Hebe Bonafini, entre la leyenda y el fraude

Mañana de sol. Así da gusto estar con los muchachos en el bar. Me lo decía la otra tarde un viejo amigo: la mesa de café es, pasando en limpio, uno de los lugares más importantes de mi vida. Sin desmerecer la familia y otros lugares, pero la reunión matutina con los muchachos para mí es indispensable, y cuando no la tengo, la extraño, y no veo la hora o el día para regresar a ella. Puedo estar viajando, de vacaciones o enfermo, pero en todas las circunstancias, las agradables o las desagradables, la mesa de café se extraña, es el único lugar donde soy yo mismo, el único lugar donde mis defectos y virtudes no importan.

—¿Qué me cuentan de Hebe Bonafini? -pregunta Abel.

—¿Hay algo más que contar? -pregunta Marcial.

—Bueno -digo- ahora hay que contar los procesos que le abren los jueces.

—Como muy bien dijo ella -ataca José- estas causas la honran, porque cuando hay un gobierno de los oligarcas como es el de Macri, lo que es moralmente sospechoso es estar en libertad o sin proceso.

—Me parece que a esa musiquita ya la escuché alguna vez -retruca Marcial.

—Yo no sé de literatura ni voy al cine -apunta Abel- pero se me ocurre que lo que la señora de Bonafini tiene que explicar no es si está de acuerdo o no con Macri, sino si robó o no robó la plata que le confiaron.

—Ésa es una infamia contra la abanderada de los derechos humanos en la Argentina.

—Mirá José -le digo-, el otro día hubo una movilización masiva por los derechos humanos y ella no estuvo y no creo que si hubiera decidido ir habría ido más gente.

—Admito que la compañera Hebe a veces se pasa de rosca, pero ella tiene derecho a hacerlo -sentencia José.

—O sea que para esta buena señora existen privilegios que el resto de los mortales no disfruta -susurra Marcial.

—Esta buena mujer -acota Abel- se ha tomado algunas licencias extraordinarias. Acusó a los bolivianos de negros de mierda, algo parecido dijo de los judíos… por la décima parte de eso un político o un ciudadano común habría quedado escrachado para toda la vida, cuando no, le habrían armado una causa por racista y discriminador.

—Para no agregar su apoyo al acto terrorista contra las Torres Gemelas o su solidaridad plena con la ETA.

—Hay que entenderla -murmura José.

—Claro, claro, a la buena señora hay que entenderla… ¿por qué? ¿Por qué es madre? ¿O porque sencillamente chochea?… porque si es así, entonces dejémonos de joder, tramitémosle una jubilación por invalidez y a otra cosa mariposa.

—Yo creo -digo- que Hebe Bonafini fue autoritaria desde siempre. Me consta. Puede que ese autoritarismo haya sido funcional en tiempos de la dictadura, pero ahora hace agua por los cuatro costados, sobre todo cuando, además, se ejerce en nombre de los derechos humanos.

—Para mí -continúa Abel- que la responsabilidad a esta buena mujer le quedó grande, aunque también hay que decir que para quedarse con el sello de Madres se comportó como un burócrata sindical peronista, es decir, cortó todas las cabezas necesarias.

—Te recuerdo -señala Marcial- que ella misma se dio el lujo de decir que sus Madres ya no tienen nada que ver con los derechos humanos sino que son kirchneristas y en particular, cristinistas.

—A confesión de parte… -dice Abel.

—Hebe Bonafini es un símbolo, una leyenda…

—Una leyenda de mierda -refuta Marcial-; o una leyenda bastardeada… ¿también es un símbolo los millones de pesos que faltan y que se los robaron a la pobre gente que soñaba con tener una casa?

—Ella no tiene un mango.

—Quisiera saberlo. Y sobre todo conocer las cuentas de su hija.

—Yo quiero insistir en lo de la leyenda -digo-, porque Bonafini hoy es ella sola, a lo sumo dos o tres madres más que la acompañan. Yo respeto las leyendas siempre y cuando las leyendas no se impongan sobre lo real o pretendan sustituirlo y, sobre todo, sean una fuente de privilegios, una picardía de los vivos de siempre para salirse con la suya.

—A mí, lo que me alarma -dice Abel- es la suma de mitologías mal elaboradas, de leyendas mal contadas y de mentiras superpuestas que distinguen en la actualidad a los supuestos defensores de los derechos humanos.

—No te entiendo -dice José.

—Sencillo: Hebe es un fraude o la culminación alucinada de un pasado que mereció otro tipo de evaluación. Pero también son un fraude los 30.000 desaparecidos o la consigna de genocidio.

—Ahora resulta que no hubo desaparecidos.

—Claro que los hubo, pero fueron a lo sumo 8.000 y no 30.000

—No es una cuestión de números.

—¿Cómo que no es una cuestión de números? ¿Quién te dijo eso… Guillermo Moreno o ese ministro de Economía para quien la inflación no era una cuestión de número y la pobreza no había que cuantificarla porque era estigmatizar a los pobres?

—Es raro -digo-, ellos largan un número y cuando se lo discuten dicen que no es una cuestión de números.

—Si no es una cuestión de números -dice Marcial- entonces en vez de 30.000 digamos 300.000… total… ya que estamos jodiendo…

—No estamos jodiendo.

—Lo disimulan bien… claro que no están jodiendo. Inventaron los 30.000 para recaudar más guita y para radicalizar ideológicamente la tragedia.

—Un solo desaparecido hubiera sido un escándalo -insiste José.

—Claro que una muerte perpetrada desde el Estado es un escándalo, pero una muerte no es un genocidio, porque los números son decisivos para distinguir al genocidio, la masacre perpetrada por una maquinaria de muerte militar y burocrática… si Hitler hubiera matado a un judío se le hubiera dicho criminal pero no genocida, porque el genocidio es la masacre en masa y la masacre de quienes pertenecen, hagan lo que hagan, sean mujeres u hombres, niños o viejos, lindos o feos, a una raza, o a una etnia… ahora, si lo que quieren es asustar con las palabras…

—Todas esas peroratas -acusa José- terminan favoreciendo la impunidad de los genocidas.

—Que yo sepa impunidad no hay. El terrorismo de Estado fue condenado, los principales responsables están presos y en algunos casos algo más que los principales responsables… no sé de qué impunidad estás hablando -responde Abel.

—Yo la única impunidad que conozco es la de Luder prometiendo la amnistía y la de Menem firmando el indulto.

—¿Y la obediencia debida y el punto final de Alfonsín?

—Puede ser, pero nadie le puede discutir a Alfonsín su coraje y su sinceridad en defender los derechos humanos, entre otras cosas porque militaba en esa causa cuando hacerlo significaba jugarse el cuero. A lo mejor, con esas leyes, se equivocó o a lo mejor le torcieron el brazo, pero la amnistía de Luder, él mismo, responsable de la orden de exterminio a los militares, no tiene nombre, como tampoco lo tiene el indulto de Menem.

—Y yo recuerdo -apunta Abel- que los Kirchner lo votaron a Luder y a Menem sin decir esta boca es mía.

—O sea, que según ustedes -reprocha José- el señor Macri está haciendo maravillas en materia de derechos humanos.

—Yo no diría eso. O por lo menos no lo diría con tanto entusiasmo -señala Marcial- por ejemplo, yo le criticaría algunas cosas.

—¿Por ejemplo?

—Y por ejemplo, que no sea más enérgico para mandar en cana a “La que te dije”, a su vicepresidente y a toda la caterva de malandras que nos gobernaron durante doce años, una banda de ladrones del primero al último.

—No comparto -concluye José.

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