre bienvenida. Goebbels y Heindrich pensaban más o menos lo mismo. Supongo que D’Elía y Esteche comparten este generoso punto de vista.

Lo sucedido de todos modos ilumina la naturaleza del conflicto en Medio Oriente, porque pone en evidencia al otro protagonista, es decir al terrorismo de signo islámico cuyo objetivo público y manifiesto no es la devolución de las tierras ocupadas en 1967 (de hecho Israel devolvió casi el noventa por ciento de esas tierras) sino la devolución lisa y llana de todo Israel. Como dijera en una nota anterior, el objetivo de los líderes palestinos no es 1967 sino 1947.

Para quienes suponen que el problema de Israel es la filiación derechista de su actual gobierno, los hechos confirman que esa disquisición podrá ser válida para los judeofóbicos europeos, pero carece de validez para los propios terroristas islámicos, ellos mismos enrolados en las versiones más extremas de la ultraderecha. Ironías de la vida. Los judíos exterminados por los nazis son acusados de nazis; los titulares de las prácticas más fanáticas de lo religioso impugnan a Israel por ser supuestamente un gobierno religioso.

Hoy, las invectivas de los judeofóbicos están dirigidas contra Netanyahu, pero ayer el enemigo podía ser Olmert, Barak, Peres, es decir los laboristas, incluso en sus versiones más pacifistas y progresistas, con lo que se demuestra una vez más que el problema no es el derechista Netanyahu o la socialista Golda Meier, sino Israel, la existencia de Israel como tal a quien sus críticos, incluidos los idiotas útiles de turno, le auguran el mismo fin que intentaron consumar los jefes nazis. Imputación confirmada diariamente por sus voceros y que si no se hizo realidad no es porque no hayan querido, sino porque los judíos esta vez decidieron no suicidarse y mucho menos marchar como ovejas mansas al matadero que le preparaban sus enemigos.

El terrorismo y la judeofobia desarrollan su propia astucia con sus correspondientes perversidades. Es así como los viejos derechistas y fundamentalistas se escandalizan porque Netanyahu es de derecha, sin preguntarse cuáles fueron las condiciones que crearon en Israel esta supuesta derechización de la sociedad. ¿O acaso se olvidaron que antes de Netanyahu hubo gestiones socialistas que propusieron acuerdos que le reconocían al futuro Estado palestino incluso el control de una parte de Jerusalén, además de satisfacer casi el noventa y cinco por ciento de sus reivindicaciones? ¿O acaso olvidan que hace diez años el halcón de los halcones, Ariel Sharon, ordenó al ejército que expulsara a los judíos de la Franja de Gaza? ¿Cuáles fueron las respuestas? Una nueva Intifada y la consolidación de la versión más radicalizada del fundamentalismo islámico en Gaza.

El otro caballito de batalla de la astucia islámica es la reivindicación de las resoluciones de la ONU de 1967 y 1973. Repasemos entonces estas resoluciones que, dicho sea de paso, no sólo no mencionan la existencia de un Estado palestino -algo obvio porque nadie menciona lo que no existe- sino que ni siquiera la palabra “palestino” está presente, porque de lo que se habla es de los refugiados. ¿Refugiados? Sí, claro, refugiados árabes y también refugiados judíos, porque la historieta oficial habla de la desgracia de los árabes, pero no dice una palabra de las desgracias de los judíos que fueron expulsados de los países árabes donde vivían desde hacía varias generaciones.

Claro, ocurre que entre unos refugiados y los otros hay diferencias. Israel se hizo cargo de los refugiados judíos, mientras que los países árabes miraron para otro lado o algo peor a la hora de atender los infortunios de sus paisanos. Como ocurrió en Jordania con Hussein o en Siria con Assad. En todas las circunstancias, cuando los palestinos molestaron jeques, déspotas o monarcas se dedicaron a aniquilarlos alegremente, con una impiedad que nunca se atrevieron a ejercer los judíos. Notable: los judíos no pudieron ni pueden vivir en los países árabes. Es más, las actuales autoridades palestinas prometen que cuando se constituyan como Estado no habrá lugar para los judíos, mientras que en Israel los árabes “crecieron y se multiplicaron”, al punto que muy bien podría decirse que el único lugar donde los árabes pueden elegir y ser elegidos, acceder a las mejores universidades del mundo y disponer de los beneficios sociales más avanzados, es en Israel.

La resolución 242 de 1967 no fue aceptada en principio ni por Siria ni por la incipiente organización palestina, fastidiados estos últimos porque ni los mencionan. Claro que la 242 habla de devolución de territorios, pero aclarando que se harán en el contexto de una paz firme y duradera.

¿Territorios ocupados o territorios en disputa? Una pregunta que no admite una respuesta sencilla, entre otras cosas porque si bien es evidente que uno de los contendientes es el Estado de Israel, no queda claro cuál es la otra institución política preexistente a los conflictos de 1967.

Se dice que Israel debe de hacer lo mismo que hizo Irak con Kuwait. Es lo que dicen, porque en la vida real la situación es muy diferente. Irak invadió Kuwait; Israel no declaró la guerra, a Nasser y a los dictadores y reyezuelos de la pretenciosa República Árabe Unida y en el caso palestino, no ocupó el territorio de un Estado soberano que nunca existió. Sí lo hizo con Egipto y Jordania, países con los que luego firmó acuerdos de paz y devolvió todos los territorios ganados en la guerra.

¿Y con Siria? Con Assad padre y Assad hijo nunca se pudo arribar a un acuerdo. Los sucesos que asuelan en la actualidad al pobre pueblo sirio tal vez expliquen mejor que cualquier consideración teórica la credibilidad pacifista de un régimen que además de invadir el Líbano perpetró en la ciudad de Sama una de las más feroces carnicerías contra musulmanes disidentes.

Pero, ¿no es que los palestinos existen desde siempre? En el siglo veinte “Palestina” fue siempre una región geográfica y nunca una nación y mucho menos un Estado. En los años veinte, la Orquesta Filarmónica Palestina era judía, como también era judío el diario Palestino Post y las brigadas que pelearon en la guerra. Lo siento por algunos, pero hasta la fecha ningún historiador pudo probar que antes de Arafat existiera un Estado palestino o una moneda palestina; tampoco se sabe de la existencia de ciudades o capitales palestinas, de jefes políticos palestinos, mientras que Israel al momento de constituirse como Estado disponía de un ejército propio, de una central sindical y una economía kibutziana propia, de universidades e instituciones parlamentarias y jurídicas y hasta de la formidable hazaña lingüística de recuperar un idioma propio.

La otra resolución importante es la 181 de la ONU que habilita la existencia de dos Estados, decisión que Israel acepta pero no así los árabes que iniciaron una guerra que consideraban ganada de orejita parada. La resolución 181 estaba respaldada en las declaraciones de lord Balfour de 1917 a favor de un hogar judío y la conferencia de San Remo de 1920.

Más allá de los rigores históricos, los hechos imponen sus propias exigencias. Israel existe y los palestinos también. Por lo tanto, la paz en Medio Oriente debería firmarse entre dos Estados que se reconocen y están dispuestos a convivir como vecinos. El problema es que los palestinos no aceptan la existencia de Israel. Como dice el historiador Bernard Lewis: no es su tamaño lo que está en juego, sino su existencia.

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