Abbie Hofmann, Pasolini y el Mayo Francés

Abbie Hoffman fue uno de los exponentes más populares y controvertidos de las movilizaciones juveniles de los años sesenta. Inteligente, creativo, insolente, trágico a veces, divertido siempre, en 1988, a veinte años del Mayo Francés y las manifestaciones masivas en EEUU con sus hippies escandalosos, sus recitales musicales, sus marchas contra la guerra de  Vietnam y el racismo, sus manifiestos a favor de la paz, el amor, la marihuana y la libertad sexual, escribió esta suerte de balance que, para el caso, poco importa saber si estamos o no de acuerdo con lo que dice, porque lo que interesa es conocer -o recordar- cómo pensaban y vivían los jóvenes rebeldes de entonces. 
                                         ABBIE HOFFMAN
 
En 1968, el año cumbre de los 60, una encuesta de estudiantes demostró que los norteamericanos más populares eran Richard Nixon y John Wayne, en ese orden. Para ser eficaz hay que admitir que se trabaja entre los parámetros de nadie  y los de todo: no es «nadie» a quien le importa; no son «todos» los que están de acuerdo.¿Cuánta gente hace falta para hacer un cambio? Creo que no se trata de una mayoría. Nunca es una mayoría moral la que hace el cambio. Que el 75 por ciento de los norteamericanos se oponga a la ayuda de «los contras» nicaragüenses, me resulta tan irrelevante como que el 75 por ciento de los norteamericanos hayan querido el bien de la humanidad que desde 1947 aún no lo tenemos.
Por eso quiero enfatizar, hacer un balance de qué sacamos en los 60, qué creo que logramos.
Primero, derrumbamos la segregación legal. Llamémoslo por su nombre: el apartheid. El apartheid que había existido desde hace casi 200 años. Eso terminó.
Había un movimiento estudiantil en este país. Los chicos se preguntaban: ¿Cual es el rol de la universidad en la sociedad? ¿Cual es el rol del estudiante en la sociedad? De ahí surgió un movimiento. Si hoy se mira hacia los campus se dice: «Dios es el estercolero del descanso social». ¿Por qué confiar en alguien que tenga menos de treinta años? La universidad ha sido tradicionalmente el lugar de entrenamiento para yuppies, un sitio al que se va a hacer carreras y matrimonios, donde mujeres y hombres jóvenes y ricos van a convertirse en mujeres y hombres mayores y ricos. Pero de golpe hubo un movimiento estudiantil y se ganaron tremendos derechos individuales y colectivos: el derecho de votar a los 18; dormitorios para los dos sexos; oradores polémicos en los campus; control estudiantil de los diarios, abajo la CIA. Fue un movimiento estudiantil que obtuvo grandes derechos colectivos e individuales que los jóvenes apenas si aprecian hoy.
 Teníamos un  movimiento que quería estilos de vida más libres. Quizá llevar el pelo largo podía resultar frívolo a algunos de los más rectos de la izquierda sesentista, pero era un compromiso full-time, porque la comunidad te condenaba al ostracismo. La policía te levantaba por la calle. Te podían afeitar la cabeza. Te echaban de las clases. Entonces eso tenía sentido. Ahora los chicos pueden llevar el pelo largo, corto, rojo, azul afeitado o lo que sea. Se puede usar o no usar corpiño aún si uno es un tipo, de igual,  pero esos estilos de vida más libres se los debemos a lo que pasó en los sesenta.
Entonces, claro, estaba la guerra de Vietnam. En 1964 solo el 8 por ciento de los norteamericanos se oponían a la política de los EEUU en el sudeste asiático, y la guerra duró diez años. La gente me pregunta: ¿Tenemos otro Vietnam en América Central? Claro que sí; está en sus primeros diez años.
Si se mira la historia de la civilización occidental se advierte que las guerras extranjeras han sido, en particular, las más populares. No se puede encontrar otra guerra extranjera de agresión peleada por un país tan poderoso en la cual la gente se levantara y dijera: «Que las tropas vuelvan a casa». Pero eso realmente pasó aquí. Esta noche tendríamos tropas en Nicaragua seguramente si no hubiera sido por Viet Nam. Pienso que la gran herencia de los sesenta es el sentimiento general de que no solo se pueden enfrentar a los poderes existentes, sino también vencerlos.
Nunca me ha gustado tropezar con la culpa. Siempre le he dejado el concepto de pecado a la Iglesia Católica. Cuando tenía cuatro años mi mamá me dijo: «Hay millones de personas que se mueren de hambre en China. Tomá la sopa». Y yo le dije: «Má, nombrame una».
Desde el principio traté de resistirme a la culpa. Traté de demostrarle a la gente que está en nosotros ser altruistas, curiosos, exploradores, creativos y que enfrentar a los poderes constituidos era el mejor juego al que se podía jugar. Era divertido salir y decir que el rey andaba desnudo, que no llevaba encima sus malditas ropas. Era divertido tener el sentido del compromiso, el sentido de ser una parte de la historia.
¿Podrá pasar otra vez? De ningún modo. No va pasar nunca más. La música nunca volverá a ser tan buena, el sexo nunca volverá a ser tan libre, la droga nunca volverá a ser tan barata. La gente joven se preocupaba porque había más gente joven por la que preocuparse. Nunca vamos a volver a tener esa abundancia. Los salarios mínimos eran de 40 dólares por semana y no estaba mal. Comprábamos comida china los viernes. Salíamos. . La combinación de abundancia, demografía  y sentencia a los 50, todos esos elementos no van a volver a juntarse más.
Hablo acerca de los 60 en los campus desde hace un año y me encuentro con jóvenes activistas. Las hojas secas de la apatía revolotean en las universidades. Y no se puede hacer una revolución social, no se puede lograr un gran cambio sin los jóvenes. Sencillamente, no se puede. Los jóvenes tiene que estar. Tienen que asumir un lugar porque tienen la creatividad, la energía, la impaciencia que es lo que hace falta tener. Hay que decir: «No quiero oír hablar mas de compromisos constructivos. No quiero saber nada de consideraciones políticas. No me gusta lo que está asando en Sudáfrica. Y quiero que cambie ahora. Libertad ahora». Eso es lo que pasó en los 60. Hacen falta los jóvenes para disentir.
Claro que fuimos jóvenes. Y arrogantes. Y ridículos. Y desmesurados. Y temerarios. Y tontos. Hicimos una lucha de facción. Pero estábamos en lo cierto.
 
 
 
 
Como contrapunto el fragmento de un texto de Pier Paolo Pasolini criticando a los «chicos» del Mayo Francés, pero no solo a ellos…
 
 
 
                       PIER PAOLO PASOLINI
 
Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos
los de la televisión)
les lamen (como creo que aún se diga en el lenguaje
de las universidades) el culo. Yo no, amigos.
Teneis caras de hijos de papá.
Buena raza no miente.
Teneis el mismo ojo ruin.
Sois miedosos, ambiguos, desesperados
(¡muy bien!) pero también sabeis como ser
prepotentes, chantajistas y seguros:
prerrogativas pequeño-burguesas, amigos.
Cuando ayer en Valle Giulia pelearon
con los policías,
¡yo simpatizaba con los policías!
Porque los policías son hijos de pobres…

                                                
 

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