La liberación de Francia y los intelectuales fascistas

En estos días se recordó la liberación de Francia, pero en la ocasión se indagó acerca de las decisiones que los flamantes liberadores tomaron contra los colaboracionistas y los sospechosos de serlo. Repaso rápido. Tiempos de vencedores y vencidos. Tiempos revueltos, cuya vorágine arrastró incluso a los justicieros. Hubo fusilamientos, juicios sumarios y vendettas colectivas contra hombres y mujeres. En en el caso de las mujeres el ensañamiento fue singular, porque la justicia popular recayó sobre prostitutas que vendieron sus servicios amorosos a los ocupantes nazis. 
Mujeres rapadas paseadas como trofeos indignos por las calles, fueron algunas de los episodios que abundaron durante esos meses de justa furia. Setenta y pico de años después los historiadores debaten acerca de ese tiempo. Por supuesto que el colaboracionismo fue canalla, pero como dijera un periodista, muchos de esos enardecidos justicieros antifascistas habían sido dóciles, cuando no adherentes entusiastas del régimen de Vichy.
 
 
 
La sed justiciera también alcanzó a intelectuales. Robert Brasillach bautizado mucho tiempo después como el James Dean del fascismo, fue detenido y fusilado el 6 de febrero de 1945. La condena a muerte de uno de los escritores más promisorios de Francia movilizó a numerosos intelectuales pidiéndole a De Gaulle por su vida. Entre otros, Mauriac, Malraux, Guide, Valery, Camus. Por su parte, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir se negaron a firmar. Y, sin dudas, sus razones eran buenas, como también eran buenas las de quienes pedían por la vida de Brasilach. De Gaulle reiteró la orden y Brasilach murió fue fusilado. No aceptó capucha. Antes de que sonaron las disparos exclamó. «Viva Francia». Tenía treinta y seis años.    
 
 
Brasilach fue fascista y nunca se arrepintió de serlo. Pudo huir, pero no lo hizo porque los partisanos habían detenido a su madre y a su hermana. En el juicio le imputaron delitos que no cometió y omitieron el hecho de sus disidencias con los nazis. 
Brasilach era joven y valiente. Al momento de ser condenado a muerte un amigo exclamó. «¡Es una vergüenza! . Y él respondió sin levantar la voz: «No es una vergüenza, es un honor».  Había escrito en su momento : “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el mal gusto, céntrate en la broma. Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad, El amor y el coraje no están sujetos a proceso”.
En el presidio de Montrouge, poco antes de morir escribió este poema en el que están presentes los dilemas y confusiones de ese tiempo impiadoso.
 
 
 
Otros vinieron por aquí
cuyos nombres en los muros mohosos
ya se deshacen y se borran.
Ellos sufrieron y tuvieron esperanzas
y a veces la esperanza acertaba
a veces engañaba a esas murallas
Venidos de aquí, venidos de otros sitios
nuestros corazones no eran iguales
según nos dijeron. ¿Hay que creerlo?
¡Pero qué importa lo que fuimos!
nuestros rostros, ahogados de brumas
se parecen en la noche negra.
Es en vosotros, hermanos desconocidos
en quienes pienso cuando cae la noche,
¡Oh mis fraternales adversarios!
Ayer está cerca de hoy
y a pesar nuestro estamos unidos
por la esperanza y por la miseria. 
 
 
 
 
 
 
El otro intelectual trágico de estos años es Pierre Drieu La Rochelle. Novelista, poeta, afiliado a la izquierda en su primera juventud, casado con una mujer judía a la que siempre respetó y defendió. Y colaboracionista a tiempo completo. Como el oficial nazi de la película de Melville, Drieu La Rochelle suponía que el acuerdo entre Alemania y Francia significaría una exaltación de las mejores virtudes de estas naciones destinadas a salvar a Europa.
A su fascismo lo defendía como revolucionario y antiburgués. Ezra Pound pensaba más o menos lo mismo. Siempre les reprochó a los nazis no ser coherentes con el ideario original, reproches que casi le costaron la vida porque en estos temas con los nazis no se jodía 
 
Escribió: “Esta revolución no fue llevada hasta sus últimas consecuencias en ningún campo (…). Ha respetado en medida exagerada al personal del régimen capitalista y de la Reichswher [el ejército alemán tradicional]. Se ha demostrado incapaz de transformar una guerra de conquista en una guerra revolucionaria”. ¿De estas afirmaciones se desprende que los que traicionaron a Hitler fueron los generales convencionales, los empresarios, los industriales y los operadores financieros, los mismos enemigos –a final de cuentas– del marxismo o las corrientes populares en cualquier país del mundo? La incapacidad alemana, la incapacidad fascista, es incapacidad europea”.
 
 
 
La Rochelle anduvo por Buenos Aires a principios de los años treinta invitado por Victoria Ocampo de quien fue amante fogoso y discreto, un privilegio que le permitirá decir poco tiempo después desde París, que había disfrutado de la pasión de lo que estimaba «era la vaca más hermosa de las pampas», dudoso piropo de parte de quien, además, fue amante de Angélica, hermana de Victoria. 
Amigo de Jorge Luis Borges, con quien vagabundeó varias noches por las calles de Buenos Aires, dijo meses después en Francia que Borges justificaba el viaje. Por su parte, Borges admiró su escritura y siempre recordó la frase de Pierre para definir «la pampa»: «Vertigo horizontal».
 
 
La Rochelle se identificó con el fascismo y nunca renegó de esa identidad. Recuperada París por los partisanos, no huyó ni pidió clemencia. En esos días escribió a sus cordiales enemigo : «Sed fieles al orgullo de la resistencia igual que yo lo soy  al orgullo de la colaboración. No hagáis trampas como yo no la hago. Condenadme a la pena capital. Sí, soy un traidor. Si, he estado cooperando con el enemigo. Yo aporté al enemigo la inteligencia francesa. No es culpa mía que este enemigo no haya sido inteligente. Sí, yo no soy un patriota corriente, un nacionalista cerrado: soy un internacionalista. No sólo soy un francés, soy un europeo. Vosotros también lo sois, lo sepáis o no. Pero hemos jugado y he perdido yo. Reclamo la muerte”. 
 
 
Drieu La Rochelle se suicidó. Tenía 52 años y, junto con Brasilach y Celine, fue el intelectual más destacado del colaboracionismo, aunque, a diferencia de Celine, no era antisemita, e incluso hizo gestiones eficaces para salvar a judíos. 
Ademas de la literatura y el fascismo, la otra afición desbordante en Pierre eran las putas, a las que les dedicó poemas y novelas.
 
 
Poema de José Luis Panero
 
 
PIERRE DRIEU LA ROCHELLE DIVAGA 
 
Al final pienso que tenía razón

—todo el absurdo tinglado del poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas, políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles—,
sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos
expertas,
en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer.
Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable
—libros, declaraciones, ideas, lealtades,
el secreto de todo, el revés de la nada—,
cuánto tiempo perdido para llegar a esto,
para recordar, ya sin solución, sus largos muslos,
el sabor espeso de su boca, los rosados pezones.
Llegaba una luz gris sobre la cama,
sobre su culo memorable, inmóvil,
sí, tenía razón, aquella puta
cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado,
el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón,
y si no la tenía, ¿qué importa ahora?

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