La huelga del lunes, las cacareadas del Pollo y la ética troskista

La semana se inició con un paro general de la CGT, un paro dominguero que, al decir de los entendidos, a la Argentina le salió unos 28.000 millones de pesos, algo así como el diez por ciento de los 10.000 millones de dólares que nos entrega el FMI para ir saliendo del paso. O sea que en menos de 24 horas nos gastamos la plata que no tenemos jugando a la huelga, episodio que, como ya es bien sabido, no resuelve nada y al que, dentro de una semana, nadie recordará. Lo que no impide que cuando la ocasión se presente vuelvan a las andadas o a lo que califican como “planes de lucha”, que de planes como tal tienen poco y de lucha, absolutamente nada, salvo que alguien se anime a calificar con la palabra “lucha” lo sucedido el lunes, es decir, el jolgorio, la desmesura, la impunidad, la extorsión o la especulación acerca de los beneficios de un satisfactorio fin de semana largo, doblemente placentero porque se logró precisamente gracias a esas “luchas”.

Un amigo me preguntó si tenía noticias de un paro general decretado justamente un lunes. Le dije que en principio mi memoria no registraba nada parecido, pero más allá de la ocasión, queda claro que el lunes resultó un día funcional para los burócratas sindicales, sobre todo aquellos que declararon el paro no porque estuvieron muy convencidos de la justicia de sus reclamos, sino para resolver sus fragotes internos y sobre todo para descomprimir la llamada presión de las bases o, para ser más claro, la presión ejercida por la izquierda y el kirchnerismo, pareja de tortolitos que no renuncian al objetivo de la huelga general revolucionaria capaz de echar de una buena vez al gobierno de Macri que, como todo el mundo sabe, representa a los ricos y se solaza con el hambre y los sufrimientos del pueblo.

Quien expresó con más nitidez la claridad de estos objetivos estratégicos fue el señor “Pollo” Sobrero, quien sin pelos en la lengua manifestó a través de una larga parrafada que muy bien podría calificarse de arenga o proclama, su deseo de derrocar a este gobierno. ¿Como los militares? Como los militares. Sobrero podrá decir que no tiene nada que ver con las botas y los uniformes, pero más allá de los detalles de la indumentaria está claro que el caballero se atribuye las mismas facultades que se arrogaban los entorchados.

Tal vez abrumado por las críticas, incluso de sus propios compañeros a quienes por razones tácticas no les conviene expresar con tanta claridad lo que piensan y desean, el señor “Pollo” farfulló algo parecido a unas disculpas, intentó explicar que en el calor de la bravata se le escaparon una o dos palabras de más, ya que en realidad él no quiere tirar abajo a este gobierno, sino que lo que quiere es tirar abajo el actual modelo económico.

Ahora me quedo más tranquilo. Hubiéramos empezado por ahí y todos estaríamos más felices. Preguntarle al señor Pollo qué diferencia hay entre proponerse tirar abajo un gobierno o tirar abajo su plan económico, se me ocurre que sería un ejercicio vano, sobre todo para sus seguidores que vitorearon enardecidos al orador que se animaba a lanzar su proclama golpista.

Sinceramente, ¿usted amigo lector, cree en las disculpas del señor “Pollo”? Yo, no. Por el contrario, creo que el señor “Pollo” fue muy sincero cuando habló en la tribuna, y no lo fue cuando intentó balbucear algunas disculpas de conveniencia. Error o intención, lo seguro es que el señor “Pollo” no va a pagar ningún precio por sus palabras. Él supone, con la deliberada cuota de cinismo, que pidiendo disculpas por lo que dijo y disfrutó, alcanza y sobra. La próxima vez no será él, será otro a quien se le saldrá la cadena, aunque, para ser sinceros, habría que decir que debe ser muy difícil estar cuidándose a cada rato de decir aquello que piensan y creen.

