Máximas de mi tío Cipriano

Si la memoria no me traiciona, tenía seis o siete años, no más, cuando descubrí el tango. Fue en Buenos Aires como corresponde en estos casos, y en el barrio de Lugano, el barrio de mi abuelo, mi madre y mis tíos. Precisamente fue un tío, mi tío Cipriano, quien me hizo escuchar el primer tango. “Para que nunca más te olvides”, me dijo al pasar, sin saber que efectivamente nunca más me olvidaría de ese momento.

¿El nombre del tango? No recuerdo con precisión, pero creo que se trataba de “Derecho viejo” de Eduardo Arolas. Muchos años después, me enteraría de que ese tango el Tigre del Bandoneón se lo dedicó a la muchachada de la Facultad de Derecho de Santa Fe. ¿Leyenda? Tal vez sí, tal vez no. De todos modos, tengan presente que John Ford le hizo decir a uno de sus actores que en EE.UU. cuando la leyenda entra en contradicción con la historia, la que vale es la leyenda. Por lo tanto “Derecho viejo” es santafesino por adopción y merecería ser el himno de nuestra Facultad de Derecho, a la que se ingresa, como me decía un amigo también tanguero, “por la Pujato”.

Volvamos a mi tío. Se llamaba Cipriano y era la oveja negra de la familia. Creo que no trabajó hasta los cuarenta y cinco años. Le gustaba la noche, el café con los amigos, tocar la guitarra y, por supuesto, el tango. Era más porteño que el obelisco y la Boca. Siempre lo recuerdo de saco y corbata, zapatos acordonados y peinado a la gomina. También tengo presente su funyi gris. No salía a la calle sin él.

Su pasión por el tango competía con su pasión por Villa Lugano. Mamá me cuenta que le gustaba entonar el tango de Castillo, “Caserón de tejas”, pero en lugar de Belgrano, decía Lugano. “Barrio de Lugano, caserón de tejas”. Su instrumento era la guitarra. Vivía en un cuarto en la planta alta de la casa, un ambiente con su dormitorio, un pequeño living, el baño y más allá la terraza. Ése era su ambiente. Allí se pasaba horas tocando la guitarra, escribiendo sobre partituras y leyendo novelas y poemas: Faulkner y Prevert eran sus preferidos.

Según mi padre, Cipriano era el tipo que más sabía de guitarra en la Argentina. Una vez participó en un concurso con un tema muy singular: “La séptima cuerda”, título extravagante porque según mis escasos conocimientos la guitarra tiene seis cuerdas, pero, según mi tío, hay una séptima cuerda que todo músico con un poco de oído y de imaginación tiene el deber de escuchar.

Al concurso lo ganó de punta a punta. El jurado hizo algunas consideraciones por los motivos que le otorgaba el premio y allí se armó la batahola. El tío no compartió las consideraciones del jurado, pidió la palabra y allí se pudrió todo. Fue la primera y la última vez en mi vida que me enteré de que alguien premiado era luego “despremiado”. Se perdió un premio importante y una buena suma de dinero, pero no le importó. Él era así. Loco, como decía mi tío mayor y aprobaban mi madre y su otra hermana. Loco. “Qué le importa perder el premio, si total su padre lo mantiene”, decía mi padre con tono ceremonioso.

Muchos años después, le pregunté por ese concurso y lo único que me dijo fue que él no se podía permitir ser premiado por un jurado de mediocres. “Mediocre”. Esa era la palabra que más usaba para descalificar a las personas que le resultaban desagradables. Así era de exigente con todo y con todos, menos con el tango. Allí se terminaban sus exigencias intelectuales. Con el tango se permitía todas las concesiones. Se consideraba algo así como un predicador, alguien que tenía la obligación de propagar la buena nueva. Como todo predicador, sólo en la intimidad se permitía algunas críticas en voz baja y con la mayor discreción del mundo. Biaggi, D’Arienzo, Canaro y De Angelis, decididamente no le gustaban, pero defendía sus esfuerzos por divulgar el tango, por hacerlo accesible al gran público. Y esa última frase la pronunciaba con un tono de ironía, porque el hombre no creía en el gran público, mucho menos en las masas y el pueblo. Creía en el tango, pero para su criterio el tango estaba reñido con las multitudes, con las pasiones colectivas. Era algo personal, íntimo. Por lo demás, era un conservador a tiempo completo. Un personaje de almanaque o de leyenda, el representante de una Argentina que declinaba.

Una sola vez lo acompañé al café donde pasaba todas las tardes. Estaba sobre avenida Lord Strangford -creo que ahora los nacionalistas le cambiaron el nombre- y allí el caballero se encontraba en su ambiente. La imagen que recuerdo es la de un hombre respetado y considerado. Más no recuerdo. Yo era un adolescente y apenas me tenían en cuenta. Me resignaba a mirar y a escuchar en silencio.

Volvimos a casa caminando. Casi no hablamos. Mi tío era de pocas palabras. Y no le gustaba que le diga “tío”. Sus afectos los expresaba con otros signos. Sin alardear digo que a mí me quería, creo que debo de haber sido el único sobrino que quería.

Cerca de los cincuenta años entró a trabajar en el diario La Prensa. Genio y figura. Un conservador liberal y antiperonista como él no podía trabajar en otro lado. Dicen que el escritor Manuel Peyrou lo recomendó para la sección cultural. En esos años dejó la casa del padre, se despidió de Villa Lugano y se trasladó a un piringundín de Avenida de Mayo. Allí estaba a sus anchas. Guitarra, amigos y tango, mucho tango. El tango para el tío era una música, una poesía, pero por sobre todas las cosas un estilo de vida, una manera de estar en el mundo, una referencia existencial, una fuente de mitos y, seguramente, muchas cosas más.

En su bulín de Avenida de Mayo tenía un equipo de música rasposo y algunos discos, todos de tango. De muchos más bienes no disponía. Era austero y era pobre, pero jamás se quejaba. A su manera era digno. Su relación con la música la establecía a través de la radio. Conocía todos los programas de Buenos Aires y en particular aquellos que propagaban a las horas más extravagantes. Tenía una radio portátil pequeña que la llevaba con él hasta para ir al baño. La bautizaba “La cantora” y cuando compraba pilas solicitaba, muy serio y formal, “pulmoncitos pa la cantora”. “Son las siete y media -me decía de pronto, interrumpiendo la conversación- hace media hora empezó ‘El Varón del Turf’ y nos estamos perdiendo unos tangos de novela”.

Mi tío. Un personaje de película. Extravagante, arbitrario, chinchudo, solidario. No sé si fue el mejor tío del mundo, aunque me consta que fue un gran tipo. Solterón empedernido. No era machista, porque en aquellos años los hombres no se hacían esas preguntas. Murió solo, pero acompañado de sus viejos amigos, que no eran una multitud, pero no eran pocos. Me avisaron tarde de su muerte y no lo pude acompañar al cementerio. Lo despidieron sus viejos amigos, tan anacrónicos y leales como él. No sé si lo despidieron con tango. No lo creo. Además no era necesario.

 

Si un tipo tiene noche, sabe todo lo que un hombre tiene que saber. Y si no la tiene, todo lo que intente aprender será inútil.

 

En mis tiempos de universitario, cada vez que  algo resultaba inexplicable el recurso preferido para salir del paso era decir: “es dialéctico”.

 

Una persona a la que no se podía tomar en serio; una persona capaz de convencerte con el brillo de su elocuencia y la consistencia de sus argumentos; y después, con el mismo brillo y la misma elocuencia, convencerte exactamente de lo contrario.

 

El conflicto más importante que esa mujer tenía con su hija, es que n o podía ser más joven que ella.

 

Si con una mujer puedo sostener una conversación interesante no me interese llevarla a la cama. El problema, sobrino, es que en esta ciudad, se puede disfrutar con dos mujeres, tal vez, tres, no mucho más.

 

De esa mujer no me voy a olvidar jamás. Hacíamos el amor todas las noches, pero cuando terminábamos, tenía la sensación, intensa, dolorosa, que lo más importante, lo más placentero aún no había llegado. Si a esa insatisfacción la llaman amor, te admito que yo estaba enamorado.

 

Un hombre puede equivocarse, pero nunca se debe perder el respeto a sí mismo. Y un hombre se pierde el respeto a sí mismo cuando es incapaz de soportar el dolor o de perder la serenidad en una situación límite.

 

Nadie nace hombre, se aprende a ser hombre Y en la vida, sobrino, el mejor aprendizaje te lo dan las derrotas. Solo los hombres que aprendieron el sabor de la derrota, son los que aprenden a ser hombres.

 

Muchas mujeres me abandonaron, pero más allá del dolor y de la pena, en algún momento sentía aletear dentro de mí el pájaro de la libertad.

 

Son tipos peligrosos, tipos para quienes las ideas son más importantes que las personas Son tipos peligrosos porque son tipos capaces de matar en nombre de esas ideas, aunque, por supuestos, no admitirían que los maten a ellos en nombre de ideas parecidas.

 

 

 

Si alguna vez fui feliz en esta vida, fue con una mujer, pero en nombre de esos momentos de felicidad es que te digo que en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano deberían haber establecido que la convivencia con una mujer es una violación a los derechos humanos.

 

Vos me preguntás por qué me gusta engañar a los hombres, hacerlos sufrir, dejarlos sin un mango. Te lo responde con tres palabras: para que aprendan.

