Coaliciones políticas: alcances y límites

Las coaliciones políticas no son nuevas, pero convengamos que en el siglo XXI se presentan como el recurso posible para acceder al poder y gobernar. Hoy, en la Argentina ejerce el poder una coalición política y seguramente la oposición que se construirá luego de la superación del kirchnerismo asumirá estas formas.

Siempre ha habido buenos argumentos a favor de las coaliciones, pero en los últimos años daría la impresión de que son la exclusiva respuesta contemporánea a los dilemas de la política en tiempos de crisis de los partidos.

Según se mire, la coalición es un recurso presente en los orígenes mismos de la nación. El PAN puede ser entendido como una coalición y no han faltado historiadores que sostengan que la UCR, no solo nació como una coalición sino que esa identidad está presente en su sigla partidaria. La Concordancia en los años treinta fue una coalición de signo conservador que integró a tres formaciones políticas. Y a su manera también fue una coalición la Unión Democrática.

¿El peronismo? Digamos que el peronismo inaugura otra variable de construcción política que podríamos calificar de movimientismo o populismo, espacio en el cual se integran diversas tradiciones políticas, pero el protagonista decisivo es el líder o conductor. Asimismo, si el objetivo de la coalición es el consenso, el objetivo del movimientismo es la hegemonía, por lo que a modo de síntesis muy bien podría decirse que el movimientismo es lo opuesto a la coalición.

Más allá de las disquisiciones teóricas, lo que queda claro es que cualquier estrategia de poder en las actuales sociedades exige coaliciones políticas pluralistas con amplia representación territorial. El tradicional partido de clase o ideológico ha sido desplazado por este otro tipo de contrato más en sintonía con la realidad y las propias demandas sociales.

Admitir que un solo partido no resuelve los problemas políticos de la nación, es casi un lugar común de nuestra política criolla. De hecho, en los últimos años las experiencias de poder, más allá de sus resultados, se han materializado a través de coaliciones. Cambiemos no es un rara avis en la política nacional. Podrá debatirse la consistencia de esa coalición y las dificultades de un gobierno de este tipo en regímenes que no son parlamentarios, pero queda claro que más allá de las preferencias sectoriales e incluso individuales, la coalición parece ser, por diferentes motivos y causas, el contrato ideal para hacer real la práctica política de ganar el poder y luego gobernar.

Se sabe que en la sociedades democráticas la legitimidad es una credencial decisiva. La coalición incorpora otro dato exclusivo de la política democrática: el principio de deliberación y cooperación. Más allá de disidencias internas, de disputas a veces cordiales a veces ásperas, está claro que no solo se hace difícil, por no decir imposible acceder el poder sin una coalición social y política amplia, sino que, sin ese tipo de entendimiento, sin esa práctica alrededor del acuerdo y la negociación, no es posible este otro principio clave de la política: la gobernabilidad.

Por supuesto que la “cultura” de la coalición presenta sus propias dificultades, dificultades que incluyen desde las aspiraciones por liderazgos, la “vanidad” partidaria, los intereses sectoriales y los propios inconvenientes e imprevistos de la lucha política “hacia adentro y hacia afuera”.

Cambiemos es un interrogante planteado en varias dimensiones. El interrogante acerca de las posibilidades de una coalición no peronista y el propio interrogante acerca de la fortaleza de este acuerdo en en el que las inevitables disputas internas corren el riesgo de hacer zozobrar el contrato fundante.

La otra experiencia, de la que seguramente en su momento habrá que reflexionar, la presenta el denominado Frente Progresista Cívico y Social que gobierna en la provincia de Santa Fe desde hace casi doce años. El entendimiento entre radicales, socialistas, Demócratas Progresistas, ARI y otras formaciones políticas demostró ser muy eficaz para acceder al gobierno y gestionar. Hay que añadir al respecto, que se trató de una construcción de poder que supo equilibrar el alineamiento cultural e ideológico con las demandas de lo político con lo social en el marco de experiencias compartidas durante años.

Los aciertos no excluyen dificultades que se han presentado y que corren el riesgo cierto de romper o debilitar a esta experiencia coalicionista. Las impiadosas disputas internas, las vanidades partidarias, las dificultades objetivas del socialismo para definir una estrategia política de alcance nacional, coloca al Frente Progresista al borde de la fractura.

En ese sentido, lo que enseñan las experiencias coalicionistas de Uruguay y Chile, es que sin un mínimo de generosidad, sin una voluntad acuerdista que se imponga en ultima instancia, es muy difícil sostener un acuerdo del que nadie ignora que navega sobre las aguas encrespadas, a veces borrascosas e incluso traicioneras de la política. Lo sucedido en Santa Fe, por lo tanto, puede llegar a ser el espejo en donde Cambiemos podría llegar a mirarse para corregir errores y profundizar aciertos.

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