Paul Lafargue fue le yerno de Carlos Marx. No le fue fácil la tarea. Su noviazgo con Laura fue acosado por la vigilancia de un padre posesivo y guardabosque. Paul era hijo de madre cubana, nacido en Santiago. Un «criollo», como dice Marx sin poder disimular el tono despectivo. Marx respetaba las ideas socialistas de Paul, pero no le agradaba para nada la idea de entregar a su hija a un socialista que no contaba con un mango y no disimulaba las ganas que tenía de llevarse a la dulce Laura a la cama. Respecto de la indigente situación económica de Lafargue, supongo -y así lo dice.- que temía que su futuro yerno hiciera con su hija algo parecido a lo que él hizo con Jenny, a su mujer, a la que amó con locura, lo que no le impidió guampearla de vez en cuando y hacerle pasar necesidades económicas durísimas.
Sorprendentes las reacciones de Marx como suegro. Sus opiniones acerca del matrimonio, de la moral de los novios, del tamaño de sus cuentas bancarias, de las garantías y seguridades que un novio debe ofrecer a su futura esposa, del recelo a todo lo que tenga que ver con sensualidad y sexo, están cómodas a la derecha de Federico Pinedo y Esteban Bullrich.
Marx y Jenny tuvieron tres hijas. Jenny, Laura y Eleonor. Hubo otro hijo, pero no de Jenny, pero esa es otra historia, una historia truculenta que incluye al personal doméstico.
Laura Marx, según se cuenta era encantadora. Linda, desenvuelta, inteligente, escribía poemas y traducía a Goethe del alemán al inglés, pero ademas le gustaba el baile y la equitación. Se enamoró de Paul Lafargue en 1866 y se casaron dos años después. El amor sobrevivió a los celos posesivos de Marx, pero también a una moral que estaba a la altura del más exigente pastor cuáquero. Quienes lo disculpan, dicen que respondía a la moral media de su tiempo. No es así. Sus preceptos y prejuicios estaban muy por detrás de la moral progresista de su tiempo. Marx era revolucionario en materia política, pero en términos morales y de vida cotidiana, competía cabeza a cabeza con Pío XI.
Carta de Marx a Engels.
23 de agosto de 1866.
Mi estimado Federico
Doy por sobreentendido que el señor Lafargue completaría su doctorado en Londres y luego en París antes de que pueda hablarse de matrimonio. Espero que así sea. No obstante le he hecho saber a nuestro criollo que si no puede adaptarse a las tranquilas maneras inglesas, le ordenaré a Laura que lo deje de ver sin más. Es necesario que él comprenda esto, sin lo cual no pienso va seguir hablando.
Carta del 13 de agoto de 1866 a Lafargue
Mi querido Lafargue:
Permítame hacerle las siguientes observaciones:
1. Si desea continuar sus relaciones con mi hija deberá reconsiderar el modo de «hacerle la corte». Usted sabe que hasta ahora no hay ningún compromiso asumido y que todavía es todo muy precario.
Y aunque Laura fuese su prometida en toda la regla, no debería usted olvidar que se trata de un asunto de largo aliento. Los hábitos de una intimidad demasiado estrecha y atrevida estarían tan fuera de lugar como que dos amantes habitasen bajo el mismo techo durante un período necesariamente prolongado de duras pruebas y de purgatorio.
He observado con mucha preocupación sus cambios de conducta de un día para el otro durante el período geológico de una sola semana. En mi opinión, el verdadero amor se traduce en la reserva, la modestia e incluso en la timidez del amante hacia su amada, y en absoluto en el abandono a la pasión y las demostraciones de una sensualidad precoz y peligrosa.
Si invoca usted su temperamento «criollo», es mi deber interponer mi razón entre su temperamento y mi hija. Si, ante ella, no sabe usted amar de una manera que cuadre con el meridiano de Londres, tendrá que resignarse a amarla a distancia.