 

Hay mujeres que para conocer al hombre que tiene al lado necesitan hablar con la ex esposa de su actual amante. Son mujeres inseguras, miedosas, tontas. No es mi caso. A mí me alcanza y me sobra con escucharlos hablar a ellos para saber los puntos que calzan.

 

Prefiero estar solo a estar mal acompañado, pero prefiero estar mal acompañado a  estar aburrido.

 

 

 

Si en esta vida nada es eterno, no sé por qué se te ocurre que el amor puede serlo. No creo ni en la fidelidad, ni en la eternidad y mucho menos en el amor. Creo en el placer y si es breve creo mucho más.

 

A ciertas mujeres que me quisieron, las desprecio; a otras les agradezco los momentos de felicidad compartidos, pero, sobrino, aunque no lo creas, a las que más respeto es a las que me rechazaron. Las respeto y las extraño.

 

El casamiento es siempre un error. Algunos lo descubren enseguida, otros lo hacen al fin del camino, los más inteligentes son los que conocen esta verdad desde el principio y sin embargo se casan porque en  la vida es importante aprender a convivir con nuestros propios errores.

 

La mujer será libre en serio el día que descubra que el casamiento no es la felicidad y, mucho menos, la seguridad, como le enseñaron en su casa.

 

Parta sostener una conversación frívola hace falta ingenio, humor y talento; para lidiar con una  charla seria alcanza y sobra con un poco de memoria.

 

Las intimidades de las personas que frecuento por lo general me aburren; con respecto a las mías no tengo mucho que decir, porque por lo general las he olvidado.

 

Así como la tolerancia se demuestra respetando a las personas que piensan diferentes, la buena educación se pone a prueba saludando con la mejor de las sonrisas a las personas que nos resultan desagradables.

 

Atendiendo a lo que vemos hoy en día, hay derecho a pensar que tal vez en el mundo antiguo no estaban del todo equivocados cuando enseñaban a diferenciar el amor del casamiento.

 

Poseía el exclusivo talento de hablar mucho y no decir nunca nada importante, lo cual lo transformaba en una persona encantadora.

 

Me sorprenden esas personas que no necesitan abrir la boca para ser consideradas inteligentes, cuando en realidad  su silencio no es discreción o sabiduría sino la más absoluta falta de ideas.

 

Logro mis mejores momentos de intimidad frecuentando a esas personas que cuando hablan creen que dicen cosas importantes. Es entonces cuando, como dice el poeta español, sostengo las mejores conversaciones con el hombre que siempre va conmigo.

 

El problema de los jóvenes idealistas es que además de aburridos y previsibles están siempre equivocados. Si en lugar de excitarse con los ideales se preocuparan por simplemente tener ideas, seguramente serían más inteligentes y, tal vez, más felices.

 

Desconfío de las personas que se esmeran en demostrarme que son humiles o modestos porque creo que trampean; de alguna manera me recuerdan a esos tahúres que juegan con naipes marcados.

 

Tenía solo tres defectos. Se creía importante, se creía inteligente y se creía divertido. Por lo demás, era una persona común y corriente.

 

Nunca salgas de noche si no estás decidido a tomar alcohol. Sin alcohol la noche puede ser más aburrida y fría que la visita a una cámara frigorífica. Caminar la noche sin esa compañía es como pretender bailar sin música o hacer el amor por correspondencia.

 

Cuando estés borracho ten presente que lo que le digas a un cafiso o a un taxista, antes de que salga el sol lo va a saber la policía.

 

Todo en su lugar me decía mi tío Cipriano: no me gustan los patrones simpáticos, las sirvientas confianzudas y los negros fanfarrones. Tampoco me gustan las putas enamoradas y los policías que insisten en ser tus amigos.

 

Llegarás lejos en el periodismo si no te olvidas que en este oficio antes que vos estuvo Domingo Faustino Sarmiento, Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti.

 

Nunca vas a escribir como Dios manda si antes no afinás el oído, el olfato y la vista. En este oficio, como en cualquier otra cosa en la vida, hay que escribir bien sin ostentación.

 

Me lo decía mi tío Cipriano: desconfíale al hombre que se jacta de sus éxitos sexuales, desconfíale al político que se jacta de su amor al pueblo, desconfíale al rico que ostenta su riqueza y desconfíale al periodista que escribe una frase con la intención de hacerte creer que es muy culto.

 

Ella estaba absolutamente convencida de que decía cosas importantes, pero por más buena voluntad que pusiera sus palabras me recordaban la moral de un libro de auto ayuda.

 

Este es un oficio en donde algunos suponen que ser brutos es una virtud y otros suponen que para ser cultos alcanza con tomar prestada alguna cita pronunciada por un tipo famoso.

 

Eran unos fulanos que me fastidiaban con sus críticas. –No le lleves el apunte – me decía mi tío Cipriano. Son gentes que no conocen a nadie y nadie los conoce a ellos.

 

Son mujeres sin importancia, mujeres que se casan con hombres importantes.

 

Estás equivocado querido. En este oficio lo que me da más trabajo no es escuchar las palabras de los hombres sino olvidarlas.

Era un hombre derrotado, un hombre sin esperanzas y sin ilusiones, un hombre a quien, en definitiva, no le quedaba otro lugar en el mundo que venir aquí todas las noches.

 

No conozco mujer más celosa que aquella que le ha robado el marido a otra.

 

Era tan hipócrita, que en algunos momentos se daba el lujo de sincerarse, porque suponía que la verdad también podía ser una forma superior de la hipocresía.

 

Me lo dijo mi tío Cipriano una noche antes de entrar al prostíbulo: Cuando estés con una puta nunca te preguntes si te está mintiendo; es más, exigile que te mienta, que vos con ella buscás la felicidad, no la verdad. Otras veces me decía: Las mejores putas son las que mejor te mienten. Nunca dejés de creerle a una puta mentirosa.

 

Se trata de un muchacho que siempre fue fiel a sus convicciones: cuando era joven fue un boludo de izquierda; ahora de viejo, es un boludo de derecha.

 

El encanto del amor no está en su verdad sino en su mentira. Las verdades del amor no me interesan, me interesan las mentiras.

 

Lo decía convencido, no con orgullo pero sí con la certeza de que estaba diciendo la verdad o de que estaba estableciendo una distinción que para él era necesaria: yo no soy gay, soy puto. A veces, cuando se ponía en curda se permitía algunas confidencias: yo me hice puto en un tiempo que en que había que ser muy hombre para ser puto.

 

Una vez lo entrevistó un periodista que decía estar embanderado con la causa gay. El muchacho insistía en que había llegado la hora de tratar bien a los homosexuales. Mi amigo lo escuchó sin abrir la boca, pero cuando le pidió su opinión, le dijo que él estaba agradecido de que lo trataran bien, pero advertía que no se había hecho puto para que lo tratasen bien.

 

He conocido a tipos muy guapos que los he llevado a  mi casa y al menor descuido me pedían que me subiera arriba de ellos. Tuve muchos hombres en mi vida, pero a los que recuerdo con más cariño son a los que me robaron. Nunca se me ocurrió hacerme travesti; me alcanza y me sobrar con ser puto.

 

Me gusta el cine, disfruto del teatro, un buen concierto me provoca un placer infinito, no me pierdo ninguna exposición de pintura que valga la pena, pero ninguno de estos placeres se compara a la felicidad de compartir algunos minutos en el vestuario con los jugadores de fútbol después del partido.

 

Son mujeres lindas que lo mejor que deberían hacer es no hablar, porque ni los dientes manchados ni el mal aliento provocan un efecto tan devastador como las estupideces que son capaces de decir.

 

Nada pone más en evidencia a una mujer estúpida como el tono de su voz.

 

No quiero que nadie sepa de los amores que me importaron, del estado de mi cuenta bancaria y de las enfermedades venéreas que alguna vez me hicieron la vida imposible.

 

Nunca se interesó demasiado por sus amigos; a él las únicas personas que le importaron fueron sus enemigos.

 

Fue una persona digna y coherente: se suicidó porque no soportaba el anonimato.

 

Prefiero a las mujeres que me mienten a las que dicen la verdad; unas pueden hacerte feliz, las otras inevitablemente te arruinan el hígado.

 

Me lo dijo una madrugada que fuimos a cenar a un bodegón que estaba cerca del puerto: A los hombres estúpidos los conozco por los zapatos que calzan.

 

Esos tipos que consuelan con bellas palabras a las esposas de los amigos y después se las llevan a la cama.

 

Tenía la cara de esos tipos que cuando se mueren su mejor amigo dice: no se perdió nada.

 

El tipo me recuerda a esos economistas que cuando las cosas se ponen difíciles le secretean al patrón que la culpa de todo la tiene el cieguito que vende cigarrillos en la puerta.

 

Era tan insignificante y anónimo que a veces daba la impresión de ser invisible.

 

Nunca te olvides, muchacho, de que el sexo de una mujer está en el oído.

 

El hombre que en una noche es capaz de hacer reír a una mujer más de una vez, dispone de muchas posibilidades de llevársela a la cama.

 

Se lo dijo al vendedor de ropa que conversaba con su mujer; se lo dijo sin levantar la voz, mas asombrado que enojado: ¿Vos sabés cuántos meses tuve que trabajar para  tratar a esta mujer con la familiaridad con que la tratás vos a los cinco minutos de conocerla?

