Remedios de Escalada

Me fui de este mundo

a los veinticinco años.

El escribió en mi tumba:

“Aquí yace Remedios de Escalada,

esposa y amiga del general San Martín”.

Los hombres son así

-decía mi madre-

siempre nos recuerdan cuando ya no estamos.

Fui su esposa,

pero no sé si fui su amiga.

Fui su esposa y hubiera querido ser su amante,

pero me tuve que resignar a ser la madre de su hija.

Me casé con él cuando tenía quince años.

No lo decidí yo,

lo decidieron mis padres.

No se casó conmigo por amor

sino por conveniencia.

Yo era una Escalada y él

-Dios me perdone-

entonces no era nadie.

A  los diecisiete años

me llevaron a vivir a Mendoza.

Enseguida quedé embarazada.

Entonces él ya era un hombre importante

y yo empezaba a ser nadie.

Todos lo obedecían y lo respetaban:

mis hermanos, mis padres, sus soldados.

Yo hubiera querido quererlo,

 pero  nunca me dio la oportunidad de hacerlo.

En Mendoza conocí la soledad y el abandono.

A mis amigas las apartaron

y a mis amigos los castigaron 

A los diecinueve años

regresé a Buenos Aires.

No lo sabía,

pero ya estaba condenada a muerte,

Nunca olvidaré ese viaje.

La soledad del campo,

la oscuridad de las noches,

el viento y la lluvia,

los gritos de los hombres,

el relincho de los potros.

Y jamás olvidaré

aquella carroza que venía detrás de nuestra galera

tirada por cuatro caballos negros.

En esa carroza había un sarcófago

y ese sarcófago era el mío.

Jamás olvidaré

los lomos lustrosos de los potros

arrastrando la carroza

en la inmensa soledad de la llanura

apenas iluminada por la luz difusa del crepúsculo.

No lo olvidaré nunca.

No lo perdonaré nunca.

En la quinta de la calle Monasterio

viví mis últimos días.

Sola.

Cuando me dormía soñaba con él.

Estaba parado frente a una ventana

mirando hacia el horizonte.

Siempre vestido de militar.

Yo lo llamaba pero él no me escuchaba.

No podía o no quería escucharme.

Regresó a mi lado tres meses después de mi muerte.

Siempre llegó tarde.

No lo culpo.

Creo que siempre quiso lo mejor para mí,

 pero nunca pudo dármelo.

No sé si lo amé.

Tampoco sé si él me amó.

Yo lo deseaba porque era un hombre,

pero nunca supe si era su mujer,

su amiga o su hija.

Nunca lo supe.

Siempre lo respeté.

El era un hombre digno de respeto.

No fue un  buen marido,

pero qué importancia tiene eso

cuando se es el padre de la patria. 

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