Mañana de sol alrededor de las 11. Tomamos café y leemos los diarios. José conversa en voz baja con Quito, el mozo. Marcial apoya el diario en la mesa, corre su pocillo y comenta que el Papa está furioso con el presidente Macri. Según sus versiones, a Su Santidad ya no le gustó que abra el debate sobre el aborto, pero lo que lo puso más furioso, lo que terminó de confirmar sus sospechas de que se trata de un liberal o un neoliberal irredento, fue su promesa de no vetar la ley sea cual fuese el resultado.
-Digo yo, ¿el Papa no tiene demasiados problemas en el mundo para andar metiéndose todos los días en la política criolla?
-Parece más un cura argentino, una versión anacrónica del padre Leonardo Castellani que el Papa de millones de católicos -reflexiona Marcial.
El padre Ramón toma un trago corto de mate cocido y sonríe, es una sonrisa ancha, sonrisa que exhibe una dentadura poderosa, pero es una sonrisa que desaparece en el acto porque algunas sonrisas del cura son más una expresión nerviosa que una manifestación de alegría, cuando no el anticipo de algunas de sus célebres rabietas.
-Me parece que ustedes se meten más con el Papa que el Papa con ustedes -dice el padre Ramón.
-Yo no me meto ni me dejo de meter -explica Marcial- pero con todo respeto padre, este Papa me decepciona todos los días. Y se lo dice alguien que estaba orgulloso de que los cardenales hayan elegido un Papa argentino.
-Y yo te pregunto: ¿vos estabas orgulloso porque el Papa era argentino o porque el Papa había sido el jefe de la oposición a los Kirchner, como lo acusaron cuando todavía era el cardenal Bergoglio?
-Se lo digo sinceramente -responde Marcial- yo estaba dispuesto a convivir con el Papa Francisco, pero no con el Papa Juan Domingo.
-Ya me contestaste -responde el padre Ramón y vuelve a sonreír.
-Todos los argentinos desde hace cinco años nos sentimos satisfechos de tener un Papa argentino -digo.
-Hasta que empezaron a hacer lo que a los argentinos más le gusta hacer -responde el cura.
-¿Y se puede saber qué es?
-Lo que venimos haciendo desde siempre, según sentenciara un curita amigo que ahora descansa al lado del Señor: “En el país de los ciegos, matamos al tuerto”.
-No le va a gustar a Su Santidad que lo trate de tuerto -dice José que le acaba de pedir a Quito que le traiga otro café.
-Quedate tranquilo que Su Santidad y yo nos entendemos; como en el truco, con las señas nos alcanza y nos sobra.
-Y al tema de la despenalización del aborto, ¿también lo manejan como si estuvieran jugando al truco?
-Por supuesto, pero en este caso con la tranquilidad de conciencia de que las mejores cartas, las tenemos nosotros.
-¿O sea que está en contra del aborto?
El cura va a responder, pero el que intervengo soy yo.
-Preguntá bien José; contra el aborto estamos todos, lo que se discute es si las mujeres disponen de la libertad de interrumpir su embarazo sin ir presas, y si un médico puede atenderlas sin correr el riesgo de ir preso.
-Yo no estoy contra el aborto -dice el cura- estoy a favor de la vida… si ustedes tienen algo más que decir al respecto… -dice el cura y corre la silla para cruzar las piernas.
-Yo tengo mucho para decir -responde Marcial- no me corra con que usted está a favor de la vida dando a entender que yo estoy a favor de la muerte.
-¿Me vas a discutir que en el óvulo fecundado no hay vida?
-Según su visión religiosa…
-Visión religiosa de acá -responde el cura- la ciencia a la que ustedes le rinden tantos honores es la que dice eso.
-¿Y la religión que dice? -pregunta José.
-Lo que dijo siempre: que la vida es un don de Dios y que Dios ama a cada hombre mucho antes de que nazca, de lo que se deduce que estamos muy interesados en proteger ese “embrión” como dicen ustedes con tono despectivo.
-Yo creo -dice Marcial- que efectivamente en la fecundación hay vida, pero no creo que haya persona…
-¿Y cuándo creés vos que hay una persona?
