Tal como lo señalan las cifras, la única victoria apabullante de Ella, el único Cristinazo que se vivió en provincia de Buenos Aires, tuvo lugar en las cárceles donde el setenta y cinco por ciento de los delincuentes votaron por la causa nacional y popular, o por lo que ellos entienden o le hicieron entender que es la causa nacional y popular.
No sé si les asiste razón a los peronistas cuando dicen que el pueblo nunca se equivoca, pero estoy persuadido de que a la hora de manifestar las preferencias políticas los delincuentes nunca se equivocan, como lo acaban de probar en este combativo 13 de agosto.
Pobres presos. Después de todo, ellos no han hecho otra cosa que manifestar a través del voto sus preferencias más íntimas, de elegir -en definitiva- a quienes creen que mejor los representa. Digamos que los paradigmas de la democracia representativa también tienen lugar en los presidios.
Palabras más, palabras menos, todo estaba preparado para la fiesta del Cristinazo. O la fiesta del monstruo, susurraría en voz baja don Adolfo o don Jorge Luis. Hasta las encuestadoras parecían haberse sumado al jolgorio. El muy ecuánime Artemio López le otorgaba a la Señora más de diez puntos de ventaja. No era el único, ni siquiera el más exagerado. Y todo dicho con glacial y venerable tono académico.
El clima era tan festivo, la jarana era tan contagiosa que hasta amigos míos de reconocida militancia republicana admitían resignados y culposos que nada ni nadie paraba a Cristina. Recuerdo que en una de esas reuniones, a las que uno tiene la costumbre de asistir, intenté esbozar una hipótesis algo diferente y me miraron como si fuera un marciano bajando en camiseta desde un plato volador, como dice Edmundo Rivero.
El populismo no sólo gana porque tiene votos, sino porque ha convencido a sus opositores que es invencible. Los politólogos a este fenómeno lo designan con el nombre de hegemonía, hegemonía política y cultural. Los problemas se presentan cuando esa hegemonía comienza a fracturarse, los indicios además son cada vez más visibles, pero los “hegemonizados” siguen pensando con las claves resignadas del pasado y, en algún punto, se transforman en más papistas que el Papa.
Esto último dicho sin ánimo de ofender a don Francisco, ya de por sí bastante apesadumbrado por la performance de sus “pollos”: Guillermo Moreno y Gustavo Vera. Aunque a esos sinsabores los populistas los elaboran diciendo que en la ciudad de Buenos Aires lo que predomina es el voto gorila, dominado culturalmente por el pensamiento terrateniente de la pampa húmeda, las tradiciones de Rivadavia y Sarmiento y las luces de París y Londres.
¿Creen que hablo en joda? Nunca fui tan serio. Por lo menos diez libros escritos por los exquisitos ideólogos de la izquierda nacional se han ganado la vida urdiendo estos disparates, que desde los años sesenta a la fecha se siguen repitiendo con sensual devoción religiosa.
De lo dicho al hecho
Los hechos mientras tanto se empecinan en circular por otro lado. Pino Solanas, D’Elía, Moreno, Vera y, por qué no, Biondini, sacaron menos del uno por ciento de los votos. No son marginales. Estos caballeros expresan con pascual sinceridad lo que todo populista cree en serio. La diferencia entre unos y otros no está en lo que creen sino en la mayor o menor conveniencia en decirlo. Que la Señora no los lleve en su lista a cualquiera de estos personajes no es porque crea que están equivocados, Dios me libre y me guarde. No están con ella públicamente porque son piantavotos o, sencillamente, porque, como todo jefe de banda sabe muy bien, no es prudente exhibir a quienes ya son “tristemente célebres”.
Lo cierto es que por diferentes motivos la fiesta populista prevista para el domingo se arruinó. Los invitados no llegaron, la carne estaba en mal estado, los mozos se robaron la vajilla, la torta era de utilería, se descubrió que el novio era casado y la novia estaba enamorada del jardinero. La imagen de la Señora hablando a las cuatro de la mañana y ponderando las bondades de la fiesta está más cerca del desequilibrio emocional que del equilibrio político.
Una lástima. ¡Estaba todo tan bien organizado! Primero el Cristinazo en las urnas, diez días después el paro de la CGT, un mes más tarde el crack financiero con los programados asaltos a los supermercados. Nada nuevo bajo el sol populista. Así se los trata a los gobiernos oligárquicos e imperialistas, a los gobiernos intrusos que ocupan la Casa Rosada. Una verdadera lástima.
Encima las cifras siguen proporcionando humillaciones al irredento ego populista. Cristina, la jefa por gracia de Dios, sacó menos votos que el Morsa Fernández y que Daniel Scioli, el macho bravío de las pampas. Graciela Ocaña le ganó a su candidata en diputados. Y en Santa Cruz los resultados de las urnas fueron tan crueles que podrían calificarse como una violación a los derechos humanos.
No todo han sido malas noticias para el populismo. Milagro Sala podrá disfrutar de prisión domiciliaria. Y lo de disfrutar en este caso no es retórico, ya que su estadía se cumplirá en su finca evaluada en más de un millón de dólares. Como dijera el amigo de mi tía: así da gusto estar en cana.
Cómo hizo la militante de los pueblos originarios para disponer de una casita de ese porte no es ningún misterio. Doña Milagro se ha limitado en aplicar al pie de la letra el manual del buen militante kirchnerista. Ejemplos no le faltan. El éxito, la Señora lo sabe, es contagioso.
Hay otra buena noticia que saborean por anticipado los kirchneristas. Se llama Santiago Maldonado. Sus principales voceros no pueden disimular la mala leche. A veces se nota que quieren hacerlo, pero la pulsión es más fuerte. Su vocero más distinguido, Horacio Verbitsky, ya lo califica a Maldonado de desaparecido. Algo parecido dice la señora Estela de Carlotto.
Desaparecido. En la Argentina que vivimos esto quiere decir que hubo una orden del gobierno para matar a Maldonado. Así de lindo y dulce. Macri, después de saludar con un beso a su esposa, a su hijita y a Balcarce, le comunica a Patricia Bullrich que “desaparezca” a Maldonado.
¿Qué no es así? No entiendo de otro modo la categoría de desaparecido. Terrorismo de Estado y decisión política de matar al disidente es el contenido real de la palabra desaparecido. Amables, gentiles y prudentes, acusan al gobierno de Macri de haber iniciado o continuado la lista de desaparecidos en la Argentina, la inevitable lista de muertos porque, como vociferan en sus rituales, candombes y algaradas, este gobierno “sólo cierra con represión y hambre” o “Macri, basura vos sos la puta dictadura”.
Fieles a sus certezas no vacilaron en calificar al doloroso suicidio de un señor de más de noventa años como un genocidio. Y los energúmenos de sus dirigentes sindicales decidieron con previsible velocidad declarar un paro general de protesta por el asesinato deliberado de nuestros viejos. No, no pueden disimular la mala leche que tienen.
Conclusión: lo siento por ellos. Los argentinos demuestran que están decididos a transitar por otros carriles históricos, más justos, más reales, más decentes, menos delirantes. Asistimos a un cambio histórico de paradigma. El camino es escabroso, complicado, pero ya lo hemos empezado a transitar. Habrá dificultades, sinsabores, incluso retrocesos, pero la decisión está tomada.