Cuarenta años después del Mayo Francés, dos certezas parecen compartir los historiadores: los estudiantes ganaron la batalla cultural y perdieron la batalla política. Daniel Cohn Bendit, su máximo referente mediático, comparte este criterio y le agrega una frase sugestiva: «»Fue una suerte que hayamos sido derrotados políticamente».
Puede admitirse entonces que las jornadas de mayo instalaron en el ideario de entonces la crítica al autoritarismo en cualquiera de sus variantes. Básicamente, instalaron a los jóvenes como protagonistas de los cambios. El año 1968 tuvo como gran escenario las barricadas de París, pero la movilización juvenil se extendió y fue mucho más allá del Barrio Latino. Ese mismo año, los estudiantes en Praga se movilizaron contra al dictadura comunista; algo parecido hicieron los polacos. En Estados Unidos los jóvenes salieron a la calle reclamando más libertades sociales y condenando la intervención norteamericana en Vietnam. En Alemania y en Italia también hubo primavera juvenil. En todos estos casos, los protagonistas exclusivos fueron los jóvenes. La singularidad de París fue que la movilización juvenil logró ganar para su causa al movimiento obrero. La huelga general del 15 de mayo hizo transpirar al poder gaullista. No más que eso, pero tampoco menos que eso.
En América, las movilizaciones juveniles también fueron masivas. Desde Córdoba a México, los estudiantes salieron a la calle, tal vez con consignas políticas más radicalizadas, pero otorgándole a sus protestas un inconfundible tono juvenil. Algunas diferencias hubo entre las luchas del Primer Mundo y el Tercero. En París, hubo un muerto; en México, la masacre de la Plaza de Tlatelolco sumó a cientos de estudiantes asesinados por la policía de Díaz Ordaz. En Praga o en Varsovia la respuesta del régimen también fue muy dura. En Checoslovaquia concluyó con la invasión de los tanques soviéticos; en Polonia fue el inicio de la rebelión católica contra la dictadura.
Las respuestas políticas fueron diferentes. En el Tercer Mundo, para los estudiantes hubo palos y balas. En el Primer Mundo hubo algunos palos compartidos con una tolerancia cínica pero humanista. Cuando la policía intentó detener a Sartre, De Gaulle dijo su célebre frase: «»Francia no encarcelará a su Voltaire». Cuesta imaginárselo a Onganía diciendo algo parecido.
Digamos que en esos años la rebelión se respiraba en el aire, se vivía en la calle y se gozaba en los dormitorios. «»Cambiar el mundo, cambiar la vida» pretendía fusionar al joven Marx con Rimbaud. En ese tono definitivamente juvenil estaba su frescura, su insolencia, su encanto, pero también sus límites y riesgos.
Un historiador serio y progresista como Jacques Le Goffe es muy duro con el mayo de 1968. «»Fue una catarsis -escribió-, pero una catarsis no sustituye a una alternativa política». Marcel Gauchet fue más lírico: «»Fueron incapaces de optar entre la prosa democrática y la poesía revolucionaria». Gilles Lipovetsky, más situado a la derecha, lo reivindica. «»Fue la primera revolución en presente. Las otras fueron hacia el futuro; convocaban al sacrificio y la muerte. Ésta fue lúdica y pacífica».
Un sociólogo argentino lo expresó con mucha claridad: «»Hubo climas, no ideologías; atmósferas, no doctrinas; visiones, no textos; grafitis más que fundamentos; evocaciones, no autores; rimas más que ciencia».
Sartre estuvo con los muchachos. Fue su despedida. Heroica para algunos, patética para otros. Su libro «»Crítica a la razón dialéctica» probaba que la subjetividad era más importante que la estructura. Los estudiantes que estaban en la calle probablemente ni siquiera hayan tenido conocimiento de ese libro. Barthes o Levi Strauss no fueron de la partida. Algo parecido ocurrió con Althusser y Foucault.
