El tema del aborto divide a la sociedad. No digo nada nuevo pero hay que recordarlo. Esa división incluso se manifiesta en los países donde el aborto está legalizado desde hace décadas. Supongo que la democracia en estos pagos es lo suficientemente fuerte para sostener esa división. Dicho con otras palabras, no hay que tenerle miedo al debate y si hay divisiones, hacerse cargo de ellas, respetando las reglas de juego. Se debate pacíficamente, se vota. Y el que pierde acepta la derrota y el que gana se hace cargo de las responsabilidades de su victoria.
Tengo los suficientes años para saber que en la vida real esto es un poco más complicado y los que ganan a veces no son tan responsables y los que pierden no suelen ser buenos perdedores, pero lo que nos han enseñado estos últimos 35 años es que en sus líneas generales estas reglas se respetan o se aceptan.
Debatir acerca del aborto es uno de los desafíos más serios que tiene esta democracia. Alguien dirá que hay temas más importantes en la vida, pero admitamos que decidir acerca de la vida y de la muerte, es importante para cada uno de nosotros y es importante y en algunos aspectos decisivos para una sociedad.
Yo en este tema no soy neutral y he escrito y hablado a favor de la despenalización del aborto. Pero dicho esto, digo a continuación que sin dejar de defender mis posiciones debo admitir que existen amplios sectores de la sociedad que no están de acuerdo con el aborto, que con diferentes argumentos y énfasis consideran que es un crimen. Y si bien sus argumentos no me conforman -y en algunos casos me irritan- debo admitir, si quiero vivir en sociedad, que en esas razones o sinrazones hay una legitimidad que debe respetarse.
Más allá de las rispideces, las agresiones y las ofensas, convengamos que en términos culturales y políticos en estos meses hubo avances significativos y en algún punto irreversibles. Por lo pronto, el tema salió de la oscuridad, de las sombras del pecado, del territorio de lo prohibido. Se lo puso en palabra, como diría un psicoanalista. Y esto también produce consecuencias irreversibles.
El avance más importante se expresó en un piso de acuerdos que tácitamente se forjó entre las partes. Paso a consignarlos. Primer acuerdo: la unión del espermatozoide con el óvulo crean vida. Indiscutible. Probado científicamente. Podrá discutirse si la vida es o no persona, lo cual no es un tema menor, pero tampoco es menor que las partes admitan que en ese embrión hay vida.
Segundo acuerdo: El aborto en todos los casos es malo. No hay aborto bueno o aborto malo. Hay abortos y son una desgracia. Sobre ese reconocimiento se desprenden diferentes soluciones: quienes se oponen por considerarlo un crimen y quienes lo consideran el mal menor. Los opositores al aborto estiman que la mujer no puede disponer de un embrión que ya no le pertenece. Por el contrario, los defensores del aborto, consideran que en las primeras semanas se debe privilegiar la libertad de la mujer. El aborto no es solución absoluta, pero puede ser la solución posible o menos mala. La mujer que aborta no será más feliz, ni más rica ni más buena, pero de lo se trata es de que viva; que no muera. Salvar las dos vidas es una excelente consigna. La procreación es eso: una madre que da a luz a un niño. El problema es cuando la misma vida impone un drama o una tragedia. La solución hasta ahora, la peor solución, es el aborto clandestino. Y la posibilidad cierta de muerte. No dar respuesta al aborto clandestino significa no salvar dos vidas, sino asegurar dos muertes.
Tercer acuerdo: La educación sexual. Todos admitieron que es necesaria. Todos. Habrá que discutir qué entienden por educación sexual los que siempre se opusieron a ella, pero está claro que predicar la castidad o lanzar campañas contra el preservativo y la píldora no están ni estarán en la currícula de los programas sobre educación sexual que se elaboren o que se apliquen.
