Piqueteros: Un conflicto financiado por el gobierno

Piqueteros: un conflicto con plata del gobierno

 

Por Remo Erdosain

El otoño amenaza con llegar pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Estamos en la primera quincena de marzo y la bendición de días frescos pueden ser apenas un paréntesis para el retorno de los agobiantes calores santafesinos. Por lo pronto, en el bar nos disponemos a disfrutar de estos días maravillosos sin aires acondicionados y todos los padecimientos que acompañan al calor.

PIQUETES

—¿Alguien prestó atención a que el único lugar en el país donde hay piquetes es en la ciudad de Buenos Aires? -pregunta Abel.

—No son nada tontos. Los hacen en Buenos Aires porque saben que tienen pantalla para todo el país.

—O sea -dice Marcial- que si los canales de televisión decidieran no darle prensa no habría piquetes.

—Yo no sería tan optimista -digo- piquetes va a haber, entre otras cosas porque los muchachos están muy bien financiados para hacerlos. Y, además, muchos de ellos no saben hacer otra cosa que eso.

—Es raro -dice Marcial- los piqueteros hacen piquetes gracias a la plata que les da el gobierno.

—Tantas vueltas para explicar la legítima lucha popular -dice José- parece que los gorilas no se resignan a que el pueblo salga a la calle a protestar contra un gobierno que gobierna para los ricos.

—Vamos por parte -interviene Abel- yo quisiera saber cuántos van a esas marchas por voluntad propia y cuántos son arreados como ganado.

—Lo mismo dijeron del 17 de octubre de 1945.

—Y tal vez porque así fue -responde Marcial.

—Continúo -insiste Abel- el único país en el mundo donde se practica esta salvajada de los piquetes, es en la Argentina y muy en particular en Buenos Aires. Países mucho más pobres y sufridos que los nuestros no recurren a estos métodos y no recurren a los piquetes, entre otras cosas porque los luchadores sociales de otros pagos respetan a la gente, las principales víctimas de estos cortes.

—Los piquetes son una herramienta de lucha creada por los trabajadores para defender sus derechos. Ustedes se niegan a admitir que los trabajadores en la calle son la garantía de la justicia social.

—Yo quisiera saber cuántos trabajadores hay en esos piquetes -sugiere Marcial- cuántos realmente quieren trabajar, y de qué viven los jefes piqueteros y la murga que los acompaña…

—Yo creo que los piquetes son una realidad con la que el gobierno debe lidiar- digo- lo que también creo es que son una minoría ruidosa y molesta, pero minoría al fin. En un país de cuarenta millones de habitantes dudo de que haya más de cuarenta mil piqueteros con toda la furia. Lo que pasa es que operan en la ciudad de Buenos Aires y los medios le dan una trascendencia nacional que en realidad no tienen. Presten atención a las imágenes. Todos se pelean para salir en televisión, algunos por cholulos, pero otros porque saben que sin la televisión no existirían. Es raro. Por un lado viven hablando en contra de los medios, pero sin los medios no son nada.

—Yo insisto -dice Marcial- que el gobierno se tiene que poner los pantalones largos con estos tipos. En primer lugar no darles más plata. Es una ironía de la vida que el gobierno financie a sus propios enemigos y en particular a esos vividores que se presentan como luchadores sociales.

—Yo no sería tan duro -digo- pero está claro que resulta por lo menos contradictorio un gobierno que destina millones para los planes sociales y la respuesta que recibe son más piquetes, más paros y más insultos.

—Lo que hay que tener en cuenta -dice Abel- es el sesgo ideológico de los jefes de estas bandas. Yo los escucho y pareciera que sus reclamos son razonables. ¿Quién no quiere mejores salarios o mejores condiciones de trabajo? Pero… ¿saben una cosa? Yo a estos tipos no les creo. Agitan reivindicaciones justas pero lo que quieren es tirar abajo este gobierno, para que vuelva Cristina Elisabeth, para que vuelva el peronismo o porque algunos creen que por ese camino van a hacer la revolución social.

—Ustedes no entienden nada ni quieren entender nada -replica José- parece que no se dan cuenta de que más del treinta por ciento de los argentinos vive en la pobreza.

—No viven en la pobreza -respondo- vienen viviendo en la pobreza desde hace años, desde muchos tiempo antes de que Macri llegara al poder. La pobreza se desarrolló durante los gobiernos peronistas, pero pareciera que recién ahora se dieron cuenta de que hay pobres.

—Objetivamente yo escucho los reclamos de los piqueteros y los huelguistas y llego a la conclusión de que con reclamos de ese tipo sería justo parar todos los días del año.

—Parece que ustedes no entienden que el conflicto social se ha incentivado y que si bien antes había pobreza, ahora es mayor.

—Es mayor porque los peronistas dejaron una bomba de tiempo. La Argentina marchaba a Venezuela y con Scioli presidente a esta altura estaríamos en los prolegómenos de una guerra civil porque Scioli hubiera sido lo más parecido a Isabel.

OLAVARRÍA

—¿Y qué me cuentan lo del Indio Solari y el festival musical de Olavarría? -pregunto.

—Yo creo -dice Abel- que se está exagerando y mucho. Comparar lo de Olavarría con Cromañón es un disparate y un acto de mala fe.

—Hay muertos -observa José.

—Con todo respeto -dice Marcial- uno murió por un shock; el otro tuvo un infarto y el tercero fue en un accidente en la ruta.

—A mí me parece un disparate que el intendente del PRO -dice José- haya autorizado este festival.

—Todo es un gran disparate. Solari es un disparate y también es un disparate ese medio millón de tipos que asisten con sus hijos, sus mujeres y sus padres a esos recitales donde más de la mitad de la gente va, como ellos mismo lo dicen, a “descerebrarse”.

—Es lo que yo digo y me pregunto -interviene Marcial- Si un grupo de personas decide jugar a la ruleta rusa, ¿hasta dónde el Estado es responsable por las consecuencias de ello?

—Lo tuyo es exagerado como siempre.

—Exagerado más o menos. Yo no entiendo por qué el Estado se debe hacer cargo del retorno a casa de esas encantadoras personas que llegaron solas a Olavarría. Nadie los obligó a ir a Olavarría y, además, pagaron una entrada de casi mil pesos. Si pudieron ir se supone que pueden volver.

—Hay desaparecidos.

—Yo no jugaría con esa palabra desgraciada. Basta con mirar las escenas de los que estuvieron en ese recital, que sólo la licencia verbal puede calificar de musical. Lo que yo sé en concreto es que una chica de esta provincia que supuestamente estaba desaparecida, después la encontraron en el hotel con un amiguito. Yo los felicito y les deseo que la pasen bien, pero no me vengan a presentarse como desaparecidos.

—El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires dijo que el recital se trataba de una iniciativa privada, por lo que la única responsabilidad es de la organización que lo hizo.

—¿Y con eso qué?

—Que es un disparate, que el Estado no se puede lavar las manos en un recital al que asisten cientos de miles de personas. Hasta en el más modesto local que se alquila para un discreto casamiento hay una responsabilidad del Estado…

—Puede ser -digo- pero convengamos que también existen las responsabilidades individuales. Se hace muy difícil controlar a medio millón de personas si éstas no están decididas a controlarse a ellas mismas. Puede que haya que resignarse a convivir con estos fenómenos sociales. En definitiva a lo que hay que responder es cómo se concilia la libertad con la responsabilidad.

—La libertad en este país -agrega Marcial- está garantizada, pero lo que pareciera que nunca se puede garantizar es la responsabilidad.

—No comparto- concluye José.

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