Un disparo en la noche

Alguien con un mínimo de honestidad intelectual, con un mínimo de sensibilidad humanista puede dudar que Nisman no se suicidó sino que lo asesinaron? No dirijo esta pregunta al Morsa Fernández a Patota Moreno, al Führer D’Elía, a los imbéciles que siguen pidiendo pruebas cuando Fein y Berni se encargaron de borrar todas las pruebas o a ese estercolero político que repta en las cloacas de Santa Cruz, sino a aquellos que por diferentes motivos creen sin beneficio de inventario, y sin un beneficio evidente para sus bolsillos, que los Kirchner son los abanderados de una causa justa: ¿Cómo explican lo de Nisman? ¿No se preguntan que con su supuesto entusiasmo militante son cómplices de un crimen? ¿En ningún momento fueron tocados por el ángel de la duda? ¿Hasta dónde la alienación ideológica puede ser excusa para silenciar el crimen, legitimarlo, proteger a sus reales autores? ¿O será tal vez que la muerte de Nisman es considerada una muerte justa, la eliminación de un enemigo del pueblo que, además, es judío? ¿O creerán que los derechos humanos valen para los “buenos” que son ellos, pero no para los “malos” que son todos los que discrepan con las enseñanzas de Él y Ella? ¿O supondrán -en sintonía con esa lectura binaria y perversa- que el terrorismo de Estado es malo cuando lo practican los militares, pero es beneficioso cuando lo hacen efectivo los abanderados de la patria libre, justa y soberana? La Señora que nos torturó durante años con sus cadenas nacionales y su retórica insufrible en nombre de los cuarenta millones de argentinos, ni siquiera se permitió darle las condolencias a las hijas del muerto, acto piadoso que no se le niega a nadie y que, dicho sea de paso, tampoco practicó el compañero Francisco, tal vez muy ocupado en recibir a Moreno, Sala y Bonafini. A Nisman no sólo lo mataron, no sólo borraron todas las huellas del crimen, sino que además se esforzaron por matar su causa, su memoria y su hombría de bien. Ni los militares se animaron a tanto con sus víctimas. Conclusión: Nisman se suicidó, a la Amia la voló un aerolito mandado por los marcianos y el acuerdo con la teocracia de Irán se hizo para canjear caramelos y chocolatines. En el camino, los muchachos de la causa K no se privaron de nada. El Morsa Fernández lo trató de turro, la Señora -militante sincera del casamiento gay- lo calificó de homosexual, los voceros publicitarios lo presentaron como libidinoso, lujurioso, mientras los antisemitas se regodean porque hay un judío menos. No sé si a Nisman el gobierno lo mandó a matar o les abrió las puertas a los asesinos, de lo que estoy seguro, en todas las circunstancias, es que no se suicidó.

El Chapo Guzmán y el nacionalismo narco

El narcotraficante mexicano Chapo Guzmán será extraditado a Estados Unidos. No es una anécdota o un detalle menor. Los narcotraficantes en América Latina han hecho de la causa contra la extradición su principal bandera de lucha. Caer preso es una desgracia, pero la tragedia real es ser extraditado a EE.UU. Pablo Escobar lo expresó con una frase impecable, impecable desde el punto de vista de la cultura populista: “Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel de lujo en Estados Unidos”. Conmovedor. A un tipo como Esteche esa frase lo haría lagrimear y el Canca Gullo seguramente le ofrecería a Escobar algún cargo honorario en el Olimpo de las causas nacionales y tercermundistas. Pablo Escobar, pero también el Chapo. Ambos, además de narcotraficantes y asesinos seriales se revelaron como consumados políticos populistas. El fútbol, la música popular, las creencias religiosas primitivas, las políticas sociales orientadas a favorecer con viviendas a los sectores más postergados fueron usadas para conquistar el alma popular. Esa llegada a los humildes les permitió conseguir mano de obra barata y disponible que en el lenguaje colombiano se tradujo en la palabra sicario. Una red consistente de políticos, jueces, jefes policiales y militares le aseguraban impunidad. No deja de ser sintomático que tanto para Escobar como para Guzmán el enemigo real sea Estados Unidos. Que toda la movilización criminal se hizo efectiva para evitar la extradición. Los narcotraficantes sabían, saben muy bien, que las cárceles nacionales son coimeables, sobornables, pero esos beneficios no existen en Estados Unidos. En su momento el gobierno de Colombia le aseguró a Escobar una cárcel con spa, salón de fiestas, campo de deportes, tránsito libre de prostitutas y posibilidad de seguir “traqueteando” desde la cárcel. “Entre colombianos nos entendemos”, repetía Escobar. El nacionalismo como cobertura legal del narcotráfico. ¿Es la única razón de ser del nacionalismo? No lo creo, pero la base popular del narcotráfico y su apelación a los sentimientos nacionales son señales, advertencias acerca de los riesgos de ciertas ideologías que por un camino u otro terminan siendo apropiadas por lo siniestro. No olvidar nunca que las dos causas de la que se valieron los militares para cosechar adhesiones populares fueron el fútbol y Malvinas. Como le gustaba decir a sus seguidores en otras circunstancias: por algo será.

