Los muchachos de la mesa tienen la cara larga y la mecha corta. Esta vez no son los diarios los responsables del mal humor con sus malas noticias, sino la pantalla del televisor repitiendo con morboso placer -dice Quito-, la tanda de goles que nos propinó España el martes pasado.
—Yo no puedo creer que estos gallegos nos hayan dado la paliza que nos dieron -dice José fastidiado y bocón.
—Hombre de poca fe -le dice el cura Ramón que confesó que apenas terminó el primer tiempo dejó de ver el partido porque a la paliza la veía venir.
—¿Dios le secreteó al oído lo que nos aguardaba? -dice Marcial con una sonrisa burlona.
—Dios está ocupado en cosas más importantes que un partido de fútbol -contesta el cura-, aunque sospecho que a veces se da una vuelta por la cancha y hace alguna travesura con la pelota.
—A juzgar por los resultados, si se dio una vuelta por la cancha se sentó en la tribuna de los españoles -dice José.
—No le echemos la culpa a Dios por la paliza que nos dieron -dice el cura Ramón- lo único que falta; nos preparamos mal, somos indisciplinados, desordenados, inconstantes y cuando nos dan una paliza la culpa la tiene Dios. Linda manera de lavarnos las manos, de eludir las responsabilidades.
—No sé de qué paliza habla -le digo- porque, según nuestro director técnico, el primer tiempo que jugamos fue increíble.
—Él sabrá lo que dice -responde el cura.
—En todo caso -dice Marcial-, habrá que saber qué entiende Sampaoli por increíble.
—Lo increíble es la goleada que nos metieron -insiste José.
—Yo por el contrario -dice el cura- sostengo que si hay algo creíble en todo esto es la goleada… a no engañarse muchachos, con este equipo en Rusia no tenemos ni para empezar, entre otras cosas porque lo que no hay es equipo… si a menos de dos meses del mundial todavía no sabemos quién va a ser el arquero… Además, no se olviden de que a este mundial nos clasificamos de yapa y si no se hacen las cosas bien en el poco tiempo que nos queda, esta goleada con España puede ser el anticipo de otras futuras.
—No exagere cura -dice José- recuerde que éste es un partido amistoso y como tal debe ser evaluado.
—Amistoso ¡la pindonga! -exclama Marcial- perdimos por goleada y, como dice el cura, si no se hace nada van a venir otras goleadas.
—Nos queda poco tiempo -comento.
—Y eso es imperdonable -dice el cura- ¿poco tiempo por qué? Hace años que en esta selección juegan los mismos jugadores, de lo que se deduce que si las cosas van como la mona no es porque no hemos tenido tiempo, sino porque somos incorregibles o porque sencillamente habrá que hacerse cargo de que no somos los mejores del mundo y ni siquiera estamos entre los mejores del mundo.
—¿No está exagerando un poco?
—Aceptarme como soy es una señal de humildad, de sabia humildad -contesta el cura y levanta los ojos no al cielo sino al techo del bar.
—No nos olvidemos -dice José- que en este partido no estuvo Messi.
—Messi no hace milagros, mi querido muchacho -retruca el cura- está bendecido por el talento pero si no lo acompañan, si lo dejan solo pasa lo que ya vimos que pasa.
—Lo que yo creo -dice Marcial- es que la selección de fútbol es de alguna manera un espejo de la Argentina y de los argentinos: nos creemos más de lo que somos, no nos gusta disciplinarnos, no creemos en el trabajo en equipo, apostamos a jugar por la libre, somos malos perdedores y cuando nos percatamos de que todo nos salió mal le echamos la culpa al vecino.
—Yo, sinceramente -digo-, no creo en caracterizaciones tan generales; ni creo que al fútbol nuestro haya que extenderle un certificado de defunción; tampoco creo que los argentinos seamos lo peor; es más, siempre repito, y creo que con buenos argumentos, que Argentina sigue siendo el mejor país para vivir en América Latina.
—Lo era.
—Todavía lo sigue siendo, incluso a pesar de muchos argentinos. Al punto de que muy bien podría decirse que la Argentina funciona a pesar de los argentinos.
El cura se ríe con su sonrisa ancha y dental, después comenta.
—Lo que decís me recuerda a lo que en algún momento le dijo el Papa a Napoleón.
—¿Qué le dijo?
—Parece que Napoleón, agrandado como era, le advirtió a Su Santidad que si las coas no cambiaban él se encargaría de destruir la Iglesia católica, a lo que el Papa le contestó: no creo emperador que pueda hacerlo porque ese objetivo ni siquiera nosotros, los religiosos, lo hemos podido lograr.
—Me alegra que haya un Papa con sentido del humor -comenta Marcial.
—Uno no, varios -le responde el cura.
—Una iglesia con humor para mí es toda una novedad.
—Lo que para mí sigue siendo una novedad con la que no sé qué hacer es tu ignorancia acerca de la iglesia -le responde el cura.
—Con lo que sé me alcanza -dice Marcial.
—A mí, tus prejuicios contra la iglesia no me enojan, me divierten… son infantiles, primarios, elementales y previsibles… dan risa realmente -dice el cura Ramón.
—Vamos a ver si se ríen tanto cuando le quiten los sueldos a los obispos y a los curas -dice José.
—Yo no sé si me voy a reír, pero tampoco me voy a enojar demasiado. ¿Y saben por qué? Porque, como ya se los dije otras veces, la iglesia nunca ha sido más fuerte y más creíble que cuando fue independiente del Estado… así que hijos queridos, si por mí fuera, que se corten todas las ayudas; no las necesitamos.
—No me diga que la institución no necesita plata.
—Dos cosas te digo y espero que lo entiendas: la iglesia para mí no es una institución; yo no me hice cura para estar en una institución, y con respecto a la plata te digo que estamos educados para vivir con muy pocos recursos, pero si ese argumento no te gusta, te digo a continuación que hay mucha gente rica, más de la que vos creés, que por buenos o malos motivos hace donaciones a la iglesia, y además hay mucha gente sencilla que contribuye a sostener el culto…
—Yo no sé si esto es así en la Iglesia Católica -acota Marcial- pero no estaría mal que esta austera verdad se aplique para el fútbol, es una vergüenza la plata que se gasta, la plata que circula y es una vergüenza teniendo en cuenta los resultados obtenidos.
—La mafia y el fútbol no cambian -digo.
—Y la iglesia tampoco -agrega Marcial.
—Cambia más de lo que vos sos capaz de imaginar; lo que pasa es que como tu imaginación es corta las cosas más importantes se te escapan -responde el cura que le hace señas a Quito para que le sirva otra taza de mate cocido.
—Seamos sinceros… muy amigos de los cambios no son -dice José.
—Cambiamos lo necesario, pero si lo que vos me querés decir es que nos gustan las tradiciones y creemos que en esas tradiciones hay una sabiduría que hay que saber reconocer, te digo que tenés razón.
—Eso y ser conservador es lo mismo.
—Hay ciertas verdades que nos gusta conservar, el mundo necesita de esas verdades.
—No comparto -dice Marcial.