Lesa humanidad, ¿para quiénes?

No estoy del todo seguro que el caso Larrabure no deba encuadrarse dentro de la figura de crimen de lesa humanidad. Lo digo bien: no estoy seguro, es decir, sostengo una posición que en todo caso me permite el sano ejercicio de dudar, actividad que en temas como estos siempre debería ser necesaria sobre todo porque creo sinceramente que hay buenos motivos para dudar. 
Si el elemento diferenciador para distinguir lesa humanidad es la presencia del estado, habría que preguntarse, por ejemplo, si la pública  y admitida injerencia de los cubanos en la guerrilla local, injerencia que se expresó en preparación militar, recursos económicos y creación de mitos,  tal como lo reconocieron en diferentes momentos sus dirigentes, no merecen tenerse en cuenta, agregando en este caso las facilidades brindadas por el gobierno de Salvador Allende a la guerrilla argentina y cuya primera manifestación se dio cuando los principales jefes guerrilleros escaparon de la cárcel de Trelew. 
Claro, se trataría de un estado «externo», pero si esto fuera un impedimento habría que preguntarse por qué las mismas consideraciones no se tuvieron presentes en el fallo Arancibia Clavel referido al operativo criminal montado por los servicios chilenos pinochetistas para asesinar al general Prats y su esposa en Buenos Aires.
En Colombia hay fallos condenando a dirigentes de las Farc por crímenes de lesa humanidad y en este caso tampoco había estado, aunque sí podría considerarse que existía una suerte de «aspiración» estatal, no muy diferente en intenciones  a las del PRT con sus bases en Tucumán o sus reclamos jurídicos de ser considerados ejército beligerante, amparado por las leyes internacionales. O su propia aspiración interna de pensarse y actuar como un embrión estatal del nuevo orden revolucionario. «Cárcel del pueblo», alude a una institucionalidad que podrá ser indigente o muy elemental pero que no se equipara a la madriguera o el aguantadero de delincuentes comunes dedicados al secuestro y por el contrario tiende a parecerse a una estructura con sus jerarquías y capacidad de control semejante a la de un estado, .
Para pensarlo o para refutarlo. Políticamente supongo que todas estas discusiones están cada vez más cercanas a la historia que a la política contemporánea. En lo personal  no aspiro a que nadie vaya preso, pero sí a que quede en claro históricamente el rol jugado por estas organizaciones armadas que incluso continuaron actuando -como lo demuestra la fecha del martirio padecido por Larrabure, durante períodos democráticos.
Puedo admitir -de hecho lo admito, como lo admiten incluso algunos familiares de militares muertos por la guerrilla, que la responsabilidad del estado nacional es siempre más alta que la responsabilidad de una guerrilla, peor esa diferencia de «tamaño» no debería impedir establecer las diferencias pero también las coincidencias, porque hay puntos en que no hay equiparación, pero según otras inevitables perspectivas las acciones de unos y otros pueden ser perfectamente equiparables. ¿Dos demonios? Sobre esta metáfora usada por Alfonsín en un contexto difícil en el que había que legitimar el accionar jurídico contra los militares, estimo que puede ser corregida y criticada, porque lo importante es que las Juntas Militares fueron juzgadas y condenadas, pero si de metáforas se trata me resulta interesante pensar en un solo demonio con diferentes rostros pero pasiones de muerte parecidas en tanto unos y otros suponían -y así lo escribieron y lo vivieron- que el nuevo orden que nos merecíamos -Yakarta y Camboya- debía levantarse sobre una enorme, pavorosa y sombría montaña de cadáveres.              

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