-Sencillo, cuando se constituye el cerebro, es decir, más o menos a los cinco o seis meses; allí sí entiendo que hay que proteger a una persona por nacer.
-Lo que usted, cura, debería responder es a lo siguiente -digo- si una mujer de su parroquia aborta y usted se entera, ¿la denuncia a la policía?
-Vos me estás hablando en joda.
-Nunca hable más en serio.
-Entonces, criaturita de Dios, sos poco serio…
-Contésteme y deje de dar tantas vueltas.
-Yo me hice cura para testimoniar ante Cristo, y me hice cura para salvar almas y comprender y amar a la gente; no me hice cura para delatar a nadie, que esa tarea la hagan los delatores; lo que es yo, en ese tema ni entro ni salgo.
-O sea que deja hacer.
-A vos se ve que te gusta entender lo que se te da la gana. Dejar hacer, dejar pasar, es cosa de liberales, no de cristianos que las tienen bien puestas; la trataré de convencer con todos mis argumentos y con todas las luces que me dé el Bendito, para que no aborte.
-¿Y si lo mismo lo hace?
-Rezaré por su alma y la del pobre inocente.
-¿Y la perdonaría?
-Por supuesto que la perdonaría… ¿o no te enteraste que el Papa que vos criticás tanto nos permite ahora perdonar ese pecado?
-¿La condena o no la condena?
-Yo no condeno a nadie, yo defiendo la vida, ¿cómo querés que te lo explique?
-Convengamos -dice Marcial- que lo que vos decís es la posición sectorial de la iglesia.
-Por supuesto, ¿o en nombre de quién querés que hable yo? Como le gustaba decir al Quijote: hablo en cristiano porque no soy moro.
-Digan lo que digan -insisto- en algún momento la ley de despenalización del aborto se va a aprobar porque en todos los países civilizados del mundo estas intervenciones están permitidas.
-Háganlo si quieren, pero nosotros siempre vamos a defender la vida y nos vamos a oponer a estas “hazañas civilizatorias”; es nuestra misión, nuestro testimonio; una voz, la voz de la iglesia debe, contra viento y marea, poner límites; no somos dueños de hacer lo que se nos da la gana.
-¿Y va defender estos puntos de vista, aunque estén todos en contra? -pregunta José.
-Nosotros José -responde el cura- no somos como ustedes los peronistas que van donde sopla el viento; si tenemos que estar en contra de todos vamos a estar en contra de todos, somos iglesia, damos testimonio de la fe, no somos un partido político ni andamos consultando encuestas para saber lo que tenemos que hacer porque a quien tenemos que rendirle cuentas es a Otro.
-Un fanático diría lo mismo -apunta Marcial.
-Ustedes saben muy bien que yo no soy un fanático; no estaría en esta mesa con ustedes pecadores contumaces, si lo fuera.
-Quiero que sepa Padre -dice José- que la mayoría de los peronistas en esta no lo vamos a acompañar.
-No es la primera vez que ustedes que se dicen cristianos nos dejan en la estacada, pero bueno, hagan lo que quieran, ya hicieron lo que querían cuando hace unos años estaban en contra del divorcio y en contra de la patria potestad compartida… yo no sé si felicitarlos por la audacia o mandarlos a rezar el Padre Nuestro y el Yo Pecador.
-No me busque la boca cura; mire que todavía me acuerdo de cuando se juntaron con los liberales y los bolches para derrocar a Perón en 1955.
-En eso te equivocás, los liberales y los bolches se acercaron a nosotros y no al revés. Nunca me divertí tanto como cuando a masones, bolches y liberales los veía tan devotos con el Cristo Vence.
-Era una consigna.
-Para vos era una consigna, para mí era una señal, una señal acerca de los infinitos caminos de la Providencia.
-¿Pero usted estuvo de acuerdo con lo que pasó en 1955?
-Yo estaba entonces entrando al seminario, pero con el padre Pepe escondimos a muchos peronistas perseguidos; ahora si me preguntás de lo que pasaba en 1955 con el peronismo lo que te digo, sin pelos en la lengua, es que existía, como muy bien lo explicaba en sus sermones el padre Ernesto, una lesión objetiva a la libertad.
-No comparto -concluye José.