Se votó por el estado de derecho

Luego de más de quince horas de sesión, el gobierno nacional logró aprobar la ley previsional cuando todavía en la calle llegaban los ecos trasnochados del bullicio de manifestantes que ganaron la calle con el objetivo de impedir a cualquier precio que fuera aprobada una ley que consideraban lesiva al bolsillo de los jubilados.

La ley previsional fue el tema convocante, pero para más de uno fue apenas un pretexto. Los energúmenos que salieron a la calle a ejercer la violencia en sus versiones más salvajes puede que hayan estado preocupados por los jubilados, pero sus actos y sus consignas estaban poseídos más por los tonos sombríos de la sedición que la legítima pretensión de ejercer la disidencia.

Foto: LA NACION

Si para la izquierda trotskista las manifestaciones callejeras son ensayos insurreccionales para la toma del poder, para el populismo criollo el objetivo es bloquear el funcionamiento de las instituciones y deponer a un gobierno caracterizado como «intruso», agravado en este caso porque ese «intruso» amenaza con llevar a la cárcel por corruptos y traidores a la patria a sus principales dirigentes.

Para los trotskistas, el imaginario está en las calles de San Petersburgo y el Palacio de Invierno; para los populistas, el ideal difuso es la marcha sobre Roma. Entre San Petersburgo y Roma se abre un espacio de pasiones, intereses y codicias en donde todas las morbosidades son posibles.

En todos los casos, lo que resulta evidente de estas jornadas es que nada de lo sucedido fue espontáneo. Más allá de la legítima voluntad de manifestantes que marcharon para protestar por una ley que consideran injusta, el objetivo de la manifestación fue el que los argentinos pudimos presenciar a través de imágenes en algunos casos estremecedoras y pavorosas.

No se trata de minorías de inadaptados, sino de turbas conchabadas y adiestradas para generar el caos. Y mientras las turbas ejercían la siniestra pedagogía de la violencia, en el recinto del Congreso los legisladores K reclamaban que se levantara la sesión invocando las refriegas callejeras promovidas, alentadas y financiadas por -tenemos derecho a suponerlo- ellos mismos.

Tampoco lo sucedido habilita este hábito extendido de poner en un mismo nivel errores que no pueden ni deben equipararse. La ley previsional es opinable y la historia dirá si fue un acierto o un error, pero el objetivo de asaltar las instituciones, de impedir su funcionamiento, de practicar la violencia despiadada, no es opinable, merece el repudio y la condena sin atenuantes.

Las invocaciones a la represión salvaje y otras consignas por el estilo no hacen otra cosa que colocar en un plano invertido los datos impiadosos de una realidad caracterizada por turbas lanzadas contra las fuerzas del orden. Se sabe que en los regímenes autoritarios las manifestaciones públicas están prohibidas y cualquier manifestación callejera es reprimida. Lo novedoso, en este caso, es que no son las fuerzas del orden las que atacan a los manifestantes, sino los manifestantes los que atacan a las fuerzas del orden. El saldo de cerca de noventa policías heridos, algunos de gravedad, así lo testimonia.

El balance permite afirmar que hubo vencedores y vencidos. Se aprobó una ley, pero sería una simplificación postular que solamente se aprobó una ley. Ocurre que el despliegue de la política cuando transita sus momentos más intensos amplía el foco de sus objetivos iniciales para iluminar con los trazos del drama, la farsa y la tragedia los dilemas que atraviesan a una sociedad.

Se votó una ley, pero también se votó un principio institucional y un estilo de convivencia. Se votó si una ley se sanciona en un recinto parlamentario o en el escenario escabroso de la calle; se votó por si las diferencias se resuelven con procedimientos pacíficos o mediante la imposición de la violencia; se votó por si el pueblo delibera o gobierna a través de sus representantes o por si una minoría puede atribuirse su representación para imponer su voluntad; se votó, en definitiva, para afirmar el Estado de Derecho amenazado por grupos facciosos interesados en destruirlo.

Periodista y escritor

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