Roque Dalton

En las biografías dicen que Roque Dalton fue asesinado en 1975 cuando tenía 42 años. No mienten. Fue asesinado, pero lo que no se dice, o se dice de una manera muy disimulada, es que fue asesinado por una organización guerrillera de izquierda que lo secuestró, le montó un «juicio revolucionario» y lo fusilaron acusado de agente de la CIA. ¿Raro no? El poeta más popular de la izquierda de los años sesenta, el joven desenfadado, insolente, mujeriego, bebedor y talentoso concluía sus días en medio de la selva asesinado no por sus enemigos imperialistas sino por sus camaradas de armas, quienes unos meses después se «autocriticaron».
 
La poesía de Roque Dalton anticipa la muerte como acto poético. A decir verdad su muerte fue cualquier cosa menos poética. Como el  joven poeta peruano  Javier Heraud, lo que Dalton dice con las palabras lo compromete con sus  actos. En sus poemas el amor adolescente y juvenil, la rebeldía, la tristeza están presentes como una herida o un perfume.  
  
 
 
 
 
 
 
COMO TÚ
 
Yo, como tú,

amo el amor, la vida, el dulce encanto
de las cosas, el paisaje
celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.

Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan, de todos.

Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.

 
 
ALTA HORA DE LA NOCHE
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo
Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscando por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:
desde la oscura tierra vendría por tu voz.
No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre.
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.
 
 
 
EL CÍNICO
 
Claro es que no tengo en las manos
el derecho a morirme
ni siquiera en las abandonadas tardes de los domingos.
Por otra parte se debe comprender que la muerte
es una manufactura inoficiosa
y que los suicidas
siempre tuvieron una mortal pereza
de sufrir.

Además, debo
la cuenta de la luz…

 
 
 
Y SIN EMBARGO, AMOR
 
Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.
Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez en mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a sus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

Ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

 
 
 
HORA DE CENIZA
 

Finaliza Septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.

Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que eligió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.

Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.

 
 
EL VANIDOSO
 

Yo sería un gran muerto.

Mis vicios entonces lucirían como joyas antiguas
con esos deliciosos colores del veneno.
Habría flores de todos los aromas en mi tumba
e imitarían los adolescentes mis gestos de júbilo,
mis ocultas palabras de congoja.

Tal vez alguien diría que fui leal y fui bueno.
Pero solamente tú recordarías
mi manera de mirar a los ojos.

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