Donald Trump presidente

Mientras escribo esta nota, Donald Trump asume la presidencia de Estados Unidos. Intelectuales, actores, políticos liberales, aseguran que no asistirán a la ceremonia de traspaso del mando. Para los más exagerados, Hitler ha llegado al poder. A la izquierda el tema no lo sorprende: Estados Unidos es el imperialismo, es el mal, “el enemigo de la humanidad” y Trump por lo tanto viene a confirmar todas estas certezas establecidas muchos antes de que él naciera. Yo lo digo sin rodeos, aunque no creo que mi opinión tenga alguna importancia: Trump no me gusta. No me gusta cómo habla, lo que dice y la manera en que lo dice. Tampoco me gusta lo que intenta representar y, mucho menos, me gusta su mujer Melanie. Sobre todo si la comparamos con Michelle. ¿Prejuicios míos? Tal vez, pero a cierta altura de la vida yo ya sé que debo resignarme a convivir con mis prejuicios. Siempre en el plano personal, creo que con Obama podría compartir un café y hablar de algunas cosas que nos interesan. Con Trump no se me ocurre hacer nada. Creo que hasta para hablar sobre las virtudes de los caracoles en Madagascar tendríamos problemas. Pero bueno, Trump no fue elegido presidente de los Estados Unidos para dejarme contento a mí. Sí estoy seguro de que no es Hitler. Por muchas razones, pero entre otras porque Estados Unidos no es Alemania en 1930. Tampoco estoy del todo convencido de que su llegada marque un antes y un después en Estados Unidos y en el mundo. El imperio tendrá defectos, pero no es una republiqueta bananera en la que cualquier aventurero audaz llega y hace lo que se le da la gana. Trump tendrá que lidiar con el Congreso, la Corte Suprema de Justicia, el Partido Demócrata y el propio Partido Republicano, la prensa y los diversos y poderosos lobbies. Gobernar Estados Unidos no es gobernar un boliche. Varios presidentes llegaron creyendo que se comían a los chicos crudos y después dejaron el poder como tiernas ovejitas. El propio Obama puede ser un buen ejemplo de lo que digo, aunque por razones opuestas a las de Trump. Por otra parte, no exageremos con el cambio cultural decisivo. En términos de votos, Hillary sacó casi dos millones más que él. No es poco, por el contrario, es una diferencia enorme. Paradójicamente, el supuesto candidato antisistema no llega a la Casa Blanca por el empuje popular arrollador, sino por los beneficios legales del sistema que estableció una regla de juego que permite que el que tenga menos votos, aunque distribuidos de otra manera, sea presidente. ¿Trump irá la guerra? Ojalá que no, pero además no lo creo. Ni con China ni con Rusia. Seguramente habrá un proteccionismo coyuntural, pero aunque el presidente sea John Wayne, Estados Unidos no puede desconocer la globalización porque es la encarnación histórica de ella. Puede que haya algunos tirones de orejas a los europeos, y a sus políticos muy ocupados en defender ideales justos, mientras Estados Unidos se dedica a hacer el trabajo sucio. Pues bien, esa “división del trabajo” entre europeos progres y yanquis malos comenzará a modificarse. Europa, claro está, podrá seguir siendo progresista, pero ese lujo ya no lo podrá disfrutar con plata y soldados yanquis. Con respecto a América Latina, es probable que haya algunos sacudones, pero nada del otro mundo. Incluso, es posible que atendiendo a la actual configuración política, a los argentinos esta presidencia no nos venga del todo mal.

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