¿Golpe de Estado? Sí, claro, golpe de Estado. Todo acto de violencia destinado a derrocar a una autoridad legítimamente constituida es un golpe de Estado. Que alguien se atribuya la titularidad de la representación popular por encima o por debajo de las instituciones, es un comportamiento golpista y, si les gusta, mesiánico y autoritario.

Está visto que por estos pagos la democracia deberá habituarse a convivir con golpistas, violentos, y mesiánicos. Toda democracia lo hace, pero toda democracia que se precie de tal se esfuerza por hacer valer su autoridad, marcar la cancha como se dice, imponer las reglas de juego que habilita la democracia. Toda democracia es un equilibrio difícil pero necesario entre derechos y deberes, equilibrio que si se rompe pone en crisis los principios de legitimidad de un orden político.

Esto es así, pero me temo que en la Argentina estas cuestiones no están muy claras. Los seguidores a derecha e izquierda del señor “Pollo” suponen que de la democracia les corresponden todos los derechos y ninguno de los deberes. Proclamar el derrocamiento de un gobierno es un delito, interrumpir el tránsito es un delito, bloquear calles y rutas es un delito, destrozar bienes públicos es un delito, arrogarse la representación del pueblo es un delito. El aporte original de la Argentina a la teoría política y constitucional es que por esos delitos nadie se hace cargo y nadie paga.

Sin ir más lejos, esta semana la izquierda troskista porteña nos dio una lección de barbarie, impunidad y corrupción, todo servido en el mismo plato y sazonado con consignas maximalistas. Los muchachos perdieron la conducción de la Fuba. En realidad, deberían haberla perdido hace rato, lo que ocurre es que gracias a maniobras burocráticas y tramposas que harían enrojecer de vergüenza al puntero más inescrupuloso, lograron continuar atornillados en los sillones de la Fuba.

Como en esta vida todo alguna vez se termina, a los camaradas les llegó la hora o, mejor dicho, los estudiantes de la UBA decidieron votar por otras conducciones, no tan izquierdistas y revolucionarias, pero con algunas preocupaciones éticas propias de pequeños burgueses vacilantes que se resisten a admitir que la única ética válida es la de la revolución.

La izquierda trostkista controló la Fuba por más de quince años y en el camino se preocupó por asegurar el financiamiento a través del manejo de las fotocopiadoras, las concesiones de bares y comedores y el asalto a cargos públicos. Estamos hablando no de migajas sino de millones y millones de pesos, un hermoso botín puesto a disposición de la revolución social, ícono y mito que habilita y justifica todos los chanchullos del caso, incluso las maniobras de corrupción más detestables puesto que, como bien se sabe, un revolucionario que le roba al Estado burgués explotador e injusto más que un robo lo que está perpetrando es un acto de justicia y si se quiere de justicia poética.

Está claro que la furia que exhibieron a la hora de asaltar al rectorado no es sólo ideológica. Hay muchos millones en juego y esta izquierda ha aprendido que cuando de millones de pesos se trata, al juego de la revolución hay que tomarlo en serio. Lo interesante y lo patético de todo esto es el sentimiento de impunidad, de liberación de toda culpa que domina sus miserable corruptelas. Roban con inocencia, o con ideología, o con mitos. En cualquiera de los casos la revolución -y la renta a los revolucionarios profesionales de la revolución, dice Lenin- es la coartada preferida. En el camino, intentaron incendiar el rectorado de la UBA e irrumpir en las espacios deliberativos, un derecho que por supuesto incluye el deber de no interrumpir y mucho menos provocar, pero de esos deberes no se hacen cargo.

A los caballeros troskistas no se les cae la palabra democracia de la boca, pero la democracia que exigen a las instituciones de la república están muy lejos de practicar en los espacios de poder que controlan, empezando por los de su propio partido. ¿O alguna vez explicaron a través de qué maravillosos mecanismos de democracia participativa y gestión popular, el señor Altamira es el jefe, capanga, jeque, patrón y sota del Partido Obrero desde hace casi cincuenta años?

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