y amontonarla en toneles.
El que quiera comer del amor ha de comerlo en el sitio.
Aunque las ramas se doblen como juncos,
aunque la fruta madura manche la hierba o se arrugue en el árbol,
el que quiera comer del amor debe llevarse con él
solamente lo que le quepa en la panza,
nada en el delantal,
nada en los bolsillos.
Nunca, nunca jamás ha de tomarse la fruta de la rama
y almacenarla en toneles.
El invierno del amor es una bodega de arcones vacíos
en un huerto que gime el deterioro
Si descubriera, de algún modo fortuito,
que has desaparecido para no volver jamás…
Si leyera en la contraportada de un diario, digamos,
sostenido por un vecino en el vagón del metro,
que en la intersección de esta avenida y esa calle
(de cosas así están repletos los periódicos)
un hombre apresurado, que resultaras ser tú,
hubiera muerto atropellado hoy a mediodía,
no rompería a llorar –no podría romper
a llorar, ni retorcerme las manos en un sitio así–,
no haría sino ver pasar las luces de la estación
con un interés más vivo reflejado en mi cara;
o levantaría la vista y leería con aún más interés
dónde guardar las pieles y cómo cuidarse el pelo.
Ni sueño ni un techo sobre tu cabeza contra la lluvia;
Ni una tabla que flota para los hombres que se hunden
Y se alzan y se hunden y se alzan y vuelven a hundirse;
El amor no puede llenar de aire el pulmón herido
Ni limpiar la sangre ni soldar el hueso partido;
Aun así, en este instante en que te hablo
Muchos hombres se acercan a la muerte sólo por falta de amor.
Podría ser que en un momento difícil,
Atrapada en el dolor y suplicando ser liberada
O llevada por la necesidad más allá del poder de mi voluntad,
Vendiese yo tu amor por un poco de paz,
O cambiara la memoria de esta noche por comida.
Podría ser. Pero no creo que lo hiciera.