 

No era linda, pero se comportaba como si lo fuera. Y los resultados que lograba eran excelentes.

 

Un marido sabio es el que ha aprendido que discutir con la esposa es una absoluta pérdida de tiempo.

 

Siempre me pasa lo mismo: cuando discuto con mi esposa terminamos enojados, pero cuando discuto con mi amante terminamos en la cama.

 

Los amores no correspondidos son la materia prima de las mejores historias de amor.

 

Estaba vieja y ajada. No se acordaba de los whiskys que había tomado ni de los amantes que había tenido. Sin embargo, a veces se acordaba de que alguna vez había sido hermosa y cuando esto ocurría, aunque ustedes no lo crean, se transformaba y volvía a ser la mujer capaz de convertir a un pastor cuáquero en un libertino desenfrenado.

 

 

Hay mujeres que son tan celosas que uno nunca sabe si con sus escenas te están reprochando alguna infidelidad o en realidad lo hacen para mejorar tu autoestima.

 

Soy de la guardia vieja; antes de tomar cocaína prefiero tomarme un buen vaso de vino, es más barato, más sano y más rico.

 

Con el sexo se llega a una edad en que como no se pueden dar malos ejemplos, hay que resignarse a dar buenos consejos.

 

En el sexo como en el fútbol hay que saber que los goles que no se hicieron en su momento ya no se hacen más.

 

En esta vida, mi querido amigo, se aprenden dos o tres verdades, cuatro a lo sumo: nunca compres un auto usado, nunca pagues la cuenta de tu futuro velorio, nunca le des a un amigo la oportunidad de traicionarte, nunca le creas a una mujer que se ha hecho más de una cirugía estética.

 

Considérate liquidado el día que la mujer que pretendes seducir te use de paño de lágrimas y te haga confidencias que no atrevería hacérselas ni a su hermano, ni a su confesor y, mucho menos, a su psicoanalista.

 

Al presente hay que aprender a vivirlo, porque uno nunca sabe en qué momento puede llegar a ser el mejor recuerdo del pasado.

 

No recuerdo quién me decía que hay que desconfiar de las parejas de novios que no paran de hacerse arrumacos en público porque, como la experiencia lo enseña, es muy probable que en la intimidad se propinen golpes como si estuvieran en un ring.

 

La encontré una tarde de lluvia a la salida de un cementerio. Le pregunté por su vida y me respondió: acabo de enterrar a mi madre; ayer a mi marido lo encerraron en el psiquiátrico porque tuvo un ataque de delirius tremens y hace un rato me avisaron que se suicidó mi psicoanalista…¿cómo querés que me vaya?

 

Uno sabe que llegó a viejo cuando descubre que con las mujeres es más saludable y placentero conversar que tener sexo.

 

Era una tilinga incorregible, pero ella estaba convencida de que era el arquetipo sólido y consistente del sentido común.

 

Una de las verdades importantes que aprendí en esta vida es que con las mujeres inteligentes se conversa y con las putas se hace el amor. Los problemas se presentan cuando no queda claro quién es inteligente y quién es puta.

 

Hay hombres que a las putas las conocen por la manera de fumar o de sentarse, pero yo las conozco por la manera que tienen de mirar.

 

Nadie mejor que una puta para evaluar al primer golpe de vista lo que vales y lo que sos capaz de dar. Casi nunca se equivocan, pero cuando lo hacen es porque estaban distraídas evaluando un candidato mejor.

 

Era tan profesional que hacía el amor como si estuviera viendo un programa de televisión o como si estuviera en una sala de espera, pero el cliente estaba convencido que tenía en sus brazos a una amante apasionada.

 

Haber sido el protagonista de una buena historia de amor puede llegar a ser el recuerdo más importante de tu pasado. No creas en otra cosa; no esperes otra cosa.

 

Nunca confundas a un hombre de la noche con un tipo que llegó tarde a su casa porque se perdió en el camino.

 

Me gustan las novelas policiales, los tangos de Discépolo, la voz de Carlos Gardel, las películas de John Ford y el teatro de Tennessee Williams.

 

Era uno de esos hombres que en lugar de estar orgulloso de sus virtudes estaba orgullos de sus vicios.

 

No tengo un buen recuerdo de mis borracheras, pero hay momentos en que se me ocurre que nunca mi relación con la realidad fue tan intensa como cuando estaba borracho.

 

Era una mujer tan especial que a un hombre le otorgaba importancia con sólo pronunciar su nombre.

 

Era una mujer que hasta el tercer whisky  trataba de convencerse de que estaba enamorada de su marido. Más tarde algo parecido me decía después de hacer el amor, pero en la ocasión ya no le hacía falta el whisky.

 

Prefiero a un enemigo inteligente a un enemigo bruto, pero prefiero a un enemigo muerto que a un enemigo vivo.

 

Conozco gente para quien escribir es una obligación; conozco gente que supone que su obligación es pensar en escribir algo que después nunca lo van a hacer. Y conozco gente que considera que su mejor aporte a la literatura es no escribir nada.

 

Como a todos los hombres, me gusta estar con una mujer linda, pero si me dan a elegir diría que la belleza que prefiero es aquella  que se perfecciona con una pizca de humor y se complica con un toque muy pero muy discreto  de inteligencia.

 

Es la experiencia la que me ha enseñado que toda mujer en la cama debe ser algo superficial. Detesto a las mujeres que se les ocurre ser inteligentes cuando están haciendo el amor.

 

Te aseguro que he conocido mujeres que en la cama se creen Natalia Oreiro, cuando en realidad se aproximan peligrosamente a Angela Merkel.

 

Era más bella cuando mentía que cuando decía la verdad, cuando amenazaba que cuando parecía entregarse, cuando estaba enojada que cuando estaba alegre. No era una mujer interesante. Era mucho más que eso. Era una mujer peligrosa.

 

Sé que murió como un hombre. Estaba solo, lúcido y atravesado por el dolor. Nadie lo oyó quejarse y no abrió la boca cuando los policías lo interrogaron

 

De ese hombre me gustaban sus manos. Eran las manos de un tipo que sabía acariciar y sabía golpear; las manos de un tipo que podía llevar sin inmutarse un ramo de flores o una pistola, un vaso de whisky o un pañuelo para secarte las lágrimas. En definitiva, eran las manos de un hombre capaz de amar, es decir, de vivir cada minuto sin pedirle permiso al anterior o al que viene.

 

Tenía miedo de enamorarse, tenía miedo de gastar, tenía miedo de enfermarse y tenía miedo de hacer amigos. Era lo que se dice, un pobre tipo.

 

Era un comisario jubilado con mucha noche y mucha calle. Le gustaban los refranes y las frases sentenciosas, La que más repetía era la siguiente: mujeres ligeras y caballos lerdos arruinan al hombre.

 

Es raro; nunca he creído en Dios pero he creído en los curas.

 

Me lo decía entrecerrando los ojos para protegerlos de la luz viscosa de la madrugada: siempre tuve la fantasía de ser la mujer que un hombre imagina mientras le hace el amor a otra.

 

Hay que desconfiarle a los tipos que dicen que tienen muchos enemigos, pero mucho más hay que desconfiarles a los tipos que dicen que no tienen ni un enemigo.

 

Ninguna de las satisfacciones que te da la noche se compara a las que te brinda una mujer enamorada en ese sublime instante de inspiración en que te mira con sus ojos enamorados.

 

Yo sé muy bien de lo que hablo, pibe: a cierta edad no esperes que la noche te revele alguna verdad que valga la pena.

 

Es un prostíbulo que transmite la misma sensación de tristeza y desolación que provoca la mancha de rouge en un vaso de whisky abandonado en una mesa después de que en el salón se apagaron las luces y la luz de la madrugada se filtra a través de los vidrios sucios de una ventana.

 

Ni ebrio ni dormido se debe permitir que un hombre confiese sus penas de amor a un desconocido.

 

Tenés que tener cuidado con tu soltería, porque los mismos que ayer ponderaban tus virtudes de muchacho piola y calavera, el día de mañana harán circular el rumor de que sos puto.

 

Lo decía convencido de que la verdad estaba de su parte: A las mujeres les exijo el talento y la audacia de aquella copera que -no importa la hora que fuera- siempre se las ingeniaba para hacerse pagar una copa por el dueño del cabaret.

 

Se había acostumbrado tanto a mentirles a los hombres, que cuando quiso decirle la verdad al hombre que quería, sintió un dolor en el pecho que la dejó sin respiración.

 

Puedo soportar un violín o un bandoneón desafinado, lo que no puedo soportar es la voz desafinada de una mujer.

 

Muchas veces le he pagado a una mujer para ir a la cama, pero más de una vez le hubiera pagado el doble para que cerrara la boca.

 

Se le pegaban todos los lugares comunes y las frases hechas, con la misma facilidad con que los bichos se pegan en los radiadores de los autos.

 

Como era incapaz de desarrollar una idea propia, había desarrollado una inusual capacidad para apropiarse de las ideas de los otros.

 

En la vida hay que saber que las desventajas producen algunas compensaciones. La epilepsia de Dostoievski, las deformaciones físicas de Toulouse de Lautrec, la tuberculosis de Kafka, los dolores de cabeza de Proust, la misoginia de Pavese, la herida secreta de Henry James, la soledad de Borges, los maltratos paternos de Arlt, la joroba de Gramsci, de una manera, sutil,  oblicua, sinuosa, algún beneficio provoca

 

Tenía el exclusivo talento de la elocuencia. Hablaba bien y convencía, pero nunca decía nada importante.

 

Cada vez que en la redacción del diario las discusiones se acaloraban, su frase preferida era: no empecemos a tirar tiros dentro de la comisaría.

 

Lo decía como si estuviera hablando de otra persona: Empecé a pensar por cuenta propia el día en que decidí que no podía hacer de los hombres el motivo exclusivo de mi existencia.

 

 

Cuando me lo dijo estaba con una cuantas copas de más. Recuerdo que era una de esas madrugadas tan tristes que hasta una tumba parecía un lugar alegre. Si hace cuarenta años aquello chiquilla me hubiera dicho que sí, mi vida sería otra cosa.

 

También el aprendizaje es algo que hay que saber conquistarlo a tiempo, para que no te pase lo me pasó a mí, sobrino, que cuando aprendí las cosas más importantes de la vida, ya era tarde.

 

Hay algo de sugestivo y trágico en un hombre de edad mediana que admite que está acabado, cuando el espejo le dice que todavía está entero.

 

Aunque usted no lo crea, yo he llegado a la conclusión de que a veces lo mejor que se puede hacer con una mujer en la cama es dormir.

 

Su autoestima era tan alta que cuando refucilaba en el cielo había que convencerlo de que no se trataba de Dios queriendo sacarle una foto.

 

Sostenían esa extraña complicidad que se produce entre dos hombres que amaron y sufrieron por la misma mujer.

 

Aseguraba que la mujer que miente no es la que llora o ríe sino la que tose. –No lo pueden evitar –decía- cada vez que van a mentir un leve carraspeo les sube a la garganta.

 

Cuando repaso mi pasado, arribo a la modesta conclusión de que en los temas que importan con la mujeres me he equivocado cuando he dicho “no” y he acertado cuando dije “sí”.

 

Llegarás a ser un hombre sabio cuando le des al pasado la misma importancia que cuando eras joven le dabas al futuro.

 

Se crió en la calle y en la mugre. Su madre era prostituta y su padre borracho. Nunca leyó un libro y nadie le enseñó buenos modales, sin embargo nunca he conocido a una mujer que tuviera tanta delicadeza para correr la colcha vieja y mugrienta de la cama del hotel barato donde hacíamos el amor. Y en mi vida supe de una mujer que con tanto pudor cubriera su cuerpo desnudo con una deshilachada toalla de baño.

 

Nunca te equivoques: la diferencia entre una prostituta y una puta reside en que la prostituta le saca la plata a sus clientes, mientras que la puta le saca la plata a los maridos de las amigas.

 

Para mujeres como nosotras mucho más vergonzoso que dejarse coger por dinero es dejarse coger gratis.

 

La lección sexual más importante de mi vida me la dio una prostituta que podía tener la edad de la tía de mi madre: Para hacer bien las cosas en la cama no tenés que recordar los libros que leíste, sino olvidarlos. Nunca te olvides, cariño, que estás en la cama con una mujer, no en un aula dictando clases.

 

Todo lo que sabes de historia, política o filosofía, no es nada comparado con el arte de hacer el amor en una cama pelada.

 

Yo sé muy bien que la prudencia no es lo mismo que el miedo, pero la vida me ha enseñado que más de una vez se hace muy difícil distinguir uno del otro.

 

Nunca me sentí tan en plenitud como aquella madrugada en un sucio cabaret de Asunción del Paraguay. Estaba sólo en la barra tomando el décimo whisky, mientras que en la caja un jorobado hacía números. Fue allí que pensé que si alguien me mataba en ese momento, durante varios días nadie sabría de mi vida ni de mi muerte. Mi cadáver estaría en la morgue y los policías de muy mala gana harían algunos esfuerzos para tratar de identificar al muerto. Me produjo un extraño cosquilleo de placer pensarme en ese límite, esa sensación de saber que no esperaba a nadie y nadie me esperaba a mí.

 

 

Ahora está viejo y enfermo. Pero ese tipo que ves arrastrándose para llegar al mostrador, en sus buenos tiempos fue temido por los hombres y respetado por las mujeres. Entonces quería ser el rey de la noche pero terminó siendo su esclavo. Se equivocó muchas veces, pero, además, tuvo mala suerte. Tenía todo para ganar en la vida, pero a todo lo perdió casi sin darse cuenta. Aceptó como un hombre todas las derrotas y todas las humillaciones. En lo único que no transigió fue en morirse. Ese es un lujo que no se permite porque quiere pagar en vida todo el daño que hizo  y le hicieron. ¿Qué le pasó? Nunca lo dijo. Durante años guardó el secreto como si fuera un tesoro. Ahora no necesita ocultar nada, porque de aquel secreto no queda nada en su memoria.

 

 

Ese partido político me hacía acordar al prostíbulo de mi pueblo: desde la puerta te hacían señas para que entraras; te servían whisky falsificado que te lo cobraban como si fuera bueno y cuando se les presentaba la ocasión te desplumaban con una puta, una mesa de póker con cartas marcadas o con las dos cosas.

 

 

Mi tío tenía sus propias ideas. Una vez me dijo: Cada uno se hace hombre a su manera: conozco uno que se hizo hombre con la primera borrachera; otro, con una puta que le enseño en menos de media hora todo lo que era necesario saber en materia de sexo; algunos se hacen hombres cuando cobran el primer sueldo; otros cuando dan o le dan una paliza; yo me hice hombre aquel día que me dijeron que era cornudo y que la chica encantadora que todas las tardes se paseaba colgada de mi brazo, a la noche se encamaba con un tipo casado que a juzgar por su edad podría haber sido su padre.

 

Dos o tres años después de salir de la cárcel, un preso común me mandó una carta donde me decía: ustedes se creen que son héroes porque pasaron una temporada en gayola; pero quiero que seas que al lado de nosotros, vos y tus amigos, no llegaron ni siquiera a calentar los colchones.

 

Tenía plata, sabía mandar y, sobre todo, se tenía confianza. A veces compartíamos un café o algunas copas. No era amigo de las confidencias pero le gustaba contar algunas enseñanzas que le había dejado la vida: No te confundas – me decía- al buen obrero lo defiende el patrón; al malo el sindicato.

 

Un hombre que por motivos políticos se pelea con su mejor amigo es un imbécil o un canalla. En todos los casos lo suyo es imperdonable.

 

Estudiaba en la universidad y los fines de semana regresaba a mi pueblo. Allí frecuentaba a los viejos amigos del bodegón de “la otra cuadra”. Yo entonces había descubierto el marxismo y me parecía a un pastor transmitiendo la buena nueva entre  incrédulos. Un veterano que tomaba su habitual vaso de vino me miró con esa expresión que tiene un hombre que se exige contar hasta tres antes de decir o hacer un disparate. -¿Qué te pasa?, me dijo. Interrumpí mi perorata porque en ese momento percibí no sé por qué razón que estaba haciendo el ridículo con mis aires de redentor social. Después, mirándolo como si estuviéramos jugando al truco y cantara una falta envido sin mirar el naipe, le dije, tratando de imitar el tono de Edmundo Rivero: “Porque me estoy dando cuenta que fue mi vida ficticia, y porque tengo otro modo de ver y filosofar”. No le brillaron los ojos ni me felicitó por la ocurrencia, pero entendió en el acto lo que pretendía decirle. Después yo seguí conversando con la gente y él con su vaso de vino. Nunca más volví a verlo, pero no me olvido de su cara.

 

Después de compartir infinitas mesas con amigos, he llegado a la conclusión de que las charlas llamadas livianas son más interesantes que las supuestas charlas profundas.

 

No soy machista. Por el contrario, de las mujeres guardo el mejor de los recuerdos. De todas. Los momentos más felices e intensos de mi vida se los debo a ellas.

 

Me gusta el tango, pero por más que lo intente jamás podría escribir un tango. Puedo escuchar las cuitas sentimentales de otros, pero me resisto a ponerme sentimental porque respeto mucho la dignidad de los sentimientos.

 

Con una mujer descubres que no hay más esperanzas, no porque te hayas cansado de hacer el amor, sino porque te cansaste de conversar con ella.

 

Un hombre se ha perdido el respeto a si mismo cuando está más preocupado de llegar tarde a su casa que por llegar tarde a una mesa de póker.

 

La experiencia me enseña que la condición para ser feliz con una mujer es no enamorarse. Con una mujer todos los placeres son posibles, siempre y cuando uno no se enamore.

 

Mantenerse entero en una mesa de timba aunque estés perdiendo y las cartas que te llegaron no valgan nada; no asustarse aunque sepas que el tipo que está enfrente tuyo ha decidido matarte y tiene todas las posibilidades de hacerlo; no lloriquear ni andar dando lástima porque una mujer te dejó en la palmera; saber emborracharse sin perder la línea ni hacer papelones; nunca hablar de más delante de giles y botones, son asignaturas mucho más difíciles de aprobar que las que vos aprobaste en la universidad para sacar ese título de doctor que en nuestro ambiente no vale nada.

 

Un hombre que se precie no vive de las mujeres y, mucho menos, del Estado.

 

Me lo dijo una prostituta que encontré una tarde en el supermercado haciendo las compras: de un hombre puedo soportar muchas cosas, menos que se ponga a llorar.