Cuarto acuerdo: La penalización ha fracasado. Al tema hay que sacarlo del Código Penal y trasladarlo al Ministerio de Salud. Los abortos clandestinos existen y las amenazas de cárcel o algo parecido no han dado resultados. La mayoría de los opositores al aborto lo han admitido. En diferentes tonos y grados pero lo han admitido. Han dicho y han repetido que a la mujer embarazada se la debe acompañar, asistir y que no es la cárcel la solución. Sobre este aspecto hay algunas cuestiones a debatir, pero en principio son muy pocos los opositores al aborto que se animan a decir en voz alta que la mujer que interrumpe su embarazo debe ir a la cárcel. La diferencia más importante es si se lo considera un derecho de la mujer o un delito. Así y todo, habría acuerdo en admitir que las penas de ese delito se deberían reducir al mínimo porque lo más importante hay que hacerlo en materia de salud, asistencia y políticas sociales.
Los acuerdos no disimulan diferencias. Esas diferencias supongo que son insalvables y se resolverán votando. Como se han resuelto ahora y como se resolverán el año que viene, porque con seguridad los partidarios de la despenalización del aborto insistirán con sus reclamos. Si su consigna inicial fue “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”. De esas tres exigencias se lograron dos. Con los matices del caso, pero dos.
“Aborto legal para no morir”, queda pendiente. Los denominados “Pañuelos verdes” confían en que más temprano que tarde ese reclamo se cumplirá como se cumple en la inmensa mayoría de los países democráticos del mundo. Por su parte, los “Pañuelos celestes”, estiman que la victoria del miércoles en la Cámara de Senadores demuestra que la sociedad argentina, esa “Argentina profunda”, dicen ellos, rechaza el aborto y rechaza la ofensiva impiadosa de la denominada globalización liberal progresista. El futuro dirá.
Al respecto, estimo que hay dos desenlaces posibles: una evolución gradual de mayor ampliación de la libertad de las mujeres o una votación el año que viene o el otro en la que se legalice el aborto con los matices, resguardos y contenciones del caso. En todas las circunstancias, la realidad de 1921 se modificará. El cambio se expresará jurídicamente pero se irá realizando culturalmente. Los fronteras de la libertad necesariamente se ampliarán.
Pero antes que la libertad o junto con la libertad, lo que se impone es dar una respuesta a las mujeres que abortan en clandestinidad y mueren. No hay, no puede haber, más coartadas y postergaciones. Todos han dicho que a la mujer embarazada hay que acompañarla asistirla, comprenderla. Todo muy humanitario, pero la pregunta a responder en todos los casos es la siguiente: ¿Qué se hace con la mujer que después de explicarle los perjuicios del aborto o prometerle ayuda o asistencia, insiste en interrumpir su embarazo? ¿Va presa o se respeta su decisión?
Al respecto, una aclaración es pertinente: la mujer que decide interrumpir su embarazo es una mujer íntegra y libre; no es discapacitada. El Estado debe estar presente desde el punto de vista social, pero la libertad en el sentido más profundo de la palabra, le pertenece a ella. Dicho con otras palabras: la decisión de una mujer, cualquiera esta sea, debería ser respetada. Una mujer que interrumpe su embarazo no es una criminal. El humanismo no pasa por amenazarla con la cárcel o “persuadirla” de hacer lo que no quiere hacer, sino que pasa por respetar su decisión brindándole todas las garantías para que a su desgracia no le sume la incomprensión, la intolerancia o el castigo.
Nadie quiere abortar por deporte. Se aborta porque no quedaron otras alternativas. La vida es demasiado imprevisible y sorprendente y desborda dogmas, prejuicios y prevenciones. Nadie está a favor del aborto y sin embargo se aborta. La historia, la literatura, las crónicas de todos los días abundan en ejemplos de militantes antiabortistas que en algún momento recurren a esa solución. ¿Hipócritas? Puede ser. Pero más que una calificación de ese tipo, yo sería partidario de decir que nadie está exento a ser asaltado por las peripecias de la vida, por las peripecias del sexo, por las peripecias del placer. Sobre esas peripecias es que un Estado de derecho debe decidir y la sensibilidad y el humanismo deben tomar partido.