Sarmiento, la parroquia y Uganda

—El día de Sarmiento, 11 de septiembre, pasó sin pena ni gloria -digo.

—No tanto -responde Marcial-, hubo algunos actos en su homenaje.

—Los actos no me importan -contesto-, me importan los hechos. A Sarmiento cada vez le dan menos bola y los primeros en negarlo son los maestros.

—“Antes que cante hoy el gallo me habrás negado tres veces” -repite el cura Ramón y sonríe.

—Los curas no se hagan los vivos con Sarmiento, porque nunca lo quisieron -digo.

—Vos no lo habrás querido -responde el cura-, para mí fue siempre un hombre importante, un hombre admirable, uno de los grandes próceres de nuestra historia.

—Que se peleó con los curas un montón de veces -advierte José.

—Con los curas que se peleaba Sarmiento -responde el cura Ramón- también me hubiera peleado yo.

—No le creo cura -dice José-, si usted hubiera vivido en aquellos tiempos habría estado enfrentado a Sarmiento y a sus ideas liberales y anticlericales.

—Vos presentás la historia como una fatalidad y no es así, o por lo menos no es tan así -dice el cura-. Fray Mamerto Esquiú es un ejemplo, porque gracias a ese fraile la Constitución fue legitimada por la Iglesia con todo lo que eso significaba en aquellos tiempos.

—Ahora me va a hacer creer que Sarmiento era un hombre de la Iglesia -exclamo.

—No era un hombre de la Iglesia, pero tampoco era un enemigo de la Iglesia.

—Era masón -dice Marcial.

—¿Y quién te dijo a vos que los masones son enemigos de la Iglesia? Anotá para que no te olvides. Cuando Sarmiento es elegido presidente habla en el templo mayor de la masonería para suspender su pertenencia a la logia y allí dice que la masonería nunca se constituyó para luchar contra la Iglesia Católica, porque si eso hubiera sido así él nunca habría sido masón.

—Conclusión -dice Marcial con expresión burlona-, Sarmiento no fue lo que nos habían contado.

—¿Y se puede saber qué te contaron a vos? -pregunta el cura.

—Que estuvo enfrentado con los curas y que cuando estaba a punto de morir rechazó la asistencia religiosa.

—Todo eso es cierto, pero es cierto a medias -admite el cura-, pero además, digas lo que digas, a mí no me vas a quitar el derecho de respetar a Sarmiento. ¿O vos te creés que soy tan burro que solamente reivindico y respeto a los próceres que estuvieron del lado de la Iglesia?

—¿Y para qué es cura entonces, si no es para defender a los curas?

—Soy cura para muchas cosas, cosas que vos a veces no entendés, pero lo seguro es que no soy cura para alentar el fanatismo, el sectarismo. A mi parroquia viene el que quiere venir, la puerta está siempre abierta. Y se ve que tan mal no los debo tratar porque siempre está llena de gente, de mujeres, de hombres, de chicos.

—Será un buen puntero -dice José y se ríe.

(El cura también se ríe) —Yo no pido ni el voto ni la fe a nadie. Si la gente me escucha y de alguna manera me respeta es porque trato de predicar con el ejemplo.

—¿Y se puede saber cuál es ese ejemplo? -pregunto.

—Muy sencillo hermanito, en el barrio todos saben que conmigo pueden contar siempre, en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras.

—¿A cambio de qué? -pregunta Marcial.

—A cambio de nada. Jesús y la fe no son moneda de cambio. Y a Jesús un hombre de fe lo descubre en las pequeñas cosas, en las rutinas de todos los días…

—Su parroquia se parece a una isla -digo-, allí no hay inflación, no hay miseria, no hay delincuencia, todo está bien siempre.

—Equivocado, Remo, equivocado. En mi parroquia pasan todas las cosas que pasan en el país; lo lindo, lo malo y lo feo. Pero a las malas tratamos de sobrellevarlas de la mejor manera posible.

—Ya sé, los consuela -dice Marcial.

—Yo no soy paño de lágrimas de nadie; practico la compasión y la solidaridad pero no la resignación. El cristianismo puede ser contemplación y puede ser lucha, resignación nunca.

—Siempre creí que la fe consolaba o ayudaba a vivir y, de alguna manera, a morir.

—Creíste mal. La fe no consuela, la fe da fuerzas, que no es lo mismo. Da fuerzas y lucidez. Se los dije muchas veces. La fe nos hace hombres en el sentido pleno de la palabra porque, aunque no lo crean o no quieran creerlo, la fe es el acto humano por excelencia; sólo el ser humano en el planeta es el que se pregunta por la existencia de Dios y lo busca. Y esa búsqueda reclama inteligencia, sensibilidad, atrevimiento.

—El país no es una parroquia -digo.

—No lo es -contesta el cura-, pero ojalá algunos problemitas del país se pudieran resolver como en mi parroquia.

—¿No es medio vanidoso lo suyo? -pregunta José.

—No, no lo es. Porque lo que allí hacemos no es una exclusiva virtud mía; la solidaridad es una virtud de todos, el respeto por el otro es una virtud de todos.

—Admita conmigo, cura, que los problemas del país son mucho más serios…

—Lo admito.

—Problemas de los cuales no sé cómo vamos a salir -dice Marcial.

—Yo no sé cómo vamos a salir -dice José-, pero de lo que estoy seguro es de que con este gobierno no sólo que no salimos, sino que cada vez nos hundimos más.

—Claro, claro -responde Marcial-, tiene que venir Cristina para sacarnos del barro. Cristina, el Morsa, Lázaro, Igor y toda la sarta de malandras que saquearon al país durante doce años.

—¿Siempre nos vamos a pelear así? -pregunta el cura Ramón-. ¿Nunca será posible un consenso, un acuerdo, aunque más no sea en algunos puntos mínimos?

—Yo creo -responde Marcial- que el acuerdo es posible con el peronismo, pero con el kirchnerismo no hay posibilidad de acuerdo; siempre es lindo decir que hay que entenderse, pero cuando los entendimientos son imposibles no se pueden seguir repitiendo palabras vacías.

—Y si no hay acuerdo, ¿qué hay entonces?

—Derrota. La derrota del kirchnerismo, como en su momento se derrotó al menemismo y en otro momento se derrotó a los Montoneros y a Isabel.

—¿La guerra entonces? -digo.

—No, la guerra no; la derrota política; el menemismo no existe, salvo ese esperpento protegido por el Senado. Tampoco existe el “isabelismo”, aunque la señora de entonces goce de buena salud en su mansión ubicada en un barrio residencial a las afueras de Madrid.

—El kirchnerismo no es una secta -dice José-, es la traducción del peronismo real para los tiempos que corren.

—Yo creo que ustedes son los mismos que Perón echó de la Plaza de Mayo hace más de treinta años. Y los echó calificándolos de “imbéciles”, un verdadero acierto verbal del Pocho.

—Te guste o no -exclama José-, el año que viene volvemos de la mano de Cristina y de Moyano.

—Dios mío -exclama Marcial-, si eso llegara a pasar, desde ya te adelanto que me voy a vivir a Uganda o a Angola, o a la aldea africana más pobre del planeta.

—¿Y por qué a esos lugares?

—Porque esos lugares comparados con el infierno que representan ustedes serían lo más parecido a un paraíso.

—No comparto -dice José.

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