Los interrogantes de la victoria

Cristina Kirchner fue derrotada en toda la línea. La derrota es electoral, política y ética. El símbolo que mejor expresa la bancarrota del relato cleptocrático es la devastada y humillada provincia de Santa Cruz. Alicia Kirchner ya no transita por el país de las maravillas sino que vota rodeada de militares y guardaespaldas que la protegen de las iras populares. Ella, la Señora, la Que te Dije, está ausente en el territorio que calificó como “su lugar en el mundo”. Cristina no vota, no está, se fue, una ausencia que es algo más que un dato físico para transformarse en la imagen elocuente de un fracaso, de un estrepitoso fracaso que solo la retórica hueca de la Señora puede atreverse a transformar en una victoria para agasajo de los oídos de una platea sumisa, alienada y predispuesta a creer en los enanitos verdes.

Cambiemos ganó en los seis distritos claves del país: Ciudad de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Entre Ríos. La Argentina que en su momento estuvo en la calle para resistir a la 125 creció, se consolidó socialmente y forjó una alternativa política ganadora. Es la Argentina del trabajo, del estudio, de la inversión, de la decencia; es la Argentina de la movilidad social ascendente, del esfuerzo individual, de la inserción real en el mundo, de los derechos pero también de los deberes. Es nuestra Argentina. La Argentina democrática y republicana; liberal en el sentido más noble y libre de la palabra.

Este 22 de octubre se decidió algo más que la elección de un senador o un diputado. Cambiemos expresa el ingreso efectivo de la Nación en el siglo XXI. Es el presente pero también pretende ser el futuro. Por el contrario, el kirchnerismo expresó los últimos estertores del populismo hegemónico en las últimas décadas del siglo veinte. Su derrota es la derrota de la experiencia política que nos asoló en los últimos doce años, pero es también la derrota del peronismo.

Al respecto, lo obvio debe ser dicho para evitar confusiones o maniobras gatopardistas. La derrota del kirchnerismo es, para ser más preciso, la derrota de la versión mayoritaria del peronismo. De la versión mayoritaria y de sus posibles versiones minoritarias. El domingo fueron derrotados Urtubey, Schiaretti, Bordet y Peppo. Por su parte, Insfran, Verna, Das Neves y los Sáa salvaron a duras penas la ropa, pero ninguno de ellos está en condiciones de expresar un liderazgo renovador. El gobernador de San Juan ganó limpiamente, pero por el momento su victoria le alcanza para mandar a cuarteles de invierno a ese maestro del oportunismo populista que se llama Gioia. Buena elección de Manzur en Tucumán o del peronismo en Catamarca, pero en todos los casos con una oposición fuerte que crece.

Massa no solo fue derrotado por Cambiemos en provincia de Buenos Aires, también fue derrotado en su distrito de Tigre. Por su parte, a Randazzo los votos obtenidos apenas le alcanzaron para competir con los candidatos troskistas. Un dato que merece tenerse en cuenta como un signo algo irónico de los tiempos que corren: dirigentes peronistas deliberando alrededor de porcentajes electorales del cinco o el diez por ciento, algo impensable para un peronismo histórico cuyos dirigentes siempre se pensaron como ungidos por una invisible mano divina para disponer de los votos.

Sobre estos escenarios se pueden elaborar las más diversas interpretaciones, pero se me ocurre que la palabra que mejor designa la realidad del peronismo es “crisis”. Una crisis de liderazgo, de paradigmas y de representación. La situación puede expresarse en los siguiente términos: Cristina no gana pero sus opositores internos no pueden. La resolución de esa contradicción llevará su tiempo y la probabilidad de un prolongado peregrinaje en el llano, un verdadero calvario para una fuerza política que siempre se creyó mayoritaria.

A decir verdad, los resultados electorales de este domingo eran previsibles. La novedad política se produjo en agosto. Allí se derrumbaron las ilusiones y los mitos del populismo, la fantasía de que Cambiemos sería derrotado en toda la línea y que su futuro inmediato era un helicóptero, tal como lo expresaban sin disimulos sus militantes más entusiastas y leales.

En octubre se confirmaron y profundizaron las tendencias ya definidas en agosto. Las urnas en ese sentido son algo así como la hora de la verdad. Al momento de contar los votos se disipan las tinieblas y los augurios. Al momento de contar los votos se demuestra la inconsistencia de los relatos, de las intrigas y maniobras tramposas, de las manipulaciones y ardides.

La última apuesta del kirchnerismo -a la que alegremente se sumó la izquierda devenida en un descolado furgón de cola del populismo- se llamó Santiago Maldonado. No me refiero al desdichado joven real que perdió la vida en un episodio cuyos detalles seguramente deben seguir investigándose, me refiero a la imagen, al fetiche, a la cartelería de un Maldonado transformado en el primer desaparecido de Macri, en el desaparecido 30001 -una doble mentira dicho al pasar- porque ni los 30.000 son verdaderos y mucho menos ese 30.001 que pretendió instalar con su proverbial inescrupulosidad y cinismo el sugestivo y sospechoso doble agente que habitualmente escribe en Página 12.

A decir verdad, no se privaron de nada: mintieron, exageraron, trampearon, ocultaron y jugaron con sentimientos que deberían ser sagrados. Fracasaron. Fracasaron, pero una vez mostraron las uñas y revelaron su real catadura moral y política, su apelación tramposa a los derechos humanos, sus afanes desestabilizadores y golpistas, pero sobre todo su absoluta falta de respeto por la verdad y por la gente.

Tampoco influyó sobre la voluntad del electorado el pedido judicial de desafuero a De Vido. Y no influyó por la sencilla razón de que los votantes de Cambiemos desde hace rato saben de la condición cleptocrática del kirchnerismo. La solicitud de desafuero en todo caso no hace más que confirmar aquello que para todos nosotros más que una sospecha es una certeza. .

El escenario que viene

Cambiemos ganó pero su victoria es más una responsabilidad que una fiesta. No tiene mayoría absoluta y de alguna manera está bien que así sea. No nos ha ido bien a los argentinos con esa vocación hegemónica del populismo y sus liderazgos mágicos y mesiánicos. Cambiemos tiene por delante el desafío de hacer realidad el tránsito de una Argentina populista a una Argentina republicana y democrática. Lo esta haciendo pero falta mucho para concluirlo.

En la Argentina que viene el decisionismo empezará a ser sustituido por la deliberación; la confrontación por el acuerdo; la imposición por el diálogo. No se hará de un día para el otro pero ése será el objetivo. No será fácil lograrlo. El gran interrogante de estos comicios, el interrogante objetivo más allá de deseos y entusiasmos, es si estos resultados son el producto de un humor circunstancial o la respuesta a un objetivo estratégico. Se supone que los dirigentes de Cambiemos apuestan a una estrategia de largo alcance, aunque, como se dice en estos casos, una cosa es decirlo y otra hacerlo. En ese sentido hay que ser descarnadamente claro: el populismo está derrotado, pero en política nunca está escrita la última palabra. Históricamente, el populismo suele ser la emergencia del fracaso de las clases dirigentes tradicionales.

No me consta que Cambiemos exprese a las clases tradicionales, pero más allá de esas especulaciones, lo que merece ser considerado como una certeza, es que lo único que impedirá un terreno del populismo es una buena gestión de Cambiemos. Hasta ahora lo está haciendo, pero importa advertir que en política ningún destino está escrito de antemano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *