Cortázar, Bioy Casares, Montevideo y un hotel

                      
 
 
Dos escritores: Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares. Los dos -vamos a dejar pasar el origen belga de uno- son argentinos; los dos nacieron el mismo año: 1914; los dos escriben cuentos y novelas, pero el cuento es su género preferido. Allí terminan las coincidencias. Según las antiguas calificaciones, Julio es de izquierda y Adolfo es de derecha; uno vive en París y el otro en Buenos Aires, aunque pasa largas temporadas en Europa. Piensan distinto, viven y circulan por universos diferentes, pero se respetan y de alguna manera se sienten amigos. Según se cuenta, la última vez que estuvieron juntos fue en 1973, en Buenos Aires. Como ambos admiten que son tímidos conversaron muy poco, pero lo suficiente para manifestar el afecto y las afinidades literarias. 
En la ocasión, recuerdan con algo de humor y asombro, dos cuentos que exhiben una sorprendente coincidencia. El de Cortázar fue escrito en 1956 y publicado en el libro «Final de Juego». El cuento se llama «La puerta condenada». El de Bioy Casares fue escrito en 1962, integra el libro de relatos, «El lado de la sombra» y se titula «Un viaje o el amigo inmortal». Los dos cuentos están ubicados en la ciudad de Montevideo, una ciudad que ambos escritores recuperan en diferentes relatos; una ciudad en la que Cortázar, por ejemplo, inventa a La Maga, el personaje más delicioso de «Rayuela». En ambos relatos los personajes son viajantes solitarios de alguna firma comercial que llegan a la capital de Uruguay en el Vapor de la Carrera. 
 
«La puerta condenada» está escrita en tercera persona. El personaje se llama Petrone y se aloja en la habitación 205 del hotel Cervantes ubicado en la esquina de las calles Soriano y Maldonado.
Así se inicia el relato: «A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto». 
El hotel en cuestión existe desde 1928, en la actualidad es casi un museo. Ademas de la visita de Cortázar -y, se asegura, de Borges-  alojó en la habitación 104 a Carlos Gardel que esa noche cantó en el célebre teatro Solís. Al lado del Cervantes hay un teatro que lleva el mismo y que en alguna época fue sala de cine.
«La puerta condenada», es uno de los grandes cuentos de Cortázar. Lo fantástico irrumpiendo en lo cotidiano -como a él le gustaba- se expresa allí con toda su plenitud dramática. 
 
Algo inquietantemente parecido ocurre con el cuento «Un viaje o el amigo sentimental» de Bioy Casares. Así lo inicia:
Para alcanzar la muerte no hay vehículo tan veloz como la costumbre, la dulce costumbre

 

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En cambio, si usted quiere vida y recuerdos, viaje. Eso sí, viaje solo.”

En el tercer párrafo del relato dice el personaje en primera persona, a quien por comodidad vamos a bautizar con el nombre de Adolfo, que lo lleve al hotel Cervantes. Sin embargo, el taxista lo lleva al hotel Alhambra, el mismo que menciona Pablo Neruda en uno de sus textos. Y como en el Alhambra no hay lugar porque se realiza un congreso de personajes de circo o algo parecido, se aloja finalmente en el hotel Nogaró, en el quinto piso para ser más preciso.

Así lo escribe Bioy Casares

Juraría que al chofer del taxi le ordené: «Al hotel Cervantes». Cuántas veces, por la ventana del baño, que da a los fondos, con pena en el alma habré contemplado, a la madrugada, un árbol solitario, un pino, que se levanta en la manzana del hotel. Miren si lo conoceré; pero el terco del conductor me dejó frente al hotel La Alhambra. Le agradecí el error, porque me agradan los cuartos de La Alhambra, amplios, con ese lujo de otro tiempo; diríase que en ellos puede ocurrir una aventura mágica. Me apresuro a declarar que no creo en magos, con o sin bonete, pero sí en la magia del mundo. 

La encontramos a cada paso: al abrir una puerta o en medio de la noche, cuando salimos de un sueño para entrar, despiertos, en otro. Sin embargo, como la vida fluye y no quiero morir sin entrever lo sobrenatural, concurro a lugares propicios y viajo. ¡En el viaje sucede todo! ”

Una leve digresión. Según los entendidos para la literatura uruguaya hay cuatro grandes hoteles que la distinguen: el Cervantes, la Alhambra y el Carrasco…si…el Carrasco, en el que se alojó Federico García Lorca y allí concluyó una de sus obras de teatro.
 
Pero regresemos a los relatos de Cortázar y Bioy Casares, dos viajantes, -oficio hoy casi en extinción- que después de cumplir con sus breves y puntuales actividades laborales se dedican a matar el tiempo caminando por la 18 de Julio, tomando café o cerveza en algunos de sus bares, recorriendo la zona de la Ciudad Vieja, siempre solos y algo aburridos, aburrimiento que en el caso de Petrone no lo atenúa la visita nocturna al cabaret con un par de clientes. El personaje de Cortázar intenta ir al cine mas desiste porque la película programada ya la vio; el personaje de Bioy Casares va al cine a ver películas que no lo satisfacen y después continúa aburriéndose. Bioy Casares desliza algunas de sus ironías habituales contra los uruguayos, pero el más duro es Cortázar cuando describe a la mujer del otro cuarto diciendo, como al pasar, que es insignificante y viste mal como todas las uruguayas.
Petrone pasa cuatro o cinco noches en el Cervantes. En las tres primeras escucha que a través de una puerta bloqueada por un ropero llega algo parecido al llanto de un niño, algo que lo sorprende porque el gerente del hotel le dijo que en el cuarto de al lado vive desde hace bastante tiempo una mujer sola. 
Sin embargo, allí está el llanto, persistente, agudo, molesto. Petrone se impacienta. La primera y la segunda noche no hace nada, pero especula. ¿Qué pasa con esa mujer? Piensa que tiene un chico escondido, imagina un drama amoroso o familiar; después corrige y especula acerca de una mujer histérica que, agobiada por su soledad o su tristeza, simula el llanto de un chico. La tercera noche se decide a intervenir. Se acerca a la puerta bloqueada, corre el ropero y empieza a simular un llanto. Algo pasa con su simulacro porque se oyen algunos pasos apresurados y después el más absoluto silencio. 
Al otro día, Petrone se entera de que la mujer abonó la cuenta del hotel y se fue. Él se queda con algún cargo de conciencia, piensa en hablar con la mujer y pedirle disculpas, pero después deja todo como está. Que se vaya a otro hotel a montar su escena con un chico imaginario, piensa. 
La cuarta noche, la última, porque ya concluyó con su actividad laboral y al otro día regresa a Buenos Aires, Petrone se acuesta decidido, ahora sí, a dormir como Dios manda. Así lo cuenta Cortázar:

Pero a la noche volvió a sentirse mal, y el silencio de la habitación le pareció todavía más espeso. Al entrar al hotel no había podido dejar de ver el tablero de las llaves, donde faltaba ya la de la pieza de al lado. Cambió unas palabras con el empleado, que esperaba bostezando la hora de irse, y entró en su pieza con poca esperanza de poder dormir. Tenía los diarios de la tarde y una novela policial. Se entretuvo arreglando sus valijas, ordenado sus papeles. Hacía calor, y abrió de par en par la pequeña ventana. La cama estaba bien tendida, pero la encontró incómoda y dura. Por fin tenía todo el silencio necesario para dormir a pierna suelta, y le pesaba. Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño, que esa calma perfecta no le bastaba para dormir y todavía menos para estar despierto. Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse. Fin
 
El relato de Bioy Casares incluye algunas puntuales diferencias, pero en lo fundamental el misterio está presente y está presente en un hotel e irrumpe desde el cuarto de al lado. 
En este caso, el personaje -Adolfo dije que se llama- ocupa un cuarto en el quinto piso  y esa misma noche oye desde su cama a una pareja que hace el amor de manera ruidosa, exagerada, grosera incluso. La escena continúa más allá de lo prudente con esa mujer que pronuncia palabras amorosas, gozase, grita, susurra y que Adolfo, vaya uno a saber por qué motivo, supone que es o debe ser peruana. Muy pasada la medianoche la pareja concluye su gimnasia erótica. pero un Adolfo desvelado y furioso lanza en voz baja pestes y culebras contra ellos. 
A la mañana siguiente, el personaje sale de su cuarto y observa que del cuarto vecino sale un hombre que para su sorpresa es un anciano muy disminuido físicamente, nada que ver, piensa, con el fogoso amante nocturno. Adolfo espera que el anciano se retire del cuarto y haciéndose el distraído ingresa con el pretexto de hacerle un pedido a la mucama que está acomodando la pieza. Para su asombro no hay ninguna mujer escondida y la mucama le asegura que él único huésped es el anciano que acaba de retirarse. Adolfo pregunta su nombre y la empleada le responde: Merlín. 
 
Consultado Bioy Casares sobre esta «coincidencia», dijo que se trata de un misterioso homenaje a la amistad que siente por Cortázar. Por su parte, Cortázar estima que lo que se hizo presente es algo misterioso, un tercer actor que interviene y que nadie sabe quién es, qué hace o cómo es.
 
 
 
 

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