El 21 de junio fue el cumpleaños de Jean Paul Sartre y la fecha es un excelente pretexto para reflexionar sobre su novela escrita en 1945, «La edad de la razón», el tomo 1 de la trilogía a la que luego se sumarán «El aplazamiento» y «Con la muerte en el alma», aunque se sabe que existe el inicio de un cuarto tomo que Sartre nunca terminó de escribir y del cual lo único que se conoce es un par de capítulos publicados en la revista «Les Temps Modernes».
Mi evocación a Sartre no pretende ser ingenua o melancólica. «La edad de la razón» puede leerse hoy como una novela en la que el tema del aborto -o los conflictos morales que suscita el aborto- es central, algo que no debería llamar la atención ya que discurrir sobre el aborto es discurrir acerca de algunos de los caminos de la libertad, esa libertad que para Sartre nunca estuvo dada sino que debía ser una conquista, el producto de una elección responsable ante las diferentes alternativas que abre la existencia.
«La edad de la razón» (en mi biblioteca, aún sobrevive a inquisitivos allanamientos policiales e inesperadas mudanzas la percudida edición de Losada traducida por Manuel R. Cardoso) se inicia planteando el dilema del aborto. Mateo Delarue, es un profesor de filosofía de 34 años, un hombre decididamente mayor para sus alumnos y alumnas, un hombre que además ha ingresado a la edad de la razón y debe decidir que hacer con su vida o como transitar sus caminos de la libertad en una Francia en la que ya se insinúan las acechanzas de la guerra y, en particular, los de la guerra civil española.
Su amante es Marcela, una chica algo convencional, sumisa, que vive con su madre y también está empezando a dejar de ser jove. En los primeros capítulos sabemos que Marcela está embarazada y que por un acuerdo tácito de pareja deberá abortar porque Mateo no está dispuesto a casarse y tampoco a aceptar que ella tenga un hijo de soltera.
El problema que se presenta de entrada es económico. Por lo menos eso es lo que supone Mateo. El dinero que la pareja dispone apenas alcanza para ir a una curandera o matrona con la que se corren serios riesgos de salud. Mateo se resiste a que Marcela corra ese peligro y se propone conseguir prestado el dinero para que aborte con un médico respetable y en una clínica respetable.
Mateo duda de muchas cosas menos de que Marcela debe abortar. Y, además, da por entendido -Marcela lo habilita para que así piense- que ella también comparte la idea de que es necesario abortar, un presupuesto equívoco porque como vamos a descubrir después, ella no está del todo convencida en dar ese paso. Marcela es una mujer solitaria, de alguna manera despojada de todo, para quien el hijo puede llegar a ser el único lazo afectivo que le dé sentido a su pobre vida. Pero no nos adelantemos.
La novela avanza alrededor de las peripecias que se le presentan a Mateo para conseguir ese dinero. En esa recorrida de apenas un par de días por París, nos enteramos de que un amigo homosexual y algo tortuoso se niega a prestarle el dinero; que una amiga le recomienda un médico que puede hacerle el aborto, aunque le advierte a Mateo que el dinero hay que conseguirlo rápido porque ese médico, sugestivamente judío, viaja al extranjero y quiere la plata ya y al contado.
Mateo es amigo de Ivich y Boris, dos jóvenes hermanos que estudian en París pero que viven bajo la amenaza de regresar a su pueblo de provincia por falta de recursos. Boris es amante de una prostituta e Ivich es una típica heroína sartreana: rubiecita, cabellos cortos, linda, caprichosa, inestable, casi una copia de la Javiera de «La Invitada», novela escrita y publicada por Simone de Beauvoir un par de años antes.
Tal vez una de las escenas más dramáticas de la novela, es cuando en un cabaret donde trabaja la amante de Boris y se escuchan y se bailan tangos argentinos, la «dulce» Ivich toma un cuchillo que hay en la mesa y delante de Mateo procede a tajearse la mano para escandalizar a su viejo profesor (el viejo Mateo…Dios mío, en la novela tiene 34 años y cuando yo la leía en mi juventud, estaba de acuerdo en que era un viejo o casi un viejo…Dios mío, y yo que ya cumplí 68 años).