Hacia la izquierda las críticas fueron sorprendentes. Uno de los más agudos, Passolini, dijo que entre los estudiantes nenes de papá y los policías hijos de obreros, él estaba con la policía. El prócer de la Escuela de Frankfurt, Adorno, fue silbado por los estudiantes. Lo mismo le pasó a Edgar Morín, acusado de policía porque decidió dar clases previo a la aprobación de sus alumnos.
Marcuse, junto con Marx y Mao, fue la M que estuvo presente en esas jornadas. Pero el libro de Marcuse «»El hombre unidimensional», había sido escrito veinte años antes. Walter Benjamin estuvo ausente. Una lástima, porque hubiera tenido cosas importantes que decir.
En París la protesta tuvo desde sus orígenes un claro tono libertario. Los jóvenes de Nanterre y la Sorbona no se propusieron tomar el poder, sino cuestionarlo en todas sus variantes. Se reclamaba vivir, pensar y gozar de otra manera. No era el hambre, ni la opresión del despotismo lo que los lanzaba a la calle, sino el aburrimiento, la insatisfacción existencial y el deseo de cuestionar los fundamentos culturales de la sociedad tramada por sus mayores.
Con su humor espartano, Charles De Gaulle les dijo a unos periodistas: «»Si los estudiantes están aburridos que vayan a trabajar al campo que necesitamos más carreteras; si están excitados que se den una ducha de agua fría». Raymond Aron decía que «»más que una jornada revolucionaria, de lo que se trató es de una kermese juvenil».
En el último tramo de la movilización el ideal anarquista empezó a ser desplazado por estrategias maoístas y troskistas. Hasta dónde ellas gravitaron en serio, es un punto que aún se discute. El maoísmo de los jóvenes estaba elaborado a su paladar y poco y nada tenía que ver con la realidad de China. La revolución cultural era considerada por ellos como una alternativa al stalinismo. Se trataba de una primavera con sus flores y su perfume. Que en la vida real el maoísmo nunca renegó de Stalin y que la revolución cultural fue más un ajuste de cuentas a los disidentes que un picnic a orillas del río; era algo que los muchachos no conocían y tampoco les hubiera interesado conocer.
El Mayo Francés se expresó en las calles con las estrofas de la Internacional y las banderas rojas. En los hechos fue una movilización que sumó a sus consignas antiautoritarias y anticapitalistas, objetivos anticomunistas muy claros. La crítica al stalinismo fue la constante. El dato político más significativo del mayo francés en la izquierda fue que a partir de esa fecha se inicia el declive del Partido Comunista de Francia. Los comunistas nunca apoyaron la fiesta estudiantil. Su secretario general, George Marchais, calificó a Cohn Bendit de «»judío alemán infiltrado en Francia» (después los observadores contemporáneos se preguntan por qué los votos a Le Pen provienen de la tradición comunista).
Para escándalo de estudiantes e izquierdistas, el Partido Comunista puso límites a la agitación estudiantil en las fábricas. Cuando la movilización concluyó y llegó la hora de las elecciones, el Partido Comunista llamó a votar «»por el partido que impidió la guerra civil». En uno de sus escritos Jean Paul Sartre llegó a decir: «»Eso ya es demasiado».
Sarkozy, el actual presidente de Francia volvió a instalar al Mayo Francés en su campaña electoral. La gran tarea de la derecha, según sus palabras, es la de liquidar esa herencia, responsable de todos los males culturales que hoy padece Francia. Según Sarkozy, lo sucedido en 1968 legitimó el cinismo, la irresponsabilidad, el culto irracional al deseo, el arribismo político. En una entrevista posterior a las elecciones, Sarkozy admitió que había exagerado. Con su realismo cínico y descarnado, no aprendido precisamente en las barricadas de la «»rive gauche», dijo que la consigna fue útil para ganar las elecciones.
Daniel Cohn Bendit lo refutó con pocas palabras: «»Sarkozy ataca al Mayo Francés pero él es un producto genuino de esas jornadas ¿Cuándo si no un candidato a presidente divorciado dos veces, hubiera podido llegar al Palacio Elíseo?». Para bien o para mal, según se mire, el Mayo Francés sigue dando que hablar y esta reiterada actualidad da cuenta de su curiosa y sorprendente vigencia.