2. Antes de formalizar sus relaciones con Laura, tengo necesidad de hacerle serias aclaraciones sobre su posición económica. Mi hija se imagina que me hallo al corriente de sus asuntos. Se equivoca. Yo no he puesto esta cuestión sobre el tapete porque en mi opinión a usted le correspondería tomar la iniciativa. Sabe usted que yo sacrifiqué toda mi fortuna en las luchas revolucionarias. No lo lamento. Al contrario. Si tuviera que recomenzar, haría lo mismo. Solo que no me casaría. En cuanto dependa de mí, quiero evitarle a mi hija los escollos contra los cuales se despedazó la vida de su madre. Como este asunto jamás habría llegado a la situación actual sin mi intervención directa (debilidad por mi parte) y sin la influencia de mi amistad por usted sobre la conducta de mi hija, pesa sobre mí una grave responsabilidad personal.
En cuanto a su situación inmediata, las informaciones, que yo no he buscado, pero que he recibido a mi pesar, no son del todo tranquilizadoras. Pero no las tengo en cuenta. Respecto a su posición general, sé que usted todavía es estudiante, que su carrera en Francia está algo comprometida por los sucesos de Lieja, que para su adaptación a Inglaterra le falta aún el instrumento indispensable, la lengua, y que, en el mejor de los casos sus posibilidades son completamente problemáticas.
La observación me ha llevado al conocimiento de que no es usted trabajador por naturaleza, pese a los arranques de febril actividad y la buena voluntad. El tales circunstancias necesitaría usted del sostén ajeno para embarcarse con mi hija.
En cuanto a su familia, no sé nada de ella. Suponer que posee una cierta holgura no constituye prueba de su deseo de hacer sacrificios por usted. Ignoro, asimismo, qué opina sobre su proyecto de alianza con mi hija.
Necesito, le repito, aclaraciones positivas sobre todos estos puntos. Por otra parte usted, que posee una versión realista de la vida y no puede pretender que yo afronte el problema del porvenir de mi hija de un modo idealista. Usted, hombre tan positivista, a quien le gustaría abolir la poesía, no puede pretender, no tiene derecho, a escribir poesía a expensas de mi hija.
3. Para prevenir toda falsa interpretación de esta carta, pongo en su conocimiento que si usted estuviese dispuesto a contraer matrimonio hoy mismo, el mismo no se efectuaría. Mi hija se rehusaría. E incluso yo protestaría. Debe usted ser un hombre hecho antes de pensar en el matrimonio. Y le advierto, además, de que es indispensable un largo período de prueba para usted y para ella.
4. Desearía que el secreto de esta carta permanezca entre nosotros. Espero su respuesta.
Suyo. Carlos Marx.
Paul y Laura se casaron y vivieron juntos y felices hasta 1911. Fueron militantes socialistas convencidos y a Lafargue se le debe un libro interesante: «El derecho a la pereza», texto en el que plantea que el objetivo del socialismo no es dar más trabajo sino más tiempo libre.
Paul y Laura se suicidaron en noviembre de 1911, en su chacra ubicada a 20 kilómetros de París. Fue, como se dijo un suicidio cerebral o una decisión libre. Ese día almorzaron en un bodegón del Barrio Latino, fueron al cine, pasearon por las orillas del Sena y a la noche regresaron a su casa. Antes de beber el cianuro, se ocuparon de dejarle comida al pero y una carta explicando el motivo de su decisión, una carta que concluía vivando al socialismo. Básicamente, consideraban que antes de sufrir los agobios y las humillaciones de la vejez era más inteligente tomar la decisión de terminar con sus vidas en plenitud.
Paul y Laura están enterrados en el cementerio Pere Lacheise. En la ceremonia fúnebre celebrada el 3 de diciembre de 1911, se dio cita toda la elite socialista de Europa. Allí estuvieron Guesde, Anseele, Rouvanovitch, Doubreilh, Hardie, Vaillant, Bracke, Kautsky, Jaurés, Kollontai, Plejanov y Lenin.