Mateo asume el desafío de Ivich y toma el mismo cuchillo y sin decir una palabra se lo clava en su mano. En las mesas de alrededor la platea contempla el espectáculo en silencio, pero con miradas reprobadoras y escandalizadas. «Es la opinión pública», chancea Sartre.
Pero lo cierto es que a nuestro Mateo se le hace muy difícil juntar la plata. Intenta con Boris robarle a su amante y después de una turbios y sórdidos malentendidos desisten de ello. Pero a los efectos de nuestro interés, lo que importa es el momento en que Mateo visita a su hermano burgués, casado, abogado y con muy buena posición económica, para pedirle plata prestada.
Esos párrafos son los más interesantes en materia de aborto porque el hermano que es burgués pero no es tonto y mucho menos ignorante, lo coloca a Mateo ante algunos dilemas acerca del empleo de su libertad y su moral.
Mateo visita a su hermano Santiago en el estudio. Antes conversa con Odette, su esposa, que colabora con su marido. Para Mateo, Odette es una mujer sumisa, una posesión de su marido, aunque advierte que hay en ella rasgos de inteligencia y astucia.
La secretaria le dice a Mateo que el doctor lo espera. Santiago parece más joven que Mateo, aunque es el hermano mayor. La relación entre ellos es correcta y nada más. Santiago recibe a su hermano con cordialidad. Todo parece iniciarse con los mejores auspicios, pero Mateo sabe que esa cordialidad es aparente.
Santiago saluda a su hermano tarambana con afecto, pero a pesar de ello Mateo no solo se siente culpable, sino que sabe que por detrás de esa máscara de corrección su hermano es un implacable crítico de su vida.
Mateo le pide 4000 francos prestados. Santiago lo escucha sin molestarse, pero luego le dice que él es muy independiente, muy libre de vivir al margen de las clases sociales y la familia pero cuando necesita plata recurre al detestado y, además, lo hace invocando el vínculo familiar que supuestamente detesta.
Conversan un rato más con ironías mutuas pero siempre con cordialidad. En un momento, Mateo le dice que el dinero lo necesita porque Marcela está embarazada
-¿Eso quiere decir que necesitás dinero para casarte?
La pregunta es otra ironía.
-No, es para un aborto- responde Mateo.
Otras consideraciones amables respecto de si cuenta con un médico confiable y en un momento Santiago hace la siguiente consideración:
«En suma, si te he comprendido lo que te ocurre es lo siguiente: acabas de saber que tu amiga está embarazada; no querés casarte por razones de principios, pero te consideras ligado a ella por razones tan estrictas como las de un matrimonio. No queriendo casarte con ella ni perjudicar su reputación, has decidido que aborte en las mejores condiciones posibles. Ciertos amigos te han recomendado a un médico de confianza que te pide cuatro mil francos; solo te falta encontrar la suma; ¿es así?».
Mateo asiente y Santiago parece reflexionar. Mateo sabe que como buen abogado su hermano se va a tomar un tiempo antes de decidir. Mientras tanto hace algunas consideraciones respecto a la cuestión policial del aborto, pero enseguida pasa al ataque.
-¿Estás seguro que el aborto esta de acuerdo con tus principios? pregunta
-¿Por qué no lo va a estar?
-Y no sé, vos te decís pacifista, hablas de respetar la vida humana y vas a destruir una vida.
-Estoy completamente decidido -responde Mateo- además, yo puedo ser pacifista pero no respeto la vida humana…en eso está confundido.
-O sea, querido Teo que estás dispuesto a convertirte en un infanticida…no te queda bien esa posición.
-Un aborto no es un infanticidio.
