Nunca fui devoto de las encuestas y si un consejo me estaría permitido darles a los políticos, les diría que no sucumban a ellas, que no se dejen seducir por sus fuegos de artificio o deprimir por sus redobles fúnebres. Hace más de sesenta años, Winston Churchill decía que sólo se puede creer en las encuestas que ordena uno mismo. La ironía era evidente: la encuesta que uno ordena siempre -o casi siempre- da un exclusivo y conocido ganador.
Una aclaración es necesaria: la metodología de las encuestas es un aporte valioso para el conocimiento de la realidad social, pero la política se construye con algo más que una metodología, en tanto las grandes decisiones muchas veces se toman a contramano de los humores sociales mayoritarios.
Ya que lo cité a Churchill, agrego que si en 1941 hubiera decidido atendiendo a hipotéticas encuestas, jamás se le habría ocurrido resistir a los nazis y, por el contrario, se hubiese esforzado por arribar a un acuerdo con ellos, tal como lo solicitaba una abrumadora mayoría. No me imagino a una empresa de encuestas aconsejándole a Churchill que les ofrezca a los ingleses “Sangre, sudor y lágrimas”, o que un operador experto en marketing le escriba: “Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas, no nos rendiremos jamás”.
El genio político consiste en ser capaz de tomar esas decisiones con la certeza íntima de que más temprano que tarde la historia le dará la razón. Lo que digo de Churchill vale para Charles De Gaulle en la crisis de Argelia o el propio Raúl Alfonsín a la hora de decidir el juicio a las juntas militares. Es que la política, y el arte de la política, no sería tal sin estos actos.
Volvamos a nuestra pedestre realidad cotidiana. No critico las encuestas, sino la dependencia obsesiva, neurótica y a veces histérica con ellas. En la vida cotidiana yo necesito saber la hora, pero si estoy a cada rato mirando el reloj el problema que tengo es otro. En definitiva, las encuestas no reemplazan a la política y una excesiva dependencia de ellas en más de un caso arroja más oscuridad que luz, más incertidumbres que certeza, más miedo que coraje, cuando no, son una excusa para disimular u ocultar la falta de imaginación o de ideas.
Malentendidos
Dos malentendidos están presentes para las elecciones previstas para el domingo 13 de agosto. Son elecciones para decidir sobre las candidaturas internas de los partidos pero, de hecho, por una suerte de deformación o vicio, operan como si fueran una primera vuelta. Habrá que preguntarse para el futuro cómo se corrige esto, pero, mientras tanto, la semana que viene se votará atendiendo esta tendencia o esta confusión.
El segundo malentendido es más complejo porque apunta al corazón de la política. Las elecciones parlamentarias calificadas como intermedias son vividas en nuestro país como elecciones definitivas, juicios terminantes acerca de la viabilidad o no de un gobierno. Esta realidad se acentúa con tintes sombríos cuando el interpelado resulta ser un gobierno no peronista. Ni a Alfonsín ni a De la Rúa les fue bien luego de ser derrotados en estas elecciones. Un destino parecido les desean muchos peronistas a Macri. Las elecciones intermedias, por lo tanto, más que una renovación parlamentaria son algo así como un plebiscito a favor o en contra del gobierno nacional.
Puede que estos vicios se corrijan en parte, pero sería ingenuo ignorar que esa corrección dependerá de los resultados de las urnas. En ese sentido, no es exagerado suponer que una derrota en toda la línea de Cambiemos alentaría de manera peligrosa a los partidarios visibles e invisibles de la llamada “solución helicóptero”, una tentación que proviene de esa mitología populista que sostiene a rajatabla que todo gobierno que no sea de ese signo es un intruso, cuando no un enemigo solapado o directo de la Nación Argentina.
El medio término
¿Será así? Las realidades electorales se conocen después del escrutinio, pero no obstante ello, algunas consideraciones merecen hacerse, entre otras cosas, porque el objetivo de la reflexión política además de proponerse entender lo que sucede es el de predecir moderadamente las posibles variaciones que aguardan en el futuro inmediato, al punto que muy bien podría decirse que no hay ciencias sociales sin un objetivo moderado y razonable de predicción.
Por lo pronto, el 13 de agosto a la noche se dispondrá de un mapa que de alguna manera anticipará lo sucedido en octubre. En el orden nacional se supone que Cambiemos hará una buena elección en distritos claves como ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Mendoza. En provincia de Buenos Aires, donde para algunos se juega la madre de las batallas, puede que Cristina Fernández salga primera o segunda. Admitiendo incluso la posibilidad de que saque más votos que Bullrich, esa diferencia no sería decisiva y, además, deja abierta hacia octubre la posibilidad de que un sector del electorado, que por un motivo o por otro, no apoyó a Cambiemos, ahora sí lo haga para impedir una victoria de la candidata que detestan.
Las reflexiones políticas siempre son inciertas porque nunca se puede descartar la irrupción de un factor con capacidad para desestabilizar el actual escenario. Este peligro no se insinúa por lo pronto, pero nunca se lo debe descartar. Admitiendo que en sus líneas generales el actual escenario se mantendrá, estas elecciones pueden instalar a Cristina Fernández con más fuerza, pero de allí no se desprende que necesariamente el gobierno nacional vaya a repetir las catastróficas experiencias de Alfonsín o De la Rúa.
En principio, hay un amplio consenso en admitir que cualquiera que fuesen los resultados, la estabilidad política no sería afectada. Por el contrario, todo hace pensar que con independencia de los resultados en provincia de Buenos Aires la estabilidad institucional hacia el futuro estaría asegurada. Por lo menos así lo expresan dirigentes de los más diversos sectores políticos.
Si Cristina Kirchner se fortalece -y todo hace pensar que así ocurrirá- más que ponerse a llorar por las ingratitudes o injusticias del destino o la ignorancia de los votantes, lo que corresponde -además de aceptar el resultado de las urnas- es reflexionar acerca de las causas que motivaron esta suerte de “resurrección” política.
Por otra parte, una victoria de Cristina -posible pero no segura, y en todos los casos ajustada- no incluye necesariamente el control del peronismo. Tal como se presentan los hechos, ni los sindicatos, ni los gobernadores, ni la actual representación parlamentaria del peronismo estarían dispuestos a someterse a un liderazgo que a muchos de ellos los dejaría afuera, pero sobre todo sería la antesala de la derrota en 2019 en tanto a nadie se le escapa que, como Menem en 2003, Cristina tiene un techo de adhesiones que nunca van más allá del 35 por ciento, mientras que los rechazos son absolutos.
Las posibilidades de un kirchnerismo retornando al poder, tal como lo hemos conocido, objetivamente son remotas. Una hipotética buena elección de Cristina Fernández en provincia de Buenos Aires no alcanzaría a disimular la debilidad de esta fuerza política en el orden nacional.
Podría postularse, incluso, que la buena performance de la Señora más que generar conflictos en Cambiemos, provocaría zozobras y sensaciones encontradas en la interna peronista, dejando abierto hacia el futuro un amplio y sugestivo interrogante acerca de las chances de renovación de esta fuerza política y de la constitución de nuevos liderazgos.
Ganadora o no en provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández es el pasado, y el pasado, ya se sabe, es materia de los historiadores, tal vez de novelistas, pero no suele ser el objeto deseado por la política.