El colonialismo y el terrorismo islámico

Un reiterado lugar común para interpretar los actos del terrorismo islámico es el de responsabilizar “en última instancia” al colonialismo occidental. Algunos con las mejores intenciones no vacilan en resignarse ante esta realidad y admitir que “equivocados o no” los terroristas islámicos son una respuesta a las supuestas atrocidades del colonialismo. En medios de comunicación y universidades abundan estas consideraciones que alientan el prejuicio de que nos merecemos a los terroristas, que estamos obligados a pagar por los “horrores” cometidos por los colonialistas, horrores que los muchachos de Isis intentan reparar con su conocida y eficaz terapia guerrera.

Por supuesto, no comparto estos puntos de vista. Sostengo que, además de estar equivocados históricamente, de hecho no hacen más que hacerle el juego a quienes se han decidido a matarnos a mansalva. No se me escapa que algunos de los que sostienen estas posiciones “compasivas”, condenan el terrorismo islámico, pero esa condena se invalida en toda la línea si luego legitimamos ese accionar con argumentos que transforman a las víctimas de, por ejemplo, Manchester o Charlie Hebdo, en culpables.

Vamos a los datos inmediatos. Después del atentado terrorista en el recital de Mancheter, hubo un atentado en Kabul con muchísimos más muertos. ¿También el colonialismo inglés es responsable de ello? ¿Son los colonialistas occidentales los culpables de las masacres en Túnez, Sudán o Egipto? ¿O las matanzas en Turquía?

Al respecto, importa tener presente un dato que a veces por obvio parece no ser tenido en cuenta: las víctimas principales del terrorismo islámico son los propios musulmanes. Las ejecuciones públicas, la esclavitud sexual, las mutilaciones y los más diversos, atroces e inimaginables actos de barbarie las padecen en primer lugar los propios musulmanes, en algunos casos a través de estas organizaciones terroristas, y en otros, a través de las decisiones políticas de las dictaduras y teocracias que gobiernan en estos desdichados países.

Los amigos de recurrir a la historia para legitimar al terrorismo islámico, mencionan a las Cruzadas como el ejemplo de esta opresión y conquista por parte de Occidente. Lejos de mí defender a las Cruzadas, pero no está demás recordar a quienes con tanto énfasis las critican, que el Islam practicaba la yihad por lo menos dos siglos antes. ¿O alguien cree que la presencia de los musulmanes en España tuvo que ver con promociones turísticas?

Se le reprocha a Occidente haber organizado el colonialismo y haber legitimado la esclavitud. Y el reproche es justo. Pero para ser sinceros, habría que agregar que así como Occidente se valió de la esclavitud, también los discursos más duros contra la esclavitud nacieron en Occidente y fueron los que permitieron poner punto final a este tipo de opresión.

En la misma línea, habría que tener presente que el traslado de esclavos desde el corazón de África hasta las costas siempre estuvo a cargo de mercaderes árabes. Y cuando Occidente puso punto final a la actividad esclavista en estos países, esta forma de explotación se mantuvo y se mantiene hasta la actualidad en la mayoría de los países donde el Islam es la religión oficial.

No digo nada nuevo si señalo que la historia del mundo es una historia en la que predominaron las matanzas, la ocupación de territorios, la opresión del más fuerte contra el más débil, la discriminación, el racismo y otras bellezas por el estilo. Una advertencia merece hacerse: el mundo no sería lo que hoy es si solamente los horrores hubieran estado presentes. Porque en Occidente hubo una Ilustración, un Renacimiento, una reforma religiosa, es que las relaciones sociales se humanizaron, la calidad de vida de las sociedades mejoró y los derechos humanos se afianzaron y legitimaron. “Occidente”, con sus contradicciones -y si se quiere sus horrores-, supo corregirse, admitir sus errores y afianzar valores culturales y políticos humanistas.

