Dionisio Ridruejo

 
En la Argentina hubiéramos dicho que Dionisio Ridurejo fue todo un personaje. Y efectivamente lo fue: inteligente, sensible, valiente, transgresor, falangista en su juventud, demócrata en su madurez; admirador de José Antonio Primo de Rivera, en sus últimos años cultivaba la amistad de Felipe González y Jorge Semprún, entre tantos. 
Dionisio Ridruejo nació en 1912 y murió en 1975. En su primera juventud fue discípulo de Antonio Machado y, según sus propias palabras, todo lo que había que saber de poesía lo aprendió a su lado. También fue un maestro del soneto y del esmero en las formas. 
No fue un falangista menor. Sus simpatías por Primo de Rivera se iniciarán en el campo de la estética y continuarán en el campo de la política, aunque siempre admirará de su maestro la elegancia, la inteligencia, el coraje y la sensibilidad artística. 
Cuando en 1935 la Falange decida publicar su himno, que después se llamará «Cara al sol», José Antonio convoca entre otros poetas a Dionisio. Las instrucciones de José Antonio eran precisas: un himno que hable del amor, de la mujer, del coraje, de la guerra y de la paz. De «Cara al sol», Dionisio Ridruejo escribió dos versos: «Volverán banderas victoriosas/ al canto alegre de la paz».
Durante la guerra civl fue el jefe de propaganda del franquismo. Algunos lo llegaron a considerar el Goebbels español aunque, a diferencia de éste, nunca fue antisemita. Se dice que fue un gran orador y que en ese punto competía muy bien con ese otro gran tribuno que fue su maestro José Antonio, fusilado por la República en noviembre de 1936 a los 33 años.
Finalizada la guerra, con Serrano Suñer, el «cuñadísimo» de Franco, se entrevistaron con Hitler y apoyaron al nacional socialismo como antes habían apoyado al fascismo del Duce. En 1941 se sumó como voluntario a la División Azul que peleó contra el comunismo bajo la consigna: «Rusia es culpable». Regresó un año y pico después derrotado y con la salud quebrantada.
Hasta ese momento fue un falangista confeso, pero con serias disidencias con el franquismo, sobre todo con sus sectores más clericales y conservadores. A partir de 1942 esas disidencias se hacen públicas. Renuncia a la Falange y a los cargos públicos y lentamente pasa a la oposición, una oposición que el franquismo toleraba a regañadientes, entre otras cosas porque el prestigio de Dionisio Ridruejo era muy alto como para meterlo entre rejas sin decir agua va. 
De todos modos, desde 1942 en adelante comenzarán los pequeños castigos, los confinamientos, las sanciones por reunirse -por ejemplo- con Manuel Hediila, un jefe depuesto y desterrado de la Falange, o por acentuar sus criticas al carácter conservador del régimen que, según escribe, traicionó al ideario revolucionario y antiburgués de la verdadera Falange, tal como la había soñado José Antonio.
En 1956, funda Acción Democrática y alterna sus estadías en Madrid y Barcelona con viajes a Estados Unidos y México, donde dictará clases y será reconocido como poeta y opositor al régimen de Franco. 
Sus autocríticas son cada vez más fuertes. En un diario nacional llega a decir  que     

“Conviví, toleré, di mi aprobación indirecta al terror con mi silencio público”.
Jorge Semprún, después de su muerte lo reivindicará en toda la linea. También lo harán dirigentes socialistas y comunistas.
Dice Semprún:
 
«Es en cierto modo consolador saber que cualquier día, cuando sienta la necesidad de seguir escuchando a Dionisio, de seguir dialogando con él, de oír su voz pausada y precisa, su discurso perfectamente articulado, me bastará con ir a proyectarme en esa entrevista con Dionisio, resucitado de la muerte con su sonrisa ya cansada, con la claridad de su mente, conversador inimitable, muchos más real y vivo, en la trémula luz del verano madrileño, en la ilusoria pantalla de lo inexistente, que tantos torpes fantasmones de la política actual».
 
De todos modos los reproches por su pasado no cesan. Ni las reivindicaciones de Salvador de Madariaga, ni el visto bueno de Felipe González, logran eludir que fue un fascista convencido y, durante años, lo fue a tiempo completo.
Eugenio Montes, uno de sus críticos que a su vez lo solía frecuentar en las peñas literarias a la que era habitué, escribe una carta pública en la que le dice:   
 
«Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y, luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político: si se es creyente hay que hacerse cartujo y si se es agnóstico hay que pegarse un tiro».
 
A la hora de pasar facturas los españoles no se andan con chiquitas
 
 
Dos poemas de Dioniso Ridruejo 
 
 
                    CARTA

Existen estadísticas. Sabemos

cuántos corazones humanos se paran por minuto.

Y vivimos en paz. También al nuestro

le llegará su hora.

Pero estamos metidos en el salón de espejos

donde el mundo se hace.

En cada espejo afirma y nos afirma

y lo afirmamos. Cuando alguno quiebra

o se desluce repentinamente,

hay un largo vacío de tiniebla

como cuando una luz se apaga en un discurso

y lo disuelve.

Ha llegado la hora y no ha llegado.

El espejo abolido abre otra galería

que da hacia lo irreal y el mundo queda

como en suspenso. Pronto reanuda

su imperio. Están los otros y hasta alguno

nuevo para volvernos al oficio

que no consuela lo que pierde.

Porque quedamos empañados, vueltos,

en un vapor de niebla,

hacia la galería tan profunda como el dolor,

tan rica en fantasmas como la vida misma

ya casi por entero desovillada en nuestros pasos.

Caminando por ella,

recreando sus escenarios con relieve sordo

se va embotando lo que fue punzante

como la sobrecarga del latido

que se abulta en la soledad del sufrimiento

y se hace ya desgana de volver al presente.

Se endulza a más dolor,

a dolor apiado,

volviendo la cabeza con los ojos llovidos,

llevándonos a hablar con nuestros muertos.


 
 
 

ASALTO

Suave y firme tu mano.
No tembló tu corazón; era un instante
de calma y superficie
en tu voz como plata con arena
y en la húmeda pizarra de tus ojos.

Ha sido ahora, ausente,
cuando el tacto recuerda una caricia
y sangre adentro va tu aroma alzando
el oleaje y quema tu piel de oro.

Sufro extrañado en esta mano nueva
con su emoción de almendro,
que late y crea al recordar. La paso
por los objetos de costumbre: el hierro,
la madera, el cristal, la lana -tuyos-
y una descarga eléctrica de rosas
los hace carne viva.

 

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