Aldo Oliva

Aldo Oliva llegó a ser considerado por Juani Saer como “maestro de los maestros”, algo sorprendente en alguien tan remiso a los elogios como era Juani. Lo debe de haber respetado mucho –me consta- porque el único libro de poemas publicado por Juani está dedicado a Juanele y a Aldo, Aldo Oliva. Y uno de sus mejores poemas se llama, precisamente, “Aldo”.
Era inevitablemente rosarino. El bar Ehret, a una cuadra de la facultad,  fue durante años una de sus célebres paradas con otros intelectuales de su generación entre los que recuerdo a Ielpi, Jorge Conti y el Nono Ortolani. También a ese bar le dedicó un poema que sus amigos recuerdan.

Exigente con la literatura y las ideas; chinchudo y mal llevado; amante del vino y de las mujeres; de la noche y de los burros, (los del hipódromo). Según la hora, parecía un personaje salido de una novela de Onetti o de Sartre, pero no sé si le hubiera gustado la comparación.

Lo conocí en 1972 en uno de los míticos cursos caseros que daba sobre Hegel y Marx. Para todos nosotros –había nacido en 1927- era el Viejo Aldo. Marxista convicto, en 1973 nos sorprendió a todos –nunca sabremos si lo dijo en serio o en joda; fresco o en curda-  anunciando que lo más progresista era votar por Balbín, justamente él, con sus “Ideología Alemana” y sus “Grundrisser”; y justamente a nosotros, que nos comíamos los chicos crudos. Casi medio siglo después estoy tentado a darle la razón. Lo conocí “antes de conocerlo” y  a través de la literatura, en esa novela escrita por su mujer –su ex mujer- Noemí Ulla  ( de alguna manera en su homenaje) “Los que esperan el alba”. Compartimos algunas madrugadas expansivas. A  los dos nos gustaba el vino y el tango. Y cuando se inspiraba dejaba de hablar de Athusser o Lukaks y  entonaba Carro viejo.

 

Carta final a Noemí Ulla             Aldo Oliva

Espérame una vez más.

La última

Mientras andamos

vendrá otra noche asolada, tal vez,

por todo aquello que no supimos evitar.

Dueño aún de los terrores

con que usurpé tu vida

me he convertido humildemente en ellos,

y así me fortalezco

con mis debilidades y un oriente.

Pero no es eso

sino un pasaje

-que de algún modo abarcará sin duda mi existencia-

de dolorosa tránsito y secreto sentido

lo que diré.

Nada te me recuerda.

Ningún aroma

de los que ardían en tus labios

me circunda.

Nadie me acerca

ni una fugaz versión

de los dulzores de tu piel.

Nuestras noches

se han perdido en la noche.

Toda la claridad que huía

de tus manos a tus ojos

ya no tendrá regreso.

Y el ademán equívoco

que en la pasión y en la angustia

nos deparó tormento

se remansó en sus viejos cauces.

Y sin embargo

blanca y mortal como una espada

tu ausencia me preside

(¿cómo explicarlo?)

Fuiste la dura legitimidad de mi fiebre.

 

 

Manuscrito hallado entre los papeles de Aldo Oliva:

“Nací en Rosario, como todo el mundo ignora, cuando lo morían a Arolas, sin saberlo ambos (puede haber algunos años de diferencia). Crecí como todos los animalitos de este género. A los quince años me tropecé con la cultura: no la recuerdo. Luché, a veces. Soñé con pasión, es decir, con sueños. De improviso me encontré con que era profesor en no sé qué. Desde hace un tiempo corrompo la Academia y justifico mi respiración. Amo, eso sí. Escribo poco, por filantropía y por molicie. Tengo entramada filiación con la estricta verdad de la plusvalía. Así (voz de Edmundo Rivero):

Solo espero a la huesuda

que de paso me sacuda el guadañazo

y me remolque al tablón.

Aldo F. Oliva

Aldo se trepó al tablón en 2000, a los 73 años.



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