 

Le dije todo lo que pensaba de ella. Fui ofensivo y desagradable. Me miró y puso una cara como diciendo que lo que acababa de escuchar le importaba tres pitos.

 

Esa mujer me hacía acordar a esas camas de pensiones baratas con sus sábanas arrugadas y manchadas con rouge y esperma.

 

Sospecho que el pasaje al Paraíso que usted intenta venderme no tiene boleto de retorno. Además usted no está en condiciones de presentarme ningún viajero que haya ido y haya vuelto. Lo que quiero decirle es que usted está al frente de la única de agencia de viajes en el mundo que vende pasajes de ida pero no vende pasajes de regreso.

 

Mi ex mujer nunca sabrá que la mejor ofrenda de amor que pude darle fue hacerme odiar. ¿Cómo en el tango? Como en el tango.

 

Ella me dio los momentos más felices de mi vida; yo, el único recuerdo que le dejé, fue el horror de mis borracheras. Entonces no sabía que una mujer es feliz al lado de un hombre que la hace reír, no llorar. Yo entonces quería escribir para ella la mejor novela del mundo y ella sólo deseaba que yo llegara temprano a casa, sobrio y de ser posible con un peso en el bolsillo.

 

Todavía era muy joven y no sabía que en más de un caso las mujeres cuando lloran son felices.

 

Sus frases eran tan breves y precisas que daban la sensación de haber sido redactadas para un telegrama o que las hubiese escrito por alguien que se ganase la vida redactando telegramas por órdenes de alguien que le hubiera advertido que no estaba dispuesto a pagar una palabra de más.

 

No había tomado mucho, pero parecía borracho por ese afán pegajoso de derramar confidencias. Me divorcié tres veces –declaró en cierto momento- y lo que te cuento es una verdad que la he aprendido con mucho esfuerzo: los problemas serios no lo presentan las esposas sino las ex esposas. De una esposa te podés divorciar, pero a una ex esposa estás condenado a soportarla toda la vida.

 

Algo raro está pasando con vos cuando tu enemigo te visita a la hora del sueño y se presenta como un hombre bueno.

 

Veinte años después descubrí que nunca estuve enamorado de ella. Que tenía razón cuando decía que nosotros no teníamos nada en común. Por su parte, ella necesitó veinte días para descubrir una verdad que a mí me llevó veinte años.

 

Mis sueños tiene la luz, el resplandor de esas viejas películas en blanco y negro. Es un consuelo barato suponer que el dolor enseña más que la felicidad. Barato, equivocado e injusto. Aprendé ahora lo que yo aprendí demasiado tarde: el gran  aprendizaje de la vida, sobrino, es la felicidad. Es lo que más escasea en este mundo y son muy pocos los que la saben reconocer.

 

Es una mujer tan delicada, con una piel tan tersa, tan transparente que se hace muy difícil, por no decir  imposible, que la suciedad o los malos olores alguna vez pudieran afectarla.

 

El silencio más que su talento era su astucia. El suyo era un silencio que sugería inteligencia, curiosidad, asombro, cuando en realidad sólo era aburrimiento, el más soberano y aplastante aburrimiento.

 

Alguna vez se me ocurrió pensar que llegamos a este mundo con la vista reducida. Es así como la diferencia entre unos y otros es que unos se arreglan con sus limitados ojos y los otros disponen lentes que le permiten ver más lejos  y apreciar la infinita variedad de colores que ofrece el mundo.

 

Estaba tan enamorado que era feliz hasta cuando me aburría su lado.

 

 

Bailaba con una gracia, un encanto y una sensualidad que se me ocurrió pensar que con esa mujer no era necesario ir a la cama para ser feliz; alcanzaba y sobraba con mirarla.

 

La suya era una belleza que amenazaba extinguirse devorada por las sombras. Y sin embargo, era como si el esfuerzo que hiciera para perdurar, aunque más no sea, una noche más, le otorgara a su rostro una peligrosa y espectral belleza.

 

Siempre me han seducido esas mujeres cuya belleza espectral me recuerdan a las novias de Drácula. Es como si al momento de besarnos deseara descubrir sus colmillos apenas manchados por un delgado pero persistente hilillo de sangre.

 

Lo que me molesta de las mujeres que se pintan demasiado, no es lo que muestran sino lo que ocultan.

 

Todo hombre que se precie alguna vez tuvo la oportunidad de portarse como Bogart en “Casablanca”. Lo que sucede es que fueron muy pocos los hombres que tuvieron a su lado a una mujer como Ingrid Bergman. La grandeza de Bogart no reside en haber renunciado a la mujer que amaba; la grandeza es haber renunciado a la Bergman.

 

La verdad de un elenco político está en la segunda o tercera fila. Allí se encuentran las virtudes y los vicios.

 

Hay mujeres que uno elige para que te acompañen hasta la puerta del cementerio; hay mujeres que uno elige para tomar unas copas y hay mujeres que uno elige para ir a un hotel. Si me dieran a elegir me quedaría con estas últimas. Las prefiero a las otras: te hacen feliz y no te comprometen.

 

El placer exige entendimiento, discreción y buen gusto. La norma vale para una cena, una visita al museo o una noche de amor.

 

Los amores que duran mucho son virtuosos, pero los que duran poco son perfectos. Nunca lo olvides.

 

Hablaba de Marx, de Freud y de Foucault, pero era incapaz de hablar de ella misma.

 

Conozco mujeres decentes que colocan el sexo en la mesa como si fuera una mercadería. Conozco mujeres que usan el sexo como si fuera un guante de box. Conozco mujeres que trafican con el sexo como si estuvieran en el club del trueque. Conozco mujeres que conciben su sexo como un objeto sagrado y esperan que los coleccionistas se saquen los ojos entre ellos. Conozco mujeres que usan su sexo como si fueran una heroína de “Las mil y una noches”.  Y conozco mujeres que después de hacerse rogar como diosas entregan el sexo con el descaro y la displicencia de las que saben que lo que están dando no vale nada.

 

 

Hay mujeres que lo único que pretenden de un hombre es una libreta de casamiento. Son mujeres que se pueden resignar a no ser amadas, pero no pueden resignarse a estar solas.

 

Nunca esperes despertar la emoción de las mujeres, porque ellas te van a admirar no por lo que vos creas, sino por lo que a ellas se les ocurra. Y lo que a ellas les pueda ocurrir es siempre un infinito misterio.

 

Siempre daba la sensación de que por el solo hecho de estar, ese lugar se iluminaba y que mientras ella estuviera no había ninguna posibilidad de que las sombras regresaran.

 

Aprender que el tiempo pasado es irrecuperable cuando una mujer hermosa te dice que alguna vez, hace muchos años, ella estuvo enamorada de vos y que una palabra tuya hubiera bastado para ir a a la cama y tú, pedazo de tonto, no te diste cuenta.

 

Esas mujeres bellas y lejanas, que te cuentan que alguna vez se acostaron con un hombre sin saber por qué lo hicieron.

 

Se equivocan las mujeres cuando suponen que estamos celosos de su ex marido o su ex amante. Se equivocan, porque a los hombres lo que realmente nos molesta es que alguna vez hayan hecho el amor con un tipo al que nunca más vieron. No son las pasiones profundas las que nos molestan, sino las superficiales, la aventura pasajera, que la mujer que amamos haya sido poseída por un tipo que tal vez ni se acuerda de ella.

 

En el amor, como en el juego, existen las buenas y las malas rachas. En el amor, como en el juego, al buen jugador se lo conoce no por lo que hace en las malas sino por lo que hace en las buenas. Porque, aunque algunos no lo crean, es más difícil entreverarse con la buena suerte que con la mala.

 

Hubo temporadas, no fueron muchas pero fueron, en que las mujeres se rendían a mis pies como si yo fuera Alain Delon o Paúl Newman. Era omnipotente, inmortal, invulnerable. Me emborrachaba todas las noches y todas las noches me acostaba con mujeres diferentes. Apenas dormía y nunca recuerdo haber tenido hambre. No sé si fui feliz o infeliz, o si fui justo o injusto, pero cuando recuerdo aquellos años tengo la sensación de que nunca fui tan inteligente, tan lúcido, tan profundo.

 

 

Siempre admiré a los tipos capaces de incorporar a cada uno de los gestos y los movimientos de su cuerpo, toda la experiencia del mundo. Es como si un aura trágica y noble, sórdida, viciosa pero digna, los rodeara ennobleciendo su rostro y cada una de sus expresiones.

 

 

Se dice que no está mal que un hombre le diga que no a una mujer. Está en su derecho de hacerlo y es justo que lo haga, pero debe saber que esa mujer que soportó esa negativa nunca se lo va a perdonar. La única mujer en el mundo que te felicita por haberle dicho que no a una mujer es tu esposa.

 

Era un matrimonio derrotado por los años. Hacía rato que habían dejado de dormir abrazados y que habían renunciado a disfrutar de la cama como un campo de batalla. La otra noche él me confesó que en el único momento en que se daba cuenta que su esposa dormía con él era cuando ella le quitaba el pedazo de colcha que le correspondía o cuando lo sacudía para que dejara de roncar.

 

La mala digestión en los hombres o el dolor de cabeza de las esposas cumplen la misma función que el cinturón de castidad en las doncellas medievales. El repertorio de los hombres no es diferente: el cansancio del día, el maldito libro o la maldita radio.

 

He conocido solteronas y viudas que a la hora de ir a la cama con un hombre ofrecían más reparos que una virgen.  He conocido mujeres a las que les importa más perder una oportunidad que la virginidad. Y he conocido mujeres que lo que más le seduce de un hombre es la marca del auto que manejan. Hay mujeres que no tiene ningún problema en canjear la llave de un auto por el cinturón de castidad.

 

Toda mujer, hasta la más experimentada en los arrebatos del sexo, en algún momento se las ingenia para decirle a su hombre que las experiencias que viven a su lado son únicas.

 

 

Nunca las subestimes. En los temas del amor ella siempre saben algo más que nosotros. A veces son detalles, a veces son cuestiones de fondo, pero saben más. Por lo tanto, es hora que sepas que el verdadero talento de una mujer no reside en las mentiras que dice, sino en las verdades que calla.

 

Haciendo un balance de mi vida, he llegado a la conclusión de que las mujeres que me hicieron felices fueron las que me mintieron, no las que me dijeron la verdad. Más de una vez la verdad suele arruinar los idilios más encantadores.

 

A esa mujer más de una vez me esforcé en explicarle que si ella estaba enamorada de mí, se trataba de un asunto de ella, no mío.

 

Ya es hora que sepas, muchacho, que las verdades más importantes sobre vos, son las que pronuncian tus  enemigos. El día que te enorgullezcas de los enemigos que te has sabido ganar, aprenderás a respetarte a vos mismo.

 

Hay amigos que te pueden compadecer porque te va mal en la vida, pero nunca te van a perdonar que te vaya bien. Hay amigos que te perdonan los fracasos, pero no los éxitos.

 

Las tilingas cuando envejecen fatalmente se vuelven malas, porque esa es una manera de ser fieles a su naturaleza. Nunca lo olvides muchacho: las boludas nunca son buenas.

 

Nada hay más intenso que el encuentro fortuito de una mujer y un hombre que alguna vez se amaron.

 

Ni a mi peor enemigo le deseo ese instante en que la mujer que ama acaba de dejarlo y le dice –a modo de consuelo- que ella sufre igual que él.

 

Mi inteligencia me enseñó a mirar lejos, pero a mi inteligencia debo agradecerle haberme dado los recursos necesarios para enseñarme que mirar lejos no me autoriza a llegar allí.

 

 

Hay mujeres a quienes la risa o el tono de la voz dicen de ellas más que cualquier declaración escrita.

 

Me lo decía como quien comenta algo que no tiene la mayor importancia: siempre confié en mis manos, siempre supe que si alguna oportunidad tenía de salvarme era por ellas. Ellas me dieron de comer cuando pedía limosna en la calle; ellas hicieron felices a muchas mujeres; ellas me consagraron campeón.

 

La noche que la policía allanó el cabaret, a los matones les sacaron las pistolas, a los estafadores las chequeras, a los cafisos las billeteras y a las putas los lápices de labios.

 

En aquellos años no necesitaba mirar el cielo para contemplar las estrellas y la luna. Entonces yo disfrutaba como ellas se reflejaban en el vidrio de mi copa de whisky o en la botella que acababa de tirar vacía a una zanja.

 

Una mujer de clase demuestra que lo es hasta cuando abre la cartera para sacar un espejo o guardar el número del teléfono que acaban de darle.

Después de ellas conocí a muchas mujeres hermosas, pero ninguna como ella. Todas eran lindas, pero a todas les  faltaba esa luz que le iluminaba el rostro cuando sonreía o les faltaba esa sombra que la aplacaba cuando estaba triste.

 

Con esa mujer la única libertad que pude ejercer fue la de reírme, pero no de ella sino de mí mismo. Son mujeres que te hablan en voz baja, que te miran a los ojos  y con una mano se apartan con deliberada sensualidad el mechón de pelo que le cae sobre la frente. A veces tienen un diario o un libro que apoyan en la mesa. Casi nunca sonríen, pero cuando lo hacen no hay en el mundo un hombre más importante que vos. A veces hacen silencio esperando que digas la palabra que necesitan oír. Son comprensivas pero exigentes. Reclaman esa palabra y suelen ser pacientes. Aceptan que te equivoques y te dan una, dos y tres oportunidades, hasta que sin alterarse, sin hacer ninguna escena, se levantan y se van porque arribaron a la conclusión definitiva que esa palabra vos nunca serás capaz de pronunciarla.

 

 

La había amado mucho, pero por esas cosas de la vida cada vez que hablaba con ella me parecía estar leyendo un aviso necrológico donde se anunciaba mi muerte.

 

 

Esas señoras que se ofenden cuando en la calle las confunden con una prostituta. No saben ni se imaginan que mucho más grave es que después de estar más de dos horas paradas en una esquina un señor elegante y buen mozo las confunda con una señora.

 

Conozco a mozos de bar que aunque nunca te hayan visto en la vida saben en el acto que bebida vas a tomar. Esos son los que valen.

 

Sólo hay una cosa más interesante que hacer llorar a una mujer. Y es una mujer que llora por vos sin que hayas hecho absolutamente nada para inspirar esas lágrimas brindadas en tu homenaje.

Nada hay más desconcertante y misterioso que despertarse a la mañana después de una borrachera y descubrir que a tu lado está durmiendo una mujer que jamás has visto en tu vida.

 

Con esa mujer, sobrino, estuve una sola vez en mi vida en la cama. Después nos vimos infinidad de veces. Siempre en lugares públicos, nunca solos. En quince o veinte años habremos intercambiado cinco o diez frases seguidas. No más. Sin embargo, yo sé que cuando me mira recuerda aquella noche revoltosa y ella sabe muy bien que a mí me sobra un cuarto de segundo para recordar que aquella noche nuestra felicidad fue tan perfecta que Maradona erraba los goles y Carlos Gardel empezó a desafinar en el disco.

 

La política decididamente no le interesaba, pero cuando en la pantalla de la televisión veía a una mujer interesante opinando sobre temas importantes no podía impedir la tentación de imaginar qué cara pondría esa misma mujer en el momento del orgasmo.

 

 

Antes la veía pasar y trataba de no verla para no sufrir; ahora cuando la veo venir cruzo la calle porque me da pena verla.

 

 

Estás en problemas cuando una mujer se mete en tus sueños.

 

 

Así es la vida, sobrino. Cuando eras chico te asustaban con el Viejo de la Bolsa, hasta que lo conocías y te dabas cuenta de que no era para tanto. En la adolescencia te asustaban con el sexo y el servicio militar. Todas esas amenazas se disipaban, pero después llegaban otras: el comunismo, la dictadura, el casamiento, la vejez y, al final de todo, la muerte. Te lo digo muy en serio y sin ánimo de hacerme el duro: sinceramente no creo que la muerte sea un problema más serio que los anteriores. De ella, lo único que sabemos es que va a llegar y, por lo tanto, va a pasar. ¿Quedará luego algo nuestro? No lo sé. Pero si sobrevivimos a tantos peligros, ¿por qué no vamos a sobrevivir a la muerte que es el más previsible de los peligros?

 

Era tan discreto, tan delicado, que hasta el movimiento de mis pestañas parecía un acto grosero y estridente.

 

 

Era tan fresca, tan burbujeante, que muy bien podría decirse que su lado hasta un camello no dejaría de tener sed.

 

 

Los políticos dicen que son sabios porque cambian, porque se adaptan a los tiempos. Yo no pienso lo mismo. Es más, pienso al revés. El hombre que vale es el que no cambia. Ahora claro, para vivir así es necesario estar dispuesto a pagar un precio y un precio que no es bajo.

 

 

Hubo una época en que mi modelo masculino era Drácula: vivía de noche y dormía de día en una pensión cuya cama se parecía a un sarcófago. No sé por qué me gustaban las ropas oscuras y estaba tan pálido que parecía un héroe de algún poema de Bécquer. Una noche en el cabaret se me fue la borrachera cuando me paré frente a un espejo y no vi a nadie.

 

Era un hombre metódico. Uno de esos tipos que a cada rato hablan de sus hijos y de su esposa y ponderan las delicias de la vida hogareña. Era lo que se dice, un pobre tipo.

 

 

Cuando ella llegó a la clínica para trabajar de secretaria, supe que ese edificio levantado a cal y canto comenzaba a resquebrajarse. La última pared se vino abajo el día que él le dijo a ella: si vas a romper un hogar quiero que sea el mío.

 

 

Durante dos días seguidos estuvimos jugando al póker sin parar. Cuando se terminaron los cigarrillos, fumamos los puchos que estaban aplastados en el cenicero; cuando se terminó la ginebra, el dueño de casa fue al baño y regresó con un frasco de perfume que lo tomamos mezclado con agua y unos terrones de azúcar. Entonces éramos invulnerables e inmortales. Podíamos prescindir de la comida y del sueño. También de las mujeres.

 

Mirá chiquita, sabrás algo de los hombres en el momento en que sentada a la barra sepas si un hombre tiene o no plata y si está dispuesto a gastarla en el momento exacto que abre la puerta y apoya por primera vez la suela de sus zapato en el local.

 

Me quiero apoyar en un hombre que tenga los brazos firmes. Y quiero dormirme acurrucada en el pecho de un hombre, porque en este oficio, mi vida, llega un momento que resulta cansador apoyarse todas las noches en la barra de un mostrador o en un vaso de whisky. O dormirme a la madrugada apoyada en la mesa de un bar entre vasos vacíos, pocillos de café y servilletas sucias.