-Si es posible, un aborto no es un infanticidio…es un crimen metafísico… pobre Mateo, tengo tan poco que objetar a un asesinato metafísico como a un crimen perfecto. Pero que tú, que tú cometas un asesinato metafísico …tú, tal como eres…no me niego a hacerte un favor,,,pero, ¿sería realmente hacerte un favor?
«Mateo…te conozco mejor de lo que tú crees y me espantas. Hace mucho que temía algo por el estilo. Ese niño que va a nacer es el resultado lógico de una situación en la que te has colocado voluntariamente, y quieres suprimirlo porque no quieres aceptar todas las consecuencias de tus actos. Puede que no te mientas en este preciso momento, pero toda tu vida está edificada sobre una mentira».
«Eres un burgués vergonzante. Yo he vuelto a la burguesía después de muchos errores y he contraído un casamiento de interés; pero tú eres burgués por afición, por temperamento y es tu temperamento el que te impulsa al matrimonio, porque tú Mateo estás casado, solo que creés lo contrario porque tenés esas pobres teorías. Has adquirido costumbres en común con esa joven: cuatro veces por semana vas a visitarla y pasás la noche con ella. Hace ya siete años que dura eso; ya no tiene nada de aventura; tú la estimas, te sientes con obligaciones respecto a ella, no quieres dejarla. Y estoy seguro que no buscas en ella solamente el placer. En realidad, de noche, has de sentarte junto a ella, le has de contar a menudo los acontecimientos del día y le has de pedir consejos en los casos difíciles …¿en que difiere esto del matrimonio salvo la cohabitación?
Mateo le responde que Marcela comparte el estilo de vida que eligieron e incluso hacerse un aborto.
Santiago responde: -Y si no lo compartiera sería sin duda demasiado orgullosa para confesártelo.. Sabés que no te comprendo. Tú, tan rápido para indignarte cuando oyes hablar de una injusticia, mantienes a esa mujer en una situación humillante desde hace años por el simple placer de decirte que está de acuerdo con tus principios.
Mateo intenta explicar que el solo quiere preservar su libertad
-Yo por mi parte hubiera creído -dice Santiago- que la libertad consistía en mirar de frente las situaciones en las que uno se ha colocado por su propia voluntad y en aceptar todas sus responsabilidades. Pero seguramente no es ésa tu opinión. Tú condenas a la sociedad capitalista y sin embargo eres funcionario en esa sociedad, ostentas una simpatía por los comunistas pero te guardas muy bien de comprometerte y jamás has votado. Tu desprecias a la clase burguesa y sin embargo eres burgués, hijo y hermano de burgues y vives como un burgués….sin embargo has llegado ya a la edad de la razón mi pobre Mateo, pero eso también te lo ocultas, querés aparecer más joven de lo que eres, la vas de estudiante irresponsable, pero mirate bien mi viejo, ya no eres ningún jovencito y la vida bohemia te sienta muy mal. Además, ¿qué es la bohemia? Eso era muy bonito hace cien años, ahora son un puñado de extraviados que no son peligrosos para nadie. Tú has llegado a la edad de la razón Mateo, has llegado a ella o deberías llegar en breve.
La escena entre los hermanos termina con una propuesta de Santiago:
No te doy cuatro mil francos, te doy diez mil, pero a condición de que te cases con ella.
Santiago, el exponente de lo burgués impone sus condiciones: apuesta a favor de la familia no porque crea en ella sino porque es una garante del orden que defiende. No rechaza el aborto por razones religiosos y humanitarias sino por razones de orden. Como los actuales neocons.
Mateo lógicamente rechaza la oferta del hermano en nombre de su libertad y se despide amablemente.
La novela concluye con un desenlace imprevisto. El amigo homosexual de Mateo la convence a Marcela de que tenga el hijo y que se case con él que está cada vez más incómodo en su situación de homosexual. Mateo mientras tanto se hará cargo de su ingreso a la edad de la razón.