Este proceso de cambios, estas reformas y revoluciones son las que no han existido en el Islam. Por el contrario -en el contexto de dictaduras teocráticas y absolutistas muchas de ellas financiadas por la renta petrolera- lo que se afianzó fue el fanatismo religioso y las formas más brutales de explotación y opresión.

Hoy resulta políticamente correcto expresarse contra los horrores perpetrados por el Isis, pero no se debe perder de vista que antes hubo talibanes y bandas portadores de muerte y fanatismo como Al Qaeda, Hezbolá, Hamas, Boko Haram. No son todos iguales e incluso existen entre ellos rivalidades que en más de un caso se expresan con ferocidad, pero suponer que estas rivalidades registran diferencias cualitativas, es, en el más suave de los casos, una ingenuidad.

Como creer que los regímenes despóticos y corruptos de la región son garantías civilizatorias, cuando a nadie se le escapa que muchas de las actividades terroristas han sido financiadas por ellos y que en los territorios donde gobiernan, practican las variables más oscurantistas de la discriminación y el terror.

Si a Occidente algo hay que reprocharle, no es que luche contra el terrorismo islámico, sino la inconsecuencia de esa lucha. Los arreglos por debajo de la mesa con los Jeques petroleros y las artimañas y astucias para hacer negocios con los criminales. A ello habría que agregarle esa inclinación cada vez más nociva hacia la culpa, hacia la persistencia en capitular ideológicamente ante un enemigo feroz e impiadoso.

En nombre del Islam se practica el terrorismo, las formas más duras de explotación y las versiones más impiadosas del apartheid y el colonialismo. Conquista armada de territorios en Asia y África, negación de derechos a extranjeros, discriminación política y religiosa, sometimiento de la mujer, constituyen el pan de todos los días.

La explotación de los nepaleses en Qatar debería escandalizar a las buenas conciencias de Occidente, como la martirización de la mujer y su sometimiento físico y cultural debería ser una consigna que movilice a todas las feministas del mundo. La ejecución de homosexuales, sus humillaciones y persecuciones periódicas, merecerían la condena de todas las organizaciones gays del mundo, pero ¡oh capricho de los dioses!, hasta ahora la única condena seria provino por parte de los homosexuales de Europa contra sus compañeros de causa de Israel, el único país en la región donde la homosexualidad está legalizada y en donde los árabes disponen de derechos, garantías y libertades que no disfrutan sus paisanos de la región.

Habría que preguntarse por qué si el terrorismo islámico es la respuesta al colonialismo occidental, los inmigrantes que arriban de otras regiones de Asia y África (pienso en tailandeses, camboyanos vietnamitas, indios) no reaccionan practicando el terrorismo, por qué el terrorismo que existe en el mundo solo se hace en nombre del Islam.

Al respecto, importa señalar otra contradicción que no es menor. Las corrientes migratorias permiten entre otras consideraciones evaluar dónde se vive mejor y dónde se vive peor. Está claro que si estas corrientes apuntan hacia Europa y Estados Unidos es porque más allá de cualquier consideración intelectual o religiosa estas multitudes saben, presienten, están convencidas de que allí vivirán mucho mejor. Nadie deja su tierra si no se convence que esa tierra ha empezado a ser lo más parecido al infierno. Y nadie deja ese infierno para ir a otro. Por el contrario, la experiencia histórica y la presente enseña que estas multitudes apuntan a los lugares en los que existe la certeza de que, con los esfuerzos, humillaciones y apremios del caso, van a estar mejor.

Por supuesto que estas experiencias no son un camino de rosas, pero en todas las circunstancias estos inmigrantes saben que mucho más opresiva, mucho más degradante, mucho más humillante era o es la realidad de sus países. La pregunta a los inmigrantes musulmanes que viven en Europa sería la siguiente: ¿Es razonable proponerse reproducir en los países donde llegan las mismas condiciones culturales, sociales y políticas que los hundieron en la pobreza y la ignominia en sus países de origen?

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