 

Los conozco. Son de esa clase de tipos que a cada rato dicen que son corridos y tienen mucha noche y mucha cancha, pero al tercer vaso de vino se emborrachan y se les da por contar historias tristes que no le interesan a nadie. O ponerse a llorar porque una mujer malvada los dejó plantados.

 

Era un tipo duro. Un tipo que vos te dabas cuenta que se reía porque la cicatriz que le cruzaba la cara parecía palpitar levemente.

 

Tenía la piel tan suave y delicada que daba la sensación que al mirarla con insistencia uno podía llegar a lastimarla.

 

Me gusta hacerle sentir a los hombres que una palabra que digan de más o de menos puede decidir ir o no ir a la cama con ellos.

 

A las mujeres las elijo como elijo la marca de whisky o el número de la ruleta: corriendo riesgos. Esa fue su declaración de amor. Naturalmente no pude decirle que no.

 

Era un hombre. Me di cuenta apenas lo vi entrar a ese boliche de curdas, rateros de mala muerte, rufianes, alcahuetes y algún que otro marido aburrido. Él era diferente. No me preguntes por qué, pero esas cosas una mujer siempre las sabe. No estaba armado, pero se comportaba como si lo estuviera.  Sus ropas no eran caras, pero tenía esa elegancia natural de los tipos  que saben llevar con la misma indiferencia una camisa de marca o una remera barata. No dejó de tomar en toda la noche, pero nunca vi que le temblara el pulso. Jamás levantó la voz, pero cada vez que hablaba todos a su alrededor hacían silencio. Nunca amenazó a nadie, pero ninguno de los hombres que estaban allí fue capaz de sostenerle la mirada. No me dijo palabras cariñosas, pero cuando nos retiramos para irnos al hotel nadie en el mundo tuvo tanta delicadeza para correr la silla. Y cuando salimos a la calle y empezó a llover, yo no sé en qué momento se sacó el saco y lo puso sobre mis hombros para protegerme del agua. Era un hombre. Fue mi hombre. Y ahora está muerto.

 

Antes me burlaba de los creyentes; ahora los envidio. En realidad he cambiado, pero no mucho. Antes hubiera jurado que los equivocados eran ellos; ahora me gustaría equivocarme con ellos.

 

A Dios le he pedido lo imposible y nunca me lo dio. Es por eso que me pregunto ¿Si Dios no está para hacer posible lo imposible, para que está?

 

Es hora que sepas que la diferencia entre los ricos y los pobres es que unos tiene hijos y los otros tienen cría. Son ricos no tanto porque tienen plata sino porque tienen futuro. Es lo que no tienen pobres. Carecen de futuro y el pasado se confunde más con el prontuario que con un recuerdo.

 

Los únicos tipos que son de fiar son los que no tienen nada que perder. Los prefiero a los otros porque son previsibles. Trágicamente previsibles.

 

Extraño destino el suyo: siempre se preocupó por ser un tipo elegante, pero ese don sólo lo adquirió cuando fue cadáver.

 

Era un charlatán que le gustaba hablar de las novelas que iba a escribir. Mi amigo decía de él que cuando se lo recuerde después de muerto los profesores de literatura hablarán, no de las novelas que escribió, sino de las novelas que no escribió.

 

A  los hombres, las mujeres los atraen por su presente; mientras que a las mujeres los hombres los atraen por el pasado. Es que a ellas les seduce el secreto que un hombre es capaz de portar. Por supuesto, en estos temas las mujeres tienen mucha más imaginación y perspicacia que los hombres.

 

Si debo serte sincero, lo único que puedo decirte es que en esta vida fijarse un objetivo es engañarse o perder el tiempo.

 

La fertilidad para unos es producir espermatozoides y para otros producir ideas. Hay algunos hombres -no son pocos- que disponen de las dos virtudes, pero sí son pocos los que saben qué hacer con las ideas y con los espermatozoides.

 

En estas elecciones hay candidatos capaces de entrar en la historia y candidatos capaces de entrar al calabozo.

 

Hice el amor con muchos hombres. A veces me fue mal, a veces me fue bien. En todos los casos siempre pretendí ser la mujer que no estaba colgada de sus brazos sino de sus fantasías más ardientes.

 

 

Dejé de ir a misa porque al momento de tragar la hostia los comulgantes me recordaban algunas escabrosas escenas de sexo oral. Con el cura de mi barrio siempre tuve una buena relación. Era un  hombre previsible que vivió en paz y murió sin  agitarse, un hombree que durante años y años siempre creyó en lo mismo y dijo lo mismo.

 

A un hombre con mi talento nunca le daría miedo una mujer con tu inteligencia.

 

De esa mujer puedo decirte muchas cosas. Decirte, por ejemplo, que cuando se soltaba el pelo en la calle parecía que salía el sol. Y cuando lo mismo hacía en el cuarto del hotel, hacé de cuenta que alguien encendía la luz.

 

Nunca debes perder de vista que cuando una mujer te lleva a la cama no espera de vos que seas un caballero, sino un hombre.

 

A las mujeres que fueron a la cama conmigo las recuerdo a todas. Una por una. En la vida podré olvidarme de muchas cosas. Menos de una noche o de una siesta de amor con una mujer. Hace años que he admitido que la amnesia es un lujo que no puedo permitirme.

 

El orgasmo es un lujo que no existe en nuestro oficio. Cuando con un cliente todo va bien, la sensación más parecida es la de un cólico.

 

Para llegar al sexo con ella faltaba que dijera una palabra. La dije. Propuse ir a un hotel para que estuviéramos cómodos. Me respondió que no. Entonces le pregunté en qué me había equivocado. Sonrió y no dijo nada, pero antes de bajarse del auto, cuando ya estaba la puerta abierta, me dijo: Con una mujer como yo nunca uses en una frase la palabra “cómodo”.

 

Cuando un hombre mira a una mujer es como si quisiera comerla; cuando una mujer mira a un hombre es como si lo encañonara.

 

Nos despedimos a la salida de un hotel. Ella para una esquina y yo para la otra. Me fui caminando despacio. Era raro lo que me pasaba, al punto que en algún momento se me ocurrió pensar que haber hecho el amor con esa mujer era algo parecido haber estado peleando con los matones de Moyano.

 

Querido: lo que espero esta noche de vos es sexo, porque para hablar de literatura muy bien podemos hacerlo por teléfono.

 

 

Posaba de guapo, pero en realidad lo más arriesgado que había hecho en su vida fue tomar whisky sin soda y café sin azúcar.

 

No hay diferencias importantes entre un asaltante de bancos y una mujer decidida a casarse con un buen partido.

 

A una mujer un hombre le resulta interesante cuando a lo largo de la noche el color de sus ojos comienza a modificarse.

 

Era una mujer tan especial que a un hombre le otorgaba importancia con sólo pronunciar su nombre.

 

Prefiero a un enemigo inteligente a un enemigo bruto, pero prefiero a un enemigo muerto que a un enemigo vivo.

 

Conozco gente para quien escribir es una obligación; conozco gente que supone que su obligación es pensar en escribir algo que después nunca lo van a hacer. Y conozco gente que considera que su mejor aporte a la literatura es no escribir nada. No me gustan esas mujeres  tan hermosas, que a su lado un hombre adquiere menos importancia que los zapatos que lleva puestos. Como a todos los hombres, me gusta estar con una mujer linda, pero si me dan a elegir diría que la belleza que prefiero es aquella  que se perfecciona con una pizca de humor y se complica con un toque de inteligencia.

 

Es la experiencia la que me ha enseñado que toda mujer en la cama debe ser algo superficial. Detesto a las mujeres que se les ocurre ser inteligentes cuando están haciendo el amor.

 

Te aseguro que he conocido mujeres que en la cama se creen Natalia Oreiro, cuando en realidad se aproximan peligrosamente a Angela Merkel.

 

Era más bella cuando mentía que cuando decía la verdad, cuando amenazaba que cuando parecía entregarse, cuando estaba enojada que cuando estaba alegre. No era una mujer interesante. Era mucho más que eso. Era una mujer peligrosa.

 

De ese hombre me gustaban sus manos. Eran las manos de un tipo que sabía acariciar y sabía golpear; las manos de un tipo que podía llevar sin inmutarse un ramo de flores o una pistola, un vaso de whisky o un pañuelo para secarte las lágrimas. En definitiva, eran las manos de un hombre capaz de amar, es decir, de vivir cada minuto sin pedirle permiso al anterior o al que viene.

 

Tenía miedo de enamorarse, tenía miedo de gastar, tenía miedo de enfermarse y tenía miedo de hacer amigos. Era lo que se dice, un pobre tipo.

 

Ahora está viejo y enfermo. Pero ese tipo que ves arrastrándose para llegar al mostrador, en sus buenos tiempos fue temido por los hombres y respetado por las mujeres. Entonces quería ser el rey de la noche y terminó siendo su esclavo. Se equivocó muchas veces, pero tuvo mala suerte. Tenía todo para ganar en la vida, pero a todo lo perdió casi sin darse cuenta. Aceptó como un hombre todas las derrotas y todas las humillaciones. En lo único que no transigió fue en morirse. Ese es un lujo que no se permite porque quiere pagar en vida todo el daño que hizo y le hicieron. ¿Qué le pasó? Nunca lo dijo. Durante años guardó el secreto como si fuera un tesoro. Ahora no necesita ocultar nada, porque de aquel secreto no queda nada en su memoria.

