Si los resultados de estas Paso se comparan con una primera vuelta en un régimen de balotaje, puede afirmarse que Cambiemos ganó las elecciones en toda la línea y las ganó de manera concluyente. Los resultados inciertos en provincia de Buenos Aires no alteran la tendencia de un oficialismo a crecer en todos los distritos y consolidarse como la primera fuerza política nacional.
Si a las elecciones se las debe evaluar de acuerdo con las expectativas de los protagonistas, la victoria de Cambiemos es más contundente. El peronismo, y en particular el kirchnerismo, especulaban con una victoria abrumadora por parte de ellos. Fieles a sus mitologías, suponían un escenario parecido al de Alfonsín en 1987 o De la Rúa en 2001.
Los más entusiastas creían que su sueño de la “solución helicóptero” se hacía realidad el mismo domingo a la noche. Kirchneristas apegados a las ensoñaciones populistas apostaban para la provincia de Buenos Aires una victoria superior a los diez puntos. Nada que reprocharles. Las principales encuestadoras aseguraban para la Señora cuatro o cinco puntos a favor.
Nada de ello ocurrió. Quienes la semana pasada se comían los chicos crudos, el domingo a la noche consideraban que era una victoria salir empatados. Fiel a su estilo la Señora le anunció a un auditorio desvelado y algo sonámbulo que habían ganado. La paliza de votos en Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, La Pampa, Jujuy, San Luis y su bizarro aliado Rodríguez Saá, no le movieron el amperímetro. Tampoco afectó a su exquisita sensibilidad el papelón electoral en Santa Cruz, su feudo, el territorio donde se incubó el huevo de la serpiente.
Tan evidente fue la “goleada de votos”, tan visible el rechazo y el aborrecimiento que su figura genera en la provincia que ni siquiera se dignó a ir a votar. Ni ella ni sus encantadores hijos. Todos temerosos de sufrir un escrache, ese hábito patotero y algo infame que los kirchneristas nos legaron como uno de sus aportes más entrañables y creativos y que ahora, por esas curiosas enseñanzas de la historia, temen sufrir en carne propia.
El kirchnerismo no sólo fue derrotado en las urnas argentinas, fue derrotado en sus mitologías y obsesiones y de esa derrota es muy difícil recuperarse. Hoy el kirchnerismo empieza y concluye en Cristina y la tercera sección del Conurbano. Su aliado político y territorial más importante se llama Gildo Insfrán, un reconocido militante nacional, popular y antiimperialista.
Hubo otras derrotas para el kirchnerismo, simbólicas y no tan simbólicas. Graciela Ocaña los derrotó en toda la línea en la lista de diputados. Sus seguidores festejan los votos de la Señora, pero en realidad sacó menos votos que su admirado Aníbal “Morsa” Fernández. Los que aspiraban a reeditar algo así como un ruidosos y festivo 17 de octubre debieron resignarse a un velorio mustio y lacrimoso.
A la supuesta representante de los trabajadores apenas le alcanza para ser la jefa de esa rosca mafiosa representada por el núcleo peronista de intendentes del Conurbano. Es verdad, hoy Cristina es la dirigente peronista con más votos. También hay que decir que ese liderazgo es más un problema para los peronistas que para Macri. El peronismo histórico, el peronismo de los gobernadores, sabe que Cristina para 2019 es la fórmula más efectiva para la continuidad de Cambiemos. Fastidiados, los peronistas le reprochan a Macri haber “inventado” o resucitado a Cristina. Error. Cristina es un invento del peronismo; es un retoño de su vientre pantagruélico, el mismo que gestó a Menem, Isabel, López Rega. Cristina es, hasta tanto se demuestre lo contrario, la que mejor expresa los sentimientos, pasiones, rencores y mitos del peronismo.
¿Qué hará el peronismo con Cristina? Imposible saberlo. ¿Qué hará Cristina con el peronismo? Al respecto conviene hacer algunas reflexiones. El kirchnerismo fue derrotado en estas elecciones, una derrota que es más significativa por las expectativas que sus militantes se habían hecho que por los resultados.
En efecto, en cualquier país del mundo la representatividad política de Cristina sería importante. Importante para ejercer una oposición responsable y constructiva; importante para construir una alternativa política de poder. Lo que sucede es que el kirchnerismo no se concibe de ese modo. Sus mitos le dictan que son mayoría nacional, que encarnan la Nación y en particular el la totalidad del mundo del trabajo. No se sienten parte, suponen que son el todo y, por lo tanto, en su fuero íntimo estos resultado electorales son para ellos un fracaso.
Hay otro problema con los liderazgos populistas. En este punto Menem y Cristina se parecen más de lo que ellos mismos quisieran. Menem en su momento también hubiera podido liderar una oposición responsable. No quiso o no supo hacerlo. Es que para un populista la única versión del poder es el Ejecutivo, no el Congreso. No saben, no les gusta, pensarse como oposición o ejerciendo una labor paciente, hecha de acuerdos, entendimientos, negociaciones y paciencia. Suponen que ganan bendecidos por el pueblo y su escenario es la plaza y el balcón. Su imagen preferida es la fiesta, el jolgorio. El populismo es entre otras cosas una fórmula pensada y vivida como sinónimo de éxito. La derrota es una calamidad, una desgracia o una conspiración urdida por almas malignas.
Cristina podría ejercer esa oposición, pero tengo mis serias dudas que pueda hacerlo. Nunca lo hizo y creo que pensar en esa posibilidad la descompone. Menem jugó a todo o nada. Y se quedó con nada. Ni siquiera aceptó ir a una segunda vuelta porque un populista no concibe perder. Después se dedicó a sobrevivir para no ir preso. Su labor parlamentaria fue nula y en algún punto lastimosa. Otros presidentes en el llano se dedican a dar conferencias, a escribir libros, a recorrer el mundo contando sus experiencias, a dar lecciones a sus compatriotas. Es lo que hicieron Frondizi, Illia, Alfonsín, Cafiero, entre otros. Imposible pensarlo a Menem en ese lugar. Eso es él. Es lo que siempre fue. El problema en todo caso no es de Menem, es de los argentinos que hicieron presidente durante dos períodos a una nulidad intelectual y a un atorrante moral.
Cristina tiene la oportunidad objetiva de hacer algo diferente. Insisto: es una posibilidad que se presenta con más signos de interrogación que otra cosa. Algunos esfuerzos ha hecho. No sé si es así o yo quiero creerlo así. De todos modos cuesta imaginarla ejerciendo la labor parlamentaria, negociando con Pichetto o con los senadores de Cambiemos, participando en los debates parlamentarios y soportando que la contradigan y, sobre todo, resignarse a no ser la estrella rutilante del firmamento. La otra posibilidad de Ella es concebir a la Cámara de Senadores como un aguantadero para eludir la acción de la Justicia o sentase al lado de Menem y acompañarlo en su melancólico destino.
¿Y el gobierno? Superó una prueba decisiva. El pueblo, un sector mayoritario, le dio su respaldo. Y se lo dio en circunstancias muy difíciles. No es un cheque en blanco, no es luz verde para cualquier cosa. El gobierno sabe -debe saberlo- que ganar es una responsabilidad no un privilegio.