De profesión, piquetero

 

 

Un amigo que por razones de negocios viaja seguido a Buenos Aires me decía el otro día mientras compartíamos un café en el bar de siempre:

Rogelio: No te enojés con los piquetes; con esos muchachos hay que aprender a convivir democráticamente. Son gente como todos, con sus costumbres, sus expansiones y sus problemas. A nosotros nos corresponde conocerlos, porque ellos a nosotros nos conocen muy bien. En mis habituales incursiones a Buenos Aires -la ciudad preferida por los piquetes porque les ofrece pantalla para todo el país- descubrí unas cuantas cosas que como diría el tango «hoy me atrevo a confesarlas sin vanidad ni rencor». Nunca arrancan la jornada antes de las nueve de la mañana, por lo que si uno llega temprano a la ciudad jamás correrá el riesgo de un corte. A las tres o cuatro de la tarde se van a su casa, es decir, cumplen su jornada como si fueran disciplinados trabajadores. Sábado y domingo descansan. Feriados, fiestas religiosas y de guardar y fines de semana largos, también, por lo que si llegás a Buenos Aires en esos días nunca vas a tener inconvenientes Si hay huelga, por lo genera adhieren y se quedan en su casa, salvo que sus empleadores les reclamen asistencia a algún acto. Cuando es así, reclaman traslado en colectivo o en camión y abonos especiales, preferentemente en efectivo, aunque llegado el caso aceptan pagos en especies. Trabajan intensamente en el mes de diciembre e incluso se dignan hacer horas extras. Devotos y piadosos las fiestas de fin de año las celebran como si fueran paganos, aunque por lo general ignoran el significado de esa palabra. Eso si, al mes de enero se lo toman completo. Por lo general están conformes con esta suerte de profesión que han elegido y se fastidian muchos cuando alguien les sugiere que podrían dedicarse a otra labor. Son más bien festivos que violentos, pero cuando se enojan son bravos. Algunos son corajudos; otros lo son  si la victoria está asegurada de antemano; practican la traición y la emboscada sin culpas   No se los ve muy desnutridos ni muy andrajosos. Y si bien no les sobra la plata, para asistir a un partido de fútbol, un recital de cumbia o una procesión religiosa, siempre se las arreglan y en este caso no necesitan que los trasladen en camiones o en colectivos. Dicho con otras palabras: sus gustos se los pagan  Son devotos y levemente supersticiosos; creen más en la magia que en la teología; y los santos y las virgencitas que adoran varían según el barrio o la banda a la que pertenecen. A Jesús lo han oído nombrar de pasada, pero reconocen su imagen;  Marx es un perfecto desconocido. Y los más viejos aún conservan, percudida pero entrañable, alguna estampita de Evita.

Mi amigo llamó al mozo y le pidió que repita la vuelta. Luego se cruzó de piernas, se sacudió unas miguitas que salpicaban la pechera de su camisa  y dijo a modo de conclusión: Me llevo muy bien con ellos; yo los respeto y ellos me respetan mí. Tan bien me llevo que si no estuvieran creo que los extrañaría.

 

 

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