 

Son mujeres que te hablan en voz baja que te miran a los ojos y con una mano se apartan con deliberada sensualidad el mechón de pelo que le cae sobre la frente. A veces tiene un diario o un libro. A veces.. Casi nunca sonríen pero cuando lo hacen no hay en el mundo un hombre más importante que vos. A veces te escuchan como esperando que digas las palabras que esperan oír. Son comprensivas pero exigente. Reclaman esa palabra y suelen ser pacientes, una virtud que aprendieron viviendo y tocando fondo. Aceptan que te equivoques y te dan una, dos y tres oportunidades, hasta que sin  alterarse, sin hacer ninguna escena, te dejan plantado porque arribaron  a la conclusión que a esa palabra que ella espera, vos nunca serás capaz de pronunciarla.

 

Solo hay una cosa más interesante que hacer llorar a una mujer. Y es una mujer que llora por vos sin  que vos hayas hecho nada para inspirar esas lágrimas brindadas en tu homenaje.

 

Aprenderás que el tiempo pasado es irrecuperable cuando una mujer hermosa te diga que alguna vez, hace muchos años,  ella estuvo enamorada de vos y que una palabra tuya hubiera bastado para ir a la cama y vos, pedazo de boludo, no te diste cuenta.

 

En el amor, como en la timba, existen las buenas y las malas rachas. En el amor como en la timba al buen jugador se lo conoce no por lo que hace cuando liga, sino cuando no tiene nada. Conozco tipos que perdieron la mano ligando el macho de espada y el macho de basto y conozco otros que ganaron la falta envido con una negra.

 

Hubo temporadas, no fueron  muchas pero fueron, en que las mujeres se rendían a mis pies  como si yo fuera Alain Delon o Paúl Newman. Entonces era invencible, invulnerable, inmortal. Me emborrachaba todas las noches y todas las noches me acostaba con mujeres diferentes. Vivía a mil por hora. Y estaba con vencido de que comer era una pérdida de tiempo. No sé si fui feliz o infeliz; o si fui justo o injusto, pero cuando recuerdo aquellos años tengo la certeza de que nunca fui tan brillante, tan lúcido, tan profundo.

Siempre admiré a ese tipo capaz de incorporar a cada uno de sus gestos y de los movimientos de su cuerpo, toda la experiencia del mundo. Era como si un aura trágica y noble, viciosa pero digna lo rodeara ennobleciendo su rostro y cada una de sus expresiones.

 

Me fascinan esos hombres que hundidos en la mugre mantiene intacta una cuota de dignidad y compasión. Se me ocurre que los santos están hechos con esa madera.

 

La verdadera sabiduría, sobrino, consiste en saber emborracharse sin haber tomado una copa. ¿No lo entiendes? No te preocupes, ya lo vas a entender.

 

Los recuerdos, además de ilusorios, suelen ser mentirosos. El matrimonio con mi mujer fue un infierno que se apagó cuando nos separamos, Sin embargo, recordando algunos momentos de felicidad vividos con ella, más de una vez estuve a punto de llegar a su casa, golpear la puerta y pedirle de rodillas que volvamos a empezar.

 

Un aura de misterio lo rodeaba hasta distinguirlo como si estuviera iluminado en el centro de un cuarto oscuro. Era un hombre que se movía como un felino y cada gesto suyo sugería peligro. Era un hombre que miraba como esos hombres que no les importa matar y mucho menos morir. Era un  hombre con pasado. Se le notaba de lejos. Un pasado que estaba impregnado en su cuerpo, en sus gestos, en su respiración. Era, en definitiva, un hombre interesante. Se notaba que era uno de esos hombres que más de una vez había tocado fondo. Y nunc a le había importado demasiado hacerlo, porque siempre lo asistió la certeza de que era capaz de salir del fondo del pozo o de la cloaca por sus propios medios.

 

Hay  mujeres que son  felices porque les regalan un libro. Otras disfrutan mucho con un  anillo o una cartera. Están las que son felices si las invitan a cenar. Pero las que valen, son las que exigen que el regalo que le hagas sea robado.

 

Era un hombre solo en un  bar vulgar de una ciudad desconocida. Un hombre solo que no esperaba a nadie y nadie lo esperaba a él.

 

Eran casi las siete de la mañana y en el cabaret estaban apagando las luces. Salí a la calle y miré a la ciudad que recién se estaba desperezando. Estaba a miles de kilómetros de mi casa. Estaba solo y algo borracho. Y fue entonces que se me ocurrió pensar que si me atropellara un auto o alguien me matara de un tiro o una puñalada, nadie se enteraría de mi muerte. Prendí un  cigarrillo y empecé a caminar hacia una parada de taxis. No era un tipo feliz, pero no exageraría si dijera que era un  tipo más o menos satisfecho con  mi vida. Subí al auto y al taxista le di la dirección del hotel en donde estaba alojado con nombre falso desde hacía casi un mes.

 

Sobrino: es muy difícil que a una mujer la sorprendas con una declaración de amor o una propuesta indecente. No importa la habilidad que tengas para expresarte, ella de alguna manera ya lo sabía, siempre lo saben.

 

Los tiempos de las censuras y las prohibiciones, según se mire, no eran tan detestables, sobre todo en materia literaria, porque entonces uno tenía la certeza de que los libros prohibidos eran invariablemente los mejores. Esa seguridad hoy la hemos perdido.

 

Es extraño, todo lo que hago o dejo de hacer es para que la gente hable de mí, cuando en el fondo sus opiniones me importan tres pitos. Cuando me halagan, no los tomo en serio; cuando me critican, no los escucho.

 

El problema de los jóvenes es que las emociones no los dejan pensar; el problema de los viejos es que si bien piensan, son incapaces de sentir emociones.

 

Con las mujeres nunca me ha ido mal, porque me he enamorado de sus defectos, no de sus virtudes. Es que los defectos son la única oportunidad que las mujeres tienen para ser libres, motivo por el cual una mujer con defectos es en todas las circunstancias, encantadora.

 

Del oficio de coger conozco lo suficiente como para decirte que las chiquilinas de hoy en día se equivocan cuando creen que son libres porque se van a la cama con el primer tipo que se les cruza en el camino. De las viejas virtudes olvidaron  lo principal y de los pecados, aprendieron justo lo que no hay que aprender.

 

La manera de abrir una botella de vino o de apagar el cigarrillo en el cenicero es lo que revela el carácter de un hombre.

 

Sabía escuchar, sabía hablar en el momento oportuno y con las palabras oportunas; sabía reírse cuando correspondía y si las circunstancias lo exigían sabía lagrimear con discreción. Fue una gran mujer, una profesional en el sentido más noble de la palabra. Después de ella, las que pasaron por el cabaret fueron prostitutas o gatos, nunca putas. No exagero sobrino si te digo que hasta la más atrevida hubiera dado lo que no tenía para encender un  cigarrillo como ella lo hacía o levantar la copa ese desgano que en ella era la forma más exquisita de la seducción.

 

Era un tipo vulgar y previsible. Su comportamiento me recordaba al de esos nuevos ricos que necesitan decirle a todo el mundo que son ricos.

 

Su sentido de la realidad era tan consistente, que cuando soñaba se ponía de mal humor porque consideraba que había perdido el tiempo.

 

Tenía esa tristeza en los ojos, propia de una mujer que ha visto todo lo que se debe y no se debe ver en este mundo.

 

Las buenas conciencias aseguran que no está mal que un hombre le diga que no a las insinuaciones de una mujer. Está en su derecho a hacerlo, pero no es lo que yo recomiendo, porque ese hombre debe saber que la mujer que soporto ese desaire n8unca se lo va a perdonar. No lo olvides sobrino: la única mujer en el mundo que te delicita por decirle no a una mujer es tu esposa.

 

Una mujer con clase es la que después de haber estado toda la noche con  vos y haberse cerciorado de que no tenés un miserable mango en el bolsillo, no ofrece reparos en invitarte a hacer el amor en un hotel distinguido, pagar la cuenta y decir como al pasar, que a los gustos hay que saber dárselos en vida.

 

Si una mujer tienen clase, cuando le propones hacer el amor nunca te va a decir que sí; te va a preguntar, por ejemplo, qué hora es; o si en el hotel que vamos a ir hay playa de estacionamiento. Conocí a una que después de escuchar mi propuesta amorosa llamó al mozo y le pidió que nos sirviera una medida de whisky.

 

Con una mujer que merezca ese nombre nunca te podés equivocar en la marca del whisky que van a beber, la música que vas a elegir, el perfume que vas a usar esa noche y la cama donde van a acostarse. Todo eso no alcanza si, además,  no aprendiste a diferenciar lo que es coger de lo que es hacer el amor.

 

Era más bella cuando mentía que cuando decía la verdad, cuando amenazaba que cuando parecía entregarse, cuando estaba enojada que cuando estaba alegre. No era una mujer interesante; era mucho más que eso: era una mujer peligrosa.

 

Es la experiencia la que me enseña que toda mujer en la cama debe ser algo superficial. Detesto a las mujeres que se les ocurre ser inteligentes cuando están haciendo el amor.

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