Shane, western, literatura y cine

Cuando el escritor norteamericano Jack Schaeffer escribió en 1946 el relato Shane, ya era un escritor de westerns moderadamente famoso, pero será precisamente esta novela la que lo consagrará como el más destacado en un género poco reconocido literariamente pero que ya cuenta con escritores de raza que recién en la actualidad se están divulgando gracias a la editorial Valdemar-Frontera. «Shane, el desconocido» fue calificada por la Asociación de Escritores de Western como la mejor novela, una decisión que también compartieron los críticos de cine cuando calificaron a la película Shane Raíces profundas en su traducción española, como la número uno, película dirigida por George Stevens en 1953, película cuyo guión estuvo a cargo -nada más y nada menos- que de  A. B. Guthrie Jr. y contó con la participación de Alan Ladd, Jack Palance, Ernest Van Heflin y Jean Arthur. O sea que Schaefer se dio el lujo de “colocar” en el primer lugar la mejor película y el mejor relato de westerns. Como si esto fuera poco, su novela Monte Walsh está calificada en el puesto número diez     

La novela Shane  es sencillamente magnifica. Todos los mitos del western, por los menos los más destacados, están presentes: el héroe, el villano, el heroísmo,  la sobria y recta amistad entre hombres, la nobleza de corazón, el coraje, el aura de misterio que rodea al héroe. Novela corta escrita desde el punto de vista de los recuerdos de un niño que no ha podido olvidar la presencia de ese hombre solitario, vestido de negro y que montado en su caballo llega al rancho de su padre. La relación de Shane con el niño es entrañable, pero también es muy interesante la relación de Shane con Joe Starret, el padre, para no hablar de la relación con su esposa Marian, una relación que está siempre al borde del amor, pero que el héroe respeta porque, diría Lugones, el héroe es siempre un caballero. Discreto, elegante, amable, Sahne puede ser al mismo tiempo temible, un hombre que sin jactarse insinúa un pasado borrascoso, aunque esa condición no lo satisface porque el personaje, cuyo pasado apenas se nos insinúa y cuyo futuro también ignoramos, en algún punto no está satisfecho con su vida, y algunos diálogos con el niño, que admira su prestancia y su dominio de la pistola, son esclarecedores al respecto. Shane hace justicia, mata a los malos y se va a cumplir con su destino. Su caballo se pierde en las sombras. El niño lo ve alejarse y sabe que nunca regresará pero siempre, estará presente en su vida. A disfrutar de la novela y de la película.   

 

                                                         SHANE, EL DESCONOCIDO 

Llegó cabalgando a nuestro valle en el verano del 89. Por aquel entonces yo era un niño que apenas llegaba al borde de la portezuela trasera del viejo carromato de padre. Estaba sentado en el tablón más alto de la cerca de nuestro pequeño corral, empapándome de los últimos rayos del sol vespertino, cuando lo vi a lo lejos en la carretera, donde esta giraba hacia el valle y, más allá, hacia la llanura abierta.

Iba bien afeitado y su rostro era delgado, de rasgos duros y quemado desde lo alto de la frente hasta la afilada y firme barbilla. Sus ojos parecían entornados bajo la sombra del ala del sombrero. Se acercó un poco más y pude ver que se debía a que las cejas dibujaban un ceño fruncido de atenta y constante vigilancia. Bajo este, los ojos se movían sin parar de un lado a otro y al frente, examinando todos los objetos a la vista sin perderse nada. Cuando me percaté de ello, no sé por qué, me recorrió por todo el cuerpo un escalofrío repentino bajo el calor a pleno sol. Cabalgaba con soltura, relajado en la silla e inclinando el peso perezosamente hacia los estribos. Sin embargo, incluso en aquella soltura se adivinaba cierta tensión. Era la soltura del muelle presionado de una trampa.

 

 

 

 

En una ocasión, cuando padre y yo estábamos a solas, le pregunté:

—¿Podrías ganar a Shane? En una pelea, quiero decir.

—Hijo, esa es una pregunta bastante difícil. Si tuviera que hacerlo, podría ganarle. Pero odiaría tener que hacerlo. Algunos hombres tienen dinamita dentro, y él es uno de ellos. Pero una cosa sí te diré, nunca he conocido a un hombre al que me gustaría más tener de mi parte en cualquier clase de lío.

 

 

 

 

 

—Padre, ¿y por qué no le preguntas por que no lleva el revólver?

Padre me miró a los ojos, muy serio.

—Esa es una pregunta que jamás le haré. Y que no se te ocurra decirle nada a él de todo esto. Hay cosas que no se le preguntan a un hombre. No, si lo respetas. Él tiene derecho a decidir lo que considera un asunto privado que solo le incumbe a él. Pero te doy mi palabra, Bob, que cuando un hombre como Shane no quiere andar por ahí con un arma puedes apostarte la camisa, con botones incluidos, que debe tener una buena razón para ello.

