Cambiemos y el ingreso a 2018

Si la política se evalúa en tiempo presente, muy bien podría decirse que el gobierno de Cambiemos concluye el año 2017 con los mejores auspicios. Por supuesto que hay problemas que acechan y grandes interrogantes abiertos hacia el futuro, algo que ocurre con cualquier gobierno en el mundo, pero en términos de poder Macri está más sólido que  cuando asumió el gobierno en 2015 y su imagen es más consistente que a fines de 2016. La economía no es una maravilla, pero atendiendo el pronóstico catastrófico de sus adversarios, hay que admitir que funciona, lo cual es una buena noticia para los argentinos y algo así como una tragedia para sus adversarios más enconados que hasta el día de hoy pronostican -y actúan en consecuencia- que el destino de Macri es huir hacia la nada en un helicóptero.

Este gobierno no es perfecto y sospecho que no pretende serlo. A los argentinos -dicho sea de paso- no nos ha ido bien con gobiernos que se presentan como perfectos. Cambiemos es una fuerza política joven que está construyendo su identidad en medio de borrascas y relámpagos y que por inexperiencia y apresuramiento se ha equivocado más de una vez. Sin embargo –mal que les pese a sus adversarios- sus errores y vacilaciones han sido inferiores a sus aciertos. Así lo confirmaron las elecciones de agosto y octubre y así se ratificó este mes de diciembre cuando le ganó a la oposición peronista todas y cada una de las pulseadas.

¿Así será en el futuro? No lo sé. Y me temo que es imposible saberlo, porque la política en estos temas es el juego de lo imponderable. Sí me atrevo a opinar que desde el punto de vista del poder la oposición tiene muchos más problemas que el oficialismo. También en este caso se aplica ese principio publicitado por Perón para explicar su supremacía: “Si el pueblo nos apoya no es tanto porque seamos muy buenos, sino porque nuestros adversarios son peores que nosotros”. Por estos caprichos de la historia, el aforismo hoy juega a favor de Cambiemos: Macri no es una maravilla pero le saca varios cuerpos de ventaja a Cristina, Massa o Scioli. Es más, mientras estos sean sus adversarios con limitarse a hacer la plancha su suerte política está decidida a su favor.

Se dice y se repite que unos de los problemas del gobierno es no saber comunicar. Son esas cosas que se dicen como grandes verdades de sentido práctico, pero que no bien se examinan se disuelven en el aire. A contramano de ese lugar común, sostengo que la comunicación es uno de los grandes aciertos del oficialismo. Si así no hubiera sido Cambiemos estaría liquidado hace rato, porque han sido más sus palabras, sus gestos, la confianza que supo inspirar que sus realizaciones prácticas lo que explica su aceptación social.

Cambiemos no se sostiene exclusivamente por la comunicación –ningún gobierno podría hacerlo- pero esa comunicación que en definitiva es el diálogo que un gobierno es capaz de sostener con la sociedad – el diálogo y ese juego de seducción y empatía empatía-  uno de los componentes importantes de su ascendiente social.

No sé si este gobierno será capaz de fundar o regenerar una nuevo orden político. No lo sé, y es más, no estoy seguro de que esa supuesta fundación sea lo más aconsejable o conveniente. Lo que sí parece ser una gestión que sabe diferenciarse del pasado reciente a través de una relación equilibrada entre la polarización y el acuerdo. Cambiemos se presenta como lo nuevo y tal vez lo sea, pero su novedad está sostenida por una larga tradición política que incluye el clásico antiperonismo, pero que va mucho más allá de esta antinomia que, si bien no está agotada, no alcanza para explicar los desafíos actuales de la política.

Cambiemos por lo pronto no hubiese logrado sostenerse en el poder sin presentarse como lo opuesto a la gestión K y de alguna manera al peronismo, salvo que alguien crea que el kirchnerismo no es peronista. Pero Cambiemos tampoco habría podido sobrevivir si no hubiera desarrollado una sabia y prudente relación con el peronismo no kirchnerista.

En esta tarea sus recursos han sido diversos, pero sobre todo eficaces. Al respecto importa saber que los acuerdos políticos y los entendimientos no se hacen tanto por exigencias ideológicas o teóricas como por necesidades, las necesidades imperiosas y a veces impiadosas del poder.

Lo sucedido con la ley previsional, por ejemplo, así lo demuestra. Los gobernadores peronistas que apremiaron a sus diputados para que apoyen esta ley contra viento y marea, no lo hicieron por traidores a la causa o porque simpatizan con Macri; lo hicieron porque no tenían otra alternativa, porque sencillamente sabían que ese paso los beneficiaría en términos prácticos mucho más que sostener adhesiones a causas que a esa altura de los acontecimientos transmiten el sabor amargo de la derrota.

Les guste o no a algunos, así se hace política hoy, ayer y antes de ayer. La gobernabilidad se teje con estos hilos y estas tramas y es siempre un juego peligroso y esquinado, un juego que oscila entre el realismo descarnado, los intereses y las pasiones, un juego que tiene sus reglas propias y que en más de un caso no se ajusta estrictamente a los preceptos habituales de la moral convencional. En ese contexto, el talento de Cambiemos ha sido el de colocar a la oposición ante alternativas de hierro aprovechando el poder que ejercer, pero también la crisis de identidad que hoy afecta al peronismo, sus fisuras internas y su ausencia de liderazgos convincentes.

Por el momento la única esperanza –más que esperanza, ilusión- que asiste al peronismo para recuperar el poder es que Cambiemos estrelle el barco contra el iceberg. Esa esperanza hoy es débil y amenaza con debilitarse cada vez más. Macri ha dicho que no es De la Rúa y por lo tanto no está dispuesto a cumplir con la profecía populista.

Si el helicóptero no alza vuelo y el barco no se estrella, este gobierno cumplirá su mandato e iniciará el segundo con los mejores auspicios. No hará una revolución ni regenerará a la Argentina de la mañana a la noche; tampoco nadie le exige que se proponga semejante tarea. Simplemente se propondrá a través de decisiones graduales y reformas audaces en algunos casos y tímidas en otras, permitir que Argentina ingrese al siglo XXI en las mejores condiciones.

Esa tarea histórica parece estar asignada por el imperio de los hechos a Cambiemos. Por lo pronto, con vacilaciones, errores, contradicciones, pero también con audacia, lucidez y vocación de poder, lo está haciendo. Al peronismo no le queda otra alternativa por el momento que acompañar esta experiencia,  porque como ya lo aprecian sus dirigentes más esclarecidos, la oposición salvaje cada vez le da peores resultados.

Sucede que la diferencia de Cambiemos con el peronismo no proviene solo de la tradición, las identidades e incluso los prejuicios, la diferencia fundamental proviene en que Cambiemos posee una percepción de la realidad, una sintonía con los nuevos vientos que soplan en el mundo muchos más rica, más diversa y más realista. En esta diferencia de percepción reside la clave de las ventajas políticas que Cambiemos sostiene frente al peronismo.

Lo que queda claro para 2018 es que la responsabilidad y los riesgos de conducir la política nacional serán de Cambiemos porque los riesgos y los temas en debate estarán planteados cada vez menos en el pasado y cada vez más el futuro. La encarnación de ese pasado, el kirchnerismo, se desliza hacia su propia extinción, una suerte no muy diferente a la que corrió el menemismo con el que se parece cada vez más. Cuando esto ocurra, al peronismo se le abrirá la posibilidad de pensar en qué lugar del escenario político se ubica. Tal como se presentan los hechos, está claro que correr a Cambiemos por izquierda es un mal negocio y correrlo por derecha es por lo pronto un negocio imposible. ¿Qué hacer? Para el peronismo este interrogante no tiene respuesta inmediata. Para Cambiemos, por el contrario,  es una exigencia perentoria. Algunas respuestas ha dado en estos dos años y este ingreso auspicioso al 2018 así parece demostrarlo.

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