Frondizi sesenta años después

Hace 60 años, el 1º de mayo de 1958, Arturo Frondizi asumía la presidencia de la nación acompañado del entusiasmo, las expectativas y los recelos de una sociedad hostigada por sus discordias internas y con fuerzas armadas que se arrogaban el derecho de decidir quién gobernaba y cómo debía gobernar. Cuatro años después, y ante la indiferencia de la sociedad, Frondizi fue derrocado por un golpe de Estado que no instaló a un general en el poder, debido a una maniobra palaciega que designó presidente al titular del Senado, aunque nadie ignoraba que el poder real serían esas fuerzas armadas cuyas invocaciones al orden no alcanzan a disimular sus duras y a veces escandalosas disidencias internas.

Lecciones de la historia. Sesenta años después de asumir la presidencia de la nación, Arturo Frondizi es reconocido no solo como un político lúcido y eficaz, sino como un estadista, es decir, un político capaz de mirar más allá de las rutinas de la coyuntura, una consideración que seguramente incluye matices más o menos críticos, pero que con sus luces y sombras hasta sus adversarios más enconados le ponderan.

Es tal vez ese juico histórico el que explica que dos jefes políticos del siglo XXI, Kirchner y Macri, políticos cuyas diferencias son más que visibles, hayan destacado como modelo inspirador de sus gestiones la propuesta desarrollista, cuyos predicadores más consecuentes en la Argentina fueron Frondizi y Rogelio Frigerio.

Más allá de la sinceridad con que se invoque esta fuente inspiradora, lo cierto es que si tal «coincidencia» es posible, se debe a que en las actuales generaciones políticas existe un consenso tácito en evaluar al desarrollismo en términos positivos. Que el mencionado reconocimiento es un dato que, con los matices del caso, se impone casi por unanimidad lo demuestra el hecho de que incluso sus ex correligionarios han admitido que para bien del país la escisión de 1956 no debió haberse producido y que Frondizi es un político que merece estar en la galería de los presidentes radicales.

Si la identidad política se forja a través de los años, está claro que ese cuarto de siglo en el que Frondizi militó en la UCR le otorgó una fuerte identidad radical, incluso en un hombre como él cuyos modos de pensar la política siempre fueron muy personales. En efecto, con una militancia radical iniciada luego del derrocamiento de Yrigoyen, militancia que se destacó por su infatigable labor en defensa de presos políticos y sus adhesiones a las propuestas reformistas que hoy podríamos calificar de centroizquierda o socialdemócrata, Frondizi es para mediados de los años 40 uno de los lideres más prometedores del partido que se proponía ser un duro opositor a la gestión peronista.

Junto con Moisés Lebensohn redacta el mítico Programa de Avellaneda, inspirado en los textos laboristas ingleses, y pronto se destaca por sus intervenciones parlamentarias con argumentos sólidos y un lenguaje severo y académico que lo diferencia de la tradicional retórica política teñida de emotividad y palabras altisonantes.

Luego del derrocamiento del peronismo, su carrera hacia la presidencia de la nación se acelera. En ese tiempo es cuando demuestra que a su lucidez intelectual es capaz de sumar una inusual habilidad para tejer alianzas, ganar adhesiones dispares y presentarse como el político capaz de dar una respuesta a un país dividido por el faccionalismo de su clase dirigente, los atropellos militares, las proscripciones y todo ello en el contexto de una realidad económica considerada, en el más suave de los términos, como crítica.

Quizás una de las claves que explican el ascendiente de Frondizi en aquellos años es que, al decir de uno de sus biógrafos, fue el político capaz de ofrecerle a la sociedad una respuesta acerca de cómo hacer funcionar el capitalismo y cómo resolver el problema de «las masas», un dilema que no por casualidad continúa siendo el desafío actual para todo jefe de Estado.

Pues bien, Frondizi encontró en el desarrollismo la respuesta a los interrogantes nacionales. La política adquiría dimensión estratégica y, a su vez, se diferenciaba de las propuestas liberales y populistas. Si su rasgo distintivo hace 60 años fue definir cuáles eran las metas nacionales, cuáles las funciones del Estado y el mercado, qué lugar le correspondía a la Argentina en el mundo y qué grados de autonomía debía tener una nación, en la actualidad estas premisas deben resolver cuestiones tales como las exigencias de las actuales sociedades de información, las dificultades para hacer funcionar el capitalismo con índices altos de pobreza, desocupación y recursos humanos con baja capacitación.

No concluyen allí las exigencias actuales. Si en 1958 la Guerra Fría estaba en su apogeo, los estados de bienestar gozaban de buena salud y el deterioro de los términos de intercambio parecía ser una verdad absoluta a la hora de pensar la economía desde los países periféricos, en 2018 los dilemas son otros, impuestos por los cambios del capitalismo y la emergencia de China y el sudeste asiático.

En 1958 Frondizi se propuso pensar la nación en sintonía con las categorías teóricas y políticas que consideraba más modernas. Lo hizo con rigor y con talento. Desde el primer día supo que la batalla sería dura, al punto que muchos años después reconoció, en un raro rapto de humor, que a la hora de evaluar sus errores debía admitir que el principal fue haber aceptado la presidencia en las condiciones en que la aceptó. Palabras más, palabras menos, en todo momento y en todas las circunstancias consideró que la batalla había que darla sin dejarse intimidar por las dificultades que fueron gigantescas y a las que afrontó con coraje y sin perder nunca la calma, incluso en los momentos más difíciles y duros .

Sesenta años después Frondizi ganó su lugar en la historia y el desarrollismo, más allá de los reconocimientos simbólicos, sigue siendo una de las propuestas más interesantes y sugestivas a la hora de pensar el destino nacional.

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