 

 

 

—Escúchame, hijo. No le tomes demasiado afecto a Shane.

—¿Por qué no, padre? ¿Pasa algo malo con él?

—No-o-o-o. No pasa nada malo con Shane. Nada que pueda considerarse de esa manera. Tiene más cosas buenas que la mayoría de los hombres que probablemente conozcas y vayas a conocer. Pero… —padre intentaba dar rodeos para lo que quería expresar—. Pero es un hombre de pies ligeros. Recuerda. Él mismo lo dijo. Uno de estos días se marchará y entonces tú te sentirás muy mal si te gusta demasiado.

Eso no es lo que padre quería decir realmente. Pero eso es lo que quería que yo creyera. Así que no le hice más preguntas.

 

 

 

El instante en que Marian descubre que puede estar enamorada de Shane y su marido, Joe, también lo descubre.

 

 

—Joe.

Padre se giró, entró y esperó entonces junto a la puerta. Ella se levantó, alargó las manos hacia él y él permaneció allí abrazándola.

—¿Es que crees que no lo sé, Marian?

—Pero no lo sabes. En realidad, no. No puedes saberlo. Porque ni yo misma lo sé.

Padre miraba por encima de la cabeza de madre, hacia las paredes de la cocina, sin ver nada allí.

—No te atormentes más, Marian. Soy lo suficientemente hombre para reconocer a un hombre mejor que yo cuando se cruza en mi camino. Ocurra lo que ocurra, todo irá bien.

—¡Oh, Joe… Joe!, bésame. Abrázame fuerte y no me sueltes nunca.

 

 

 

Joe Starrett le dice a Marian, su mujer, que va a dar pelea.

 

 

 

—No, Marian. Un hombre no puede esconderse en un agujero como un conejo. No, si aún le queda algo de orgullo.

—Entonces, de acuerdo. ¿Pero no puedes mantenerte callado y no dejarle que juegue contigo y te arrastre a una pelea?

—Eso tampoco servirá de nada —padre tenía el semblante adusto, pero se encontraba mejor al enfrentarse a la situación—. Un hombre puede aguantar muchas ofensas si tiene que hacerlo. Especialmente cuando tiene buenas razones —padre me miró fugazmente—. Pero hay ciertas cosas que un hombre no puede admitir. No, si pretende seguir viviendo en paz consigo mismo.

 

 

 

Shane acaba de ajustar cuentas con los pistoleros (en la película un formidable Jack Palance) y ahora se marcha “hacia ninguna aprte”. El chico –la voz narradora- lo contempla.

 

 

 

Noté que el caballo se apartaba de mí. Shane miraba a la carretera y a la llanura abierta y el caballo obedecía la silenciosa orden de las riendas. Él se apartaba y yo sabía que ninguna palabra o pensamiento lograría retenerlo. El gran caballo, paciente y poderoso, avanzaba al trote regular que lo trajo a nuestro valle, y los dos, hombre y caballo, formaban una sola silueta oscura en la carretera cuando se apartaron de las luces de las ventanas. Forcé la mirada siguiéndole y entonces, bajo la luz de la luna, divisé el contorno inolvidable de su figura alejándose en la distancia. Perdido en mi soledad, le vi marchar, salir de la ciudad y alejarse por la carretera hasta desaparecer tras la curva que se adentraba en la llanura al otro lado del valle. Había hombres en el porche a mis espaldas, pero yo solo veía la oscura silueta empequeñeciéndose y perdiéndose en el tramo más lejano de la carretera. Una nube pasó por encima de la luna y el jinete se fundió con las sombras y no pude verle y la nube pasó y la carretera era una fina cinta lisa hasta el horizonte y él había desaparecido.

 

 

 

 

Y siempre mi mente regresaba a aquel último momento, cuando le vi desde los arbustos a las afueras del pueblo. Lo veía allí en la carretera, alto y terrible bajo la luz de la luna, dirigiéndose al pueblo para matar o ser matado, y parando para ayudar a un chico torpe y contemplar la tierra, la hermosa tierra donde aquel chico tendría una oportunidad de vivir su juventud y crecer honrado por dentro, como debe crecer un hombre.Y cuando escuchaba a los hombres del pueblo hablando entre ellos intentando enterrarlo en un pasado definitivo, me sonreía en silencio. Durante un tiempo corrió el rumor, propagado por un viajero de paso, de que Shane era un tal Shannon, un famoso pistolero y jugador de cartas de Arkansas y Texas que desapareció sin que nadie supiera por qué o dónde se encontraba. Cuando ese rumor perdió peso, otros le siguieron, construidos a su vez a partir de informaciones sonsacadas a vagabundos. Pero cuando hablaban de ello, me limitaba a sonreír, porque sabía que él no podía haber sido nada de eso.

Él fue el hombre que llegó cabalgando a nuestro pequeño valle procedente del mismo corazón del caluroso Oeste, y que cuando hizo su trabajo regresó cabalgando allá de donde vino.

